La guerra de Catón. F. Xavier Hernàndez Cardona

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La guerra de Catón - F. Xavier Hernàndez Cardona Emporion

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esperaba.

      ─ Escipión quiere saber si Catón tiene beneficios en la campaña, y tú nos informarás. Y también trabajarás para que el suministro de pertrechos quede en manos de Servius Sura. Sí, efectivamente... el hermanastro de Valentina, que, por si no lo sabías, es de nuestro partido... y que además, es cuñado del prefecto Antonino Varrón, ya sabes, el jefe de la policía.

      Los matones acompañaron las explicaciones con una discreta sesión de golpes que recalcaban los puntos clave del discurso. Lucio, con poca fortuna, intentó asentir

      ─ Sevicius Puras, de acuerdo, de acuerdo...

      La pronunciación no gustó a los matones que le dedicaron una serie adicional de patadas y golpes.

      ─ Es Servius, Servius, Ser-vi-us… Sura, cuñado de Antonino Varrón a quien, sin duda, debes conocer debido a la tu, digamos... ¿Amistad? con Valentina. Por cierto, mientras esperaba he leído unas cartas, probablemente femeninas, que he encontrado en tu baúl y en las que tú y una mujer, y espero sinceramente que no se trate de ella, jugáis a Medea y Jasón. Son muy cursis y describen una relación que tiene mucha gracia... Seguramente también le resultarán simpáticas a Antonino si las llega a leer. Las he dejado en su sitio, como muestra de buena voluntad... En fin, estás avisado, Sura debe ser el suministrador principal del ejército consular y sin ningún problema. ¿Lo has entendido? Tienes que apoyar a Sura, nadie le debe discutir los precios...

      Los facinerosos clavaron en el cuerpo de Lucio una nueva tanda de golpes contundentes, después desaparecieron. Lucio empezó a maldecir las veleidades literarias de Valentina mientras guardaba en un fardo la espada, el puñal, un par de túnicas, unas cáligas de repuesto y una bolsita con monedas de plata. Quemó las cartas comprometedoras, escribió una nota para Valentina, bajó rápido a la fullónica de la viuda Antonia y le pidió permiso para lavarse en una de las tinas. La viuda, dulzona, se deshizo en sonrisas y le ayudó a desnudarse.

      ─ Lucio, ya no tienes edad para pelearte. ¿Has visto qué cara te han puesto? Cásate conmigo y olvídate de todo. No tendrás que trabajar y te mantendré gordo como un cerdito. ¡A ver! ¿Déjame inspeccionar los daños? ─Antonia empezó a comprobar los desperfectos en el cuerpo de Lucio─. Un ojo totalmente morado. ¡Mmmh...! Nariz sangrante, suerte que no te la han roto. Labio partido... moratones en las costillas... nada serio. Si todavía conservas los genitales me interesas, déjame hacerte la inspección.

      ─ Gracias Antonia, eres un encanto y tú y yo sabemos que algún día nos casaremos, pero ahora todavía no. Marcho a la guerra... con Catón. Toma esta nota, por favor, ya sabes a quién tienes que darla, a mi amiga, a Valentina. Que le llegue personalmente y con discreción. Los chulos de Escipión quieren mi piel, y mis genitales y, si vuelvo con ellos, podrás continuar la inspección.

      ─ Vaya, aquella flaca que te visita... Bueno, lo haré, ya sabes que simpatizo con Catón. ¡Umm! ¡Qué pedazo de hombre! ¡Qué olorcillo de cebollino! Cumpliré tus encargos pero tengo que recordarte que esa chica no te conviene. Olvídala, sólo te traerá problemas.

      Lucio llegó a la carrera hasta la Curia Hostilia. Catón, su estado mayor, lictores y sirvientes, estaban montando en sus cabalgaduras y a punto de irse.

      ─ Vamos, Lucio que llegas tarde. ¡Vaya! Veo que has tenido una última conversación con alguno de tus amigos ─precisó Catón sin inmutarse pero escrutando las huellas de la lucha en la cara de Lucio.

      ─ Amigos míos no, han sido los tuyos. Parece que los sicarios de Escipión han descubierto muy deprisa que trabajo para ti.

      ─ Vaya, lo siento... espero que no te causen más problemas. Como ves, vamos a caballo, hay prisa...

