La guerra de Catón. F. Xavier Hernàndez Cardona

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La guerra de Catón - F. Xavier Hernàndez Cardona Emporion

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Mario, habrían de hacerse cargo, como prefectos, de las dos alas de aliados. Estaban allí también los dos cuestores. Hasta el momento habían realizado, desde martius, un trabajo duro. Después del Tubilustrium, la ceremonia de purificación de las trompetas, habían puesto en marcha las legiones y las tropas aliadas, y a lo largo del mes de aprilis las habían trasladado hasta los puertos de Luna y Portus Veneris. Detrás de los legados se alineaban los ocho tribunos militares de las dos legiones. Lucio frunció el ceño viendo que la mayoría eran hijos de buenas familias, y algunos de ellos tenían rango senatorial. Su especial odio contra los ricos y los poderosos era un instinto inherente a la condición humilde de su familia. De entre aquellos cretinos destacaba el que se anunció como Antonino Quietus, el tribuno militium, elegido por los Comicios Tributos. Lucio lo clasificó de entrada: un escipioncillo, de los de la vexilia roja. El aire pedante y prepotente era una carta de presentación inequívoca. El grupo se complementaba con el tribuno militium rufuli, los coordinadores médicos y los jefes de ingenieros. Catón con voz baja y pausada se dirigió a todos ellos.

      ─ Amigos, tenemos una tarea difícil. La cumpliremos con firmeza, iremos a Hispania y decidiremos el futuro de Roma... y del mundo ─la solemnidad de la declaración provocó un silencio emotivo, Catón que con la afirmación había provocado una atmósfera de tensión continuó hablando muy despacio─. Haremos el trabajo y volveremos a nuestros hogares. No moriremos. Mañana, pridie nonas de maius, comienza nuestra epopeya. Mañana partiremos con las dos legiones directos a Emporiae, en las veinte naves del Senado y en las veinte aliadas. Pasado mañana, nonas de maius, zarparán los aliados y la impedimenta, en embarcaciones menores. Algunas naves con víveres ya han salido por la derrota de Corsica hacia Masalia. Las tropas destinadas a los pretores de la Ulterior y la Citerior saldrán mañana desde Ostia, seguirán nuestra estela, pero no pararán en Emporion, continuarán hacia Cartago Nova. Es imprescindible que sometamos el norte oriental de Hispania para asegurar estas tropas, en caso contrario quedarán aisladas, como aislada quedará Roma si no controlamos los recursos de Hispania. Nada más, estoy absolutamente convencido de que cada uno cumplirá con su deber.

      El silencio se mantuvo en la tienda, los presentes dudaron hasta que finalmente alguien se atrevió a lanzar vítores en honor del cónsul que fueron ruidosamente seguidos en un emocionado clima de entusiasmo. Catón respondió con un: ¡Fuerza y honor! que fue replicado y contestado por todo el mundo: ¡Fuerza y honor!

      El cónsul manifestó su deseo de recorrer el campamento y saludar personalmente a los 60 centuriones y, de manera muy especial, a los primus pilus de cada legión. Catón rechazó el paludamentum que le ofrecía el legado Constante, y comenzó el periplo por el campamento seguido por los altos oficiales. Con pocas palabras fue saludando a los legionarios de los corros y hogueras más cercanas. Los hombres, sorprendidos, quedaban cohibidos e impresionados por la presencia del cónsul, que llegó a responder las invitaciones tomando algún trago de posca. Al sucedáneo de plaza de armas llegaron apresurados los centuriones. Catón había pedido la lista y los fue llamando por su nombre a fin de saludarlos personalmente. Era obvio que buscaba complicidad. Catón, que había servido como legionario en el Metauro, sabía perfectamente que los centuriones eran el nervio del ejército. El auténtico motor de la legión, el patrimonio, más preciado. Los primus pilus, sin embargo, no se dejaron impresionar por el gesto de Catón, pero lo agradecieron, entendieron que el cónsul quería mandar de abajo a arriba, justo como ellos. Catón sabía asimismo que los primus pilus eran el cerebro de la legión, los auténticos comandantes de campo. Quería saber quiénes eran y la primera impresión fue buena: gente dura y leal.

      El amanecer de las pridie nonas presentó un día gris con lluvia fina, los legionarios, echando maldiciones, desmontaron las tiendas para empezar a embarcar. Los centuriones no paraban de gritar. Los sacerdotes, popes y augures ofrecían sacrificios en improvisadas aras. Cada una de las grandes naves alojó un manípulo. Cada contubernio cargó con su tienda y con un mínimo de alimentos, y cada legionario con su equipo personal. La caballería, los asnos y demás bagajes, así como las cargas de grano y vino, se embarcaron en un segundo convoy formado por naves menores.

