La guerra de Catón. F. Xavier Hernàndez Cardona
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La puerta estaba vigilada. Lucio se dispuso a entrar pero el portero lo detuvo y lo interpeló.
─ ¡Que Tanit sea contigo, larga vida a Cartago!
Lucio miró a los ojos del individuo, que parecía esperar una respuesta que él no sabía. Bajando la mirada trató de pensar, fue entonces cuando vio que el portero llevaba una cadena de plata de la que colgaba una mano de Tanit. Seguro que era la señal de la secta de Tanit. El guarda, tranquilo, repitió la pregunta.
─ ¡Que Tanit sea contigo, larga vida a Cartago!
─ ¡Larga vida, larga vida! ─intentó responder Lucio hablando un perfecto fenicio con acento africano─. Soy amigo de Tirval el ebusitano... he quedado con él, tenemos pendiente un negocio de perfumes...
─ ¿Tirval? Hace tiempo que no lo veo... ¿Cuál es tu nombre y a qué tripulación perteneces?
─ Soy Lukhatal de Melito, mi barco está fuera del puerto, los romanos han cerrado los accesos... y he tenido que venir a pie.
─ Está bien, puedes tomar un vino y esperar dentro...
En el local había bastante gente y las chicas eran muy bonitas, con unos ojos repintados al estilo egipcio. El ambiente, mal iluminado, estaba muy cargado por el humo de pebeteros y lucernarios. Los comerciantes murmuraban... la presencia de los romanos era el único tema de conversación... Algunos de los presentes llevaban la cadena de plata y la consiguiente mano de Tanit, y entraban o salían raudos del establecimiento. Lucio se sentó con una jarra de vino, y en máximo estado de alerta, aquel lugar era sin duda el centro del espionaje púnico y sede de la Mano Negra de Tanit, el brazo armado de los comerciantes cartagineses, es decir, de Aníbal. De repente, un objeto en movimiento cayó sobre la mesa sobresaltando a Lucio. Era un mono que, de manera violenta, comenzó a gritar y a tirarle la túnica, era como si lo hubiese reconocido.
─ ¡Por Cástor y Pólux! Es el macaco de Creonte... con el maldito gorro frigio.
No podía dar crédito a lo que veía, era la mascota de uno de sus amigos emporitanos. ¿Y qué hacía su amigo en aquel nido de espías? Lucio apartó el bicho de un empujón y se levantó rápido, tenía que marchar antes de que llegara el dueño. En el pasillo que daba al patio intuyó una figura de grandes dimensiones: era Creonte sin duda... El mono se aferró a la espalda de Lucio pero éste avanzó decidido hasta la entrada. El portero intentó detenerlo pero Lucio, sin parar, le propinó un puñetazo en el estómago y lo derribó. El mono se replegó de un salto y volvió a entrar en el local. Lucio se perdió rápidamente por las callejuelas de los alrededores... había recibido un buen susto. Apenas repuesto intentó reordenar sus ideas.
─ ¿Puede ser Creonte uno de los agentes de Aníbal? ¿Por qué no? Está establecido en Masalia pero siempre ha trabajado en la costa íbera. Y él es siracusano, y Siracusa fue una ciudad aliada de Aníbal durante la guerra. ¿Quién mejor que él para ir arriba y abajo y tener información de primera mano?
Lucio dudó sobre lo que tenía que hacer. Podía hacerlo detener y neutralizarlo. Podía intentar darle información falsa… pero eso, en aquellos momentos, no tenía ningún sentido, la expedición romana era una evidencia. Consideró que lo más inteligente era no hacer nada, ni siquiera dejarse ver. Pero sí que debía prevenir las posibles acciones de Creonte, el Polifemo.
─ ¿Y qué hará ahora Creonte? Probablemente constatará personalmente los efectivos romanos, y su calidad. Transmitirá la información por una vía rápida, es decir por barco, y después tratará de efectuar algún sabotaje para retrasar o dificultar la partida del ejército consular.
Durante todo el día IV antes de los idus de maius Lucio estuvo al acecho. Inspeccionando el campamento, habló con los centuriones y paseó por el puerto. Al día siguiente, el III antes de los idus de maius, justo antes del embarque, Catón reunió a los mandos y dio noticias de las incidencias del día y la noche anteriores. La gente del Polifemo había hecho su trabajo.
─ De acuerdo, de acuerdo, estos eran los días nefastos, los lémures, todo esto alguien lo puede tener en cuenta, pero nosotros estamos por encima de esas tonterías. ¿Quién nos ha golpeado? Seguro que no han sido los lémures. Tres centuriones, tres... han sido asesinados, los tres degollados como lechones. Al parecer, estaban con mujeres. Yo había dado órdenes estrictas al respecto y no se han cumplido. Por otro lado, han intentado incendiar algunas naves. A medianoche una barca ha ido lanzando por encima de las bordas teas resinosas. Nuestros marineros de guardia han impedido que cuatro naves ardieran. Uno de los manípulos de nuestra primera legión tomó vino, o lo que sea, en mal estado, hoy se está retorciendo con el estómago destrozado. Finalmente, parece que los astrólogos se han puesto de acuerdo. Los legionarios que ayer consultaron el zodiaco están aterrados. A todos les vaticinaron el más terrible fin para nuestro ejército, y, finalmente, no parece que nuestros aliados masaliotas nos hayan recibido con mucho entusiasmo. ¿Alguna idea?
Los mandos callaron y bajaron los ojos. Lucio entendió perfectamente lo que pasaba y advirtió a Catón.
─ Los masaliotas, como medio mundo, serían más felices si Roma no existiera. Somos como un pariente incómodo. El resto de lo acontecido es guerra sucia, los agentes de Aníbal nos atacan con todos los medios… Físicos, eliminando a nuestros oficiales; o psíquicos, sembrando la desmoralización. Pero no podemos detenerlos, Masalia es una ciudad libre y estamos en paz con Cartago. Lo mejor es que nos vayamos, lo antes posible...
La flota zarpó a media mañana. Por la noche ancló frente a la bella ciudad de Ágatha, y al día siguiente empezaron a flanquear el territorio sordón. Las columnas de humo que se observaban tierra adentro indicaban que la noticia de la llegada del ejército invasor corría a toda prisa. Puerto Veneris fue la siguiente etapa, cerca ya de la imponente muralla natural de Pirene. Al día siguiente, el XVII antes de las kalendas de junius, la flota encaró la etapa final flanqueando el templo de la Venus Pirenaica. En el extremo de la cumbre una hoguera enviaba algún mensaje.
Desde el puente de la nave capitana, Catón y Lucio contemplaron, con el corazón encogido, los gigantescos peñascos de Pirene hundiéndose en el mar. El miedo y la inquietud ante las fuerzas de la naturaleza impactaban también entre los legionarios. El paisaje era impresionante, roca viva por todas partes con formas caprichosas y siniestras que evocaban, sin duda, el paisaje del Hades. Bajo las claras aguas se podían imaginar los cientos de barcos que se habían estrellado contra las rocas. Los lémures y espíritus de los marineros ahogados desde la noche de los tiempos aún vagaban entre las espumosas aguas. Finalmente, hacia la décima hora, apareció ante ellos la bahía de Rhode, una fina línea de arena enmarcada por un diáfano cielo azul. En el extremo prácticamente se podía intuir Emporion.