      El grupo salió al trote, con discreción y sin protocolo, hacia la puerta del Campo de Marte para tomar la carretera de Ostia. En cuatro horas llegaron a la zona de embarque e inmediatamente subieron a un quinquerreme. Claudio y Manlio, los nuevos pretores de Hispania, hicieron formar algunas tropas que vitorearon a Catón. Desde los quinquerremes y buques de transporte de la base centenares de marineros saludaron al cónsul. En los próximos días estas fuerzas también debían partir hacia la Ulterior y la Citerior. El cónsul levantó los brazos y correspondió al saludo desde el puente de la nave que, a golpe de remo, remontó el estuario del Tíber.

      El quinquerreme pronto ganó mar abierto y viró hacia el norte. A la derecha se intuyeron sucesivamente Castrum Novum y Tarquinia. Al llegar frente a la ciudad de Cosa le esperaban diez grandes naves de los aliados, así como una veintena de naves más pequeñas cargadas de pertrechos. Allí pasaron la noche. El día IV antes de las nonas mayas, de madrugada, formaron un convoy. Las naves siguieron la estela del quinquerreme que, utilizando los remos, pronto las dejó atrás. Ya entrada la noche llegaron a Populonia.

      La personalidad de Catón seguía sorprendiendo a Lucio. Hablaba muy poco, departía tranquilamente con el capitán y actuaba con gran sencillez, y compartía su comida con la marinería. Su cabina no tenía ningún lujo y sus tres asistentes mantenían con él una relación respetuosa pero al mismo tiempo muy franca. Frente a Populonia, organizó una pequeña conferencia con los responsables de la flota. Se decidió que las naves pequeñas de abastecimiento irían directamente a Elvia y Corsica para dirigirse a Olbia y Masalia. Las naves con tropas debían hacer navegación de cabotaje, pero las de abastecimiento podían avanzar directamente practicando navegación de altura. La madrugada del día III antes de las nonas mayas, el quinquerreme prosiguió la carrera hacia el norte, seguido por el resto de los barcos. Las costas de Etruria se deslizaban por la amura derecha. El paso del buque insignia fue la señal para que zarparan otras diez grandes naves aliadas del Puerto Pisanu, en la desembocadura del Arnús.

      Costas ligures y masaliotas. Puerto de Luni (puerto de Luna, cerca del antiguo Portus Veneris, la actual La Spezia, al norte de la Toscana). Nonas mayas, año 558 y días sucesivos (del 5 al 11 de mayo del 195 a. C.).

      El día III antes de las nonas mayas, justo cuando el Sol se ponía sobre el mar, el quinquerreme de Catón llegó al puerto de Luna, una entrada natural en la costa que ofrecía una excelente protección a los navegantes. A Lucio el espectáculo le pareció impresionante. Veinte grandes naves estaban ancladas en el centro del puerto. Eran las que había asignado el Senado para la campaña, y las que acompañarían al ejército consular mientras ésta durara. En las riberas acampaban las dos legiones asignadas a Catón, el nervio del ejército romano. Cientos de hogueras, sumadas a los destellos basculantes de los faroles de los barcos, generaban una atmósfera irreal que se complementaba con el rumor que emergía de miles de voces en alegres conversaciones. El sonido de las tubas y los gritos indicaban que todavía iban llegando centurias atrasadas...

      Catón se preparó para desembarcar. Aparentemente estaba tranquilo pero en realidad una fuerte emoción se materializaba en su pecho y garganta, sus pensamientos volaban independientes de sus movimientos físicos. Iba observando todo al tiempo que conversaba consigo mismo...

      ─ Bueno, Marco Porcio, por fin llega tu oportunidad. Ahora debes materializar tu proyecto, no puedes fallar, hay que actuar con generosidad y decisión. ¡Qué bonito espectáculo! Es el momento de empezar a forjar esta masa y convertirla en una máquina imparable.

      El cónsul bajó del quinquerreme con los lictores en formación y respetando el protocolo. Acompañado por Lucio, Aulo Varrón, comandante de la flota, y por el secretario Anaxágoras, se dirigió a la gran tienda pretoria que presidía el campamento. En el exterior había formado un grupo de legionarios seleccionados, la guardia consular de honores. En el interior esperaban mandos y oficiales de las dos legiones y de las alas aliadas. Los cuatro tribunos de confianza de Catón: Lelio Tulio, Máximo Constante, Marco Camilo y Mario Emilio, sonrieron

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