La guerra de Catón. F. Xavier Hernàndez Cardona

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La guerra de Catón - F. Xavier Hernàndez Cardona Emporion

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infernal paisaje quedaba superado, habían atravesado los límites entre la Galia e Hispania.

      Rhode, con sus arenas blancas, se abría acogedora, protegida del viento boreal por la muralla pirenaica. Las casetas del lugar parecían abandonadas. Desde el mar, Rhode era una aldea fantasma.

      Una liburna emporitana que patrullaba a la espera de la flota romana les dio la bienvenida. Los griegos se acercaron al quinquerreme de Catón para presentar al cónsul los respetos de la ciudad. Lucio ordenó al centurión de la guardia que desembarcara y efectuara un primer reconocimiento. Un par de botes dejaron dos docenas de legionarios en la playa desierta. El centurión y la tropa avanzaron con mucha prudencia. No se veía nada extraño, con toda probabilidad la gente se había escondido a la espera de acontecimientos.

      De pronto, aparecieron docenas de jinetes íberos. Desde los barcos, miles de expedicionarios contemplaron con horror, impotencia e incredulidad lo que estaba pasando. Los íberos llegaron aullando como lobos. Sus armaduras eran de cuero ennegrecido y al frente destacaba un estandarte con negras colas de caballo. Varios perros de combate, que más parecían lobos, acompañaban a los guerreros. Catón, al escuchar el griterío abandonó por un momento a los emporitanos justo a tiempo para ver cómo la cabeza de uno de sus centuriones saltaba por los aires. El cónsul quedó lívido, la bienvenida era, sin duda, durísima. Los legionarios desembarcados fueron descuartizados en un momento. Un extraño silencio se apoderó del cuerpo expedicionario. Los romanos procedieron a efectuar un nuevo desembarco, pero los agresores habían desaparecido. Un par de manípulos de la primera legión procedieron a ocupar la ciudad y su ciudadela, luego desembarcaron las tropas para descansar. Al día siguiente las legiones embarcarían para alcanzar la etapa final. Sin embargo, Catón ordenó a sus legados asesores y a su guardia que embarcaran en el quinquerreme para partir, inmediatamente, hacia Emporion.

      Indika, campamento de Emporion. La Tierra Libre se prepara para luchar contra el invasor. Maius, junius. Año 558 (mayo y junio del 195 a. C.).

      Tras la expedición a Tibissi, Tildok descansó unos días en Qart-afell, después, con su compañera Melk y su perro Kus, marchó hacia Emporion para unirse al ejército íbero y convertirse en el hombre de confianza del jefe militar Himilcón. La disciplina en el campamento era extrema. Al amanecer, al son de las caracolas se levantaban todos los guerreros. Después de un frugal desayuno comenzaba la instrucción en orden cerrado. Himilcón se quejaba amargamente.

      ─ Ya lo ves Tildok, nuestra gente adquiere adiestramiento, saben maniobrar a la perfección en orden cerrado. Nuestra falange de hoplitas es comparable a la macedónica o, incluso, a esos diabólicos manípulos romanos. Pero sólo son un millar de combatientes. Tengo la promesa de los caudillos de que volverán entrenados y que realizarán ejercicios durante el invierno, pero ya sabes cómo acaban estas promesas... Cuando llegue el verano tendremos muchos guerreros, pero no estarán preparados para maniobras conjuntas.

      ─ Pues es lo que tenemos Himilcón ─respondió Tildok─. Nuestros caudillos van cada uno por su cuenta. Este núcleo que tenemos aquí, mercenarios, layetanos y cosetanos, son el puño de nuestro ejército. Si llegan los romanos, ellos estarán en la vanguardia.

      Tras la instrucción los combatientes trabajaban en la fortificación del campamento. Sectores de la empalizada fueron sustituidos por parapetos de piedra. También mejoraron las tiendas y barracas de alojamiento y las cisternas se arreglaron y llenaron, poco a poco, para garantizar una reserva de agua. Casi sin interrupción hileras de asnos trasladaban ánforas cargadas de agua hasta la cima del campamento. Igualmente, los antiguos silos fueron saneados y dotados con grano. Los ingenieros púnicos, por otra parte, trabajaban en la construcción de tres balistas con capacidad para alcanzar las murallas disparando desde el recinto campamental.