      Los barcos, cargados hasta las amuras, salieron del puerto remolcados por chalupas y por la acción de los remos. La brisa de levante facilitó la orientación de las velas para navegar hacia el norte. El quinquerreme de Catón encabezaba la marcha. Al atardecer llegaron a Genua. Las naves anclaron, pero no se permitió bajar a tierra. Al día siguiente, nonas de maius, continuó el viaje. Ahora lucía un Sol espléndido. Los legionarios, por estricto orden desplegaron las tiendas sobre las cubiertas para que se secaran. El viento dominante giraba a norte pero los Alpes Marítimos y las montañas costeras protegían el convoy. Al menor indicio de temporal las naves pondrían rumbo a tierra, hacia el puerto o playa más cercanos, en ningún caso se correría el riesgo de perder tropas en un naufragio.

      Por la noche fondearon frente a Portus Mauricio y continuaron al día siguiente, hasta alcanzar Nikala, la tarde del día VIII antes de los idus de maius. Se permitió a las tropas bajar a la playa para hacer un poco de ejercicio físico, y se tomaron las provisiones preparadas por los servicios logísticos. Zarparon de madrugada el día VII antes de los idus de maius, pero la falta de viento ralentizó la navegación, tardaron dos jornadas hasta llegar al cabo de Olbia.

      Al día siguiente, V antes de los idus de maius, continuaron hasta alcanzar Masalia. Por la noche, las cuarenta naves flanquearon la bocana del puerto y desfilaron delante de la fachada marítima de la ciudad. Cientos de ciudadanos bajaron hasta el puerto para ver el espectáculo. La flota pasó frente al arsenal y ganó el extremo interior, el Cuerno del Puerto.

      Se permitió que la tropa desembarcara y acampara extramuros, frente a la puerta que daba al Cuerno. Agrimensores y agentes romanos se habían adelantado y habían estudiado el terreno de acampada. En poco tiempo se marcaron calles, improvisaron letrinas y repartieron víveres. Los legionarios bajaron desarmados, y una potente guardia mixta de masaliotas y romanos impidió que entraran en la ciudad. Catón desembarcó con sus legados, y se encaminó al ágora para rendir honores a los magistrados de la ciudad. Pidió permiso para que sus hombres pudieran permanecer dos noches en tierra firme y renovó los compromisos de alianza entre Masalia y Roma. Acordaron bloquear el puerto hasta dos días después de la partida del convoy, de esta manera nadie podría delatar el tránsito de la flota. Pero Catón sabía que era una medida inútil, había barcos anclados fuera del recinto portuario, en las Bocas del Rodanus, por otra parte seguro que alguien habría detectado su salida de Luna y habría partido a toda prisa para dar la alarma. Con todo, el aviso sería muy ajustado, los íberos tardarían aún semanas en movilizarse.

      Masalia y costa sordona. La flota de Catón se acerca a Hispania. Del día V antes de los idus de maius al día XVII antes de las kalendas de junius (del 11 al 16 de mayo del 195 a. C.).

      Lucio pudo pasear por las calles de Masalia, cenó nuevamente, y por capricho, en el Tridente de Poseidón. Allí había comenzado su última misión, la que le había llevado a los brazos de Friné. La voluminosa matrona propietaria del hostal lo reconoció al instante y se deshizo en abrazos y besos.

      ─ Mi pequeño romano, veo que ya estás aquí de nuevo. Haces bien, nada como Masalia, la mejor ciudad del mundo... y pienso alimentarte de manera muy especial.

      ─ Muchas gracias señora. Por cierto, aquel tipo que me recomendó para hacer la travesía hacia Emporion..., un tal Tirval, resultó ser un criminal. Mató a mis criados e intentó acabar conmigo. Debe tener cuidado con sus amigos, pueden ser peligrosos.

      ─ ¡Cómo lo siento, romano!, mi intención fue buena y hace tiempo que no veo a ese Tirval... Ahora disfruta de la hospitalidad de mi establecimiento.

      Lucio tomó vino caliente con especias, jugó varias partidas de dados contra un capitán de Chipre, un comerciante celta reciclado y un tratante de ganado ligur. En las apuestas perdió 52 ases... demasiadas monedas. Aquella ciudad de

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