      La percepción de Tildok del conflicto fue cambiando. En un primer momento pensó que era posible una salida negociada. Ahora estaba seguro de que Roma impondría el exterminio de su pueblo. No se podía elegir, la resistencia a ultranza era la única posibilidad. Convencido de la importancia del enfrentamiento se dedicó a entrenar, con más intensidad, a sus 300 guerreros de caballería. Terminaron constituyendo una guardia de aspecto temible: túnicas negras, sagum negro, cascos con crines de caballo, también negros, espadas largas de tipo céltico, kopis y falcatas, pectorales y grebas de bronce, y las caras pintadas con trazos negros que deformaban la visión del rostro. Los pequeños caballos se adornaron con borlas, también negras, y campanillas. El estandarte se construyó con los símbolos de Icra, una media luna creciente de plata flanqueada por dos largas y negras colas de caballo.

      Tildok fue implacable en el adiestramiento de su gente. La actividad era constante, y en cualquier contexto, prescindiendo del frío o la oscuridad. Kus se convirtió en un excelente entrenador. Seguía las indicaciones de Tildok persiguiendo caballos y obligando a los jinetes a montar con rapidez. Tildok e Himilcón mantuvieron el puesto de mando en la zona del antiguo pretorio, lo que había sido el campamento romano de la Segunda Guerra Púnica situado sobre Emporion, y que ahora ocupaban los íberos para bloquear la ciudad. El barracón estaba arruinado pero, convenientemente reparado, suministraba un alojamiento confortable. En su momento, Melk se negó a quedarse en Qart-afell. Había apostado por Tildok y estaba decidida a continuar a su lado contra todo tipo de dificultades. Se trasladó a vivir al campamento. Con el solsticio de invierno quedó embarazada. Adecuaron un pequeño barracón como vivienda, en la zona norte del recinto campamental. En algunas ocasiones Melk pudo entrar en Emporion para pasar buenos momentos con Friné. Para ella fue un periodo maravilloso.

      El comercio, que interesaba a todos, se mantuvo sin interrupción, con las excepciones propias del invierno, pero la actividad extramuros ganaba importancia. Tildok aprovechó la coyuntura para montar un mercado lanero y de pieles en una de las explanadas de la zona norte del campamento, justo sobre las dársenas del puerto franco. Comerciantes y tratantes de lana íberos procedentes del interior y navegantes púnicos, e incluso del área masaliota, frecuentaron el nuevo espacio que brillaba contrastando con una ciudad obsesionada por su seguridad. Tildok apostaba por construir.

      ─ ¿Quién sabe? Si se llega a mantener la paz quizás el viejo campamento se convertirá en una de las grandes ciudades de la Tierra Libre.

      Los días se sucedieron dulcemente para Tildok y Melk, con noches junto al fuego, acoplados bajo el sagum, escuchando las baladas de los bardos, cuyos cánticos, que honraban la memoria de los héroes íberos en las guerras de Sicilia y Grecia, competían con el feroz ruido del viento boreal. La plácida visión del centelleo de las lucernas en los barcos del puerto y en las ventanas de la ciudad parecía augurar el advenimiento de una nueva época de respeto y diversidad entre los pueblos del mar Occidental. La primavera se desplegó de manera inexorable y llegó lo que los romanos denominaban el mes de martius, dedicado a Marte, el dios de la guerra. Los íberos sabían que en ese momento, los nuevos cónsules de Roma procedían a reclutar el ejército mediante la agere dilectus y, presumiblemente, uno de los ejércitos consulares marcharía inmediatamente hacia Emporion. En los idus de martius, purificaban a los caballos en la ceremonia del Equirria, el XIV antes de las kalendas de aprilis se purificaba el ejército entero en el Campo de Marte y el X antes de las kalendas de aprilis se purificaban las trompetas y, entonces, sólo entonces, la guerra podía comenzar. Para los íberos se iniciaba el compás de espera. El ejército consular podía aparecer a principios de aprilis. Pero martius pasó y aprilis avanzaba sin que ni siquiera llegaran rumores del más mínimo intento romano. Las redes de escucha y observación se mantenían vigilantes. Cuando el ejército romano se pusiera en marcha, o incluso antes, Tildok e Himilcón lo sabrían e inmediatamente comenzaría la movilización general. Himilcón empezó a mostrarse optimista. Quizás no llegarían... quizás Roma había renunciado. Contrariamente, Tildok sabía que vendrían ese año, lo presentía. Pero llegó el mes de maius y nada pasaba, la movilización general de los íberos no tenía sentido... Pero el momento fatídico llegó.

      Las

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