Guía para ser un ceo exitoso. Jorge Iván Gómez Osorio
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La demanda es un concepto que proviene de la economía y, específicamente, de la microeconomía; explica una relación entre los precios de un bien y la cantidad de personas que lo solicitan: a mayor número de personas que demandan ese bien, hay más posibilidades de que aumenten sus precios. Pero también puede suceder a la inversa: a menor número de personas que deseen ese bien, menor será su precio. En resumen, la ley de la demanda actúa en función de la disponibilidad de un bien, la escasez o sus existencias (Nicholson, 2006).
La importancia de la ley de la demanda es capital en el campo de la dirección de empresas, por cuanto las empresas transan bienes disponibles o escasos, y la rentabilidad de esas transacciones se determina por relaciones entre precios y volumen. En consecuencia, los precios de los productos y sus cantidades determinan la generación de ganancias de la empresa en el corto plazo. Esto quiere decir que el conocimiento, el análisis y la gestión de los productos y servicios de la empresa, respecto a precios o volumen, se constituyen en elementos centrales de la actividad de un director general, debido a que esta situación se convierte en una condición necesaria para la continuidad y el éxito de la empresa de cara a sus principales stakeholders (grupos de interés).
En el campo de la dirección de empresas, los elementos centrales de la demanda son los precios. A su vez, los precios se determinan por unas condiciones externas, como la intensidad de la competencia, las posibilidades de nueva competencia, la incursión de bienes o servicios sustitutos o las preferencias de los clientes, mientras que la oferta de la empresa se compone de elementos como el capital, los recursos, las materias primas, los proveedores y los empleados. El resultado de esta situación dentro de la empresa, en cuanto a la oferta y la demanda, contribuye a generar ganancias o pérdidas. Por ejemplo, un mercado con alta competencia genera menores precios y esto lleva a ganancias reducidas de las empresas; lo cual, en último término, afecta el desempeño de la empresa y, por ende, a las decisiones de la alta dirección.
En consideración de lo anterior, un elemento que la dirección debe sopesar a la hora de dirigir la empresa es comprender y gestionar los elementos centrales de la demanda económica. Por un lado, están los precios —que son el resultado del tipo de producto—, por otro, está la competencia, porque esta determina el número de empresas que se disputan los recursos de un mercado, y, finalmente, están las condiciones generales de ese mercado en términos geográficos, demográficos, sociales y políticos y, sobre todo, las preferencias individuales y colectivas.
Con respecto a este punto, en las ideas de Andrews se evidenciaba un vacío, que podía explicarse por entender que el conocimiento y la gestión de la demanda eran asuntos específicos (es decir, pertenecían a las áreas funcionales de una empresa, como la comercialización, las ventas o el marketing), pero no pertenecían al ámbito y a las funciones de la dirección general.69
La función de la demanda, respecto a precios, productos y servicios (actuales y potenciales), y la intensidad de la competencia son elementos que deben incluirse como parte de las funciones y responsabilidades de la dirección general, puesto que se trata de aspectos que determinan el futuro y la continuidad de la empresa y forman parte de su naturaleza comercial. Por su lado, Andrews (1980) describió este aspecto como la misión económica de la empresa y como una función esencial de la dirección general, pero no desarrolló el concepto.
¿Cuáles son las actividades esenciales para asegurar el cumplimiento de los fines básicos de la empresa, como la continuidad? Es la gran pregunta con respecto al quehacer del director general. Sin embargo, para Andrews, la consideración por el mercado, los clientes y el negocio no era esencial; le resultaba importante, pero no esencial.
Su colega en BP, Michael E. Porter, descubrió ese vacío y, desde finales de la década de 1970, presentó los resultados de sus primeros trabajos en este campo. Las ideas de Porter tuvieron un gran éxito en la HBS, lograron un crecimiento del campo de la consultoría y, sobre todo, lograron un impacto considerable en la comunidad de los negocios y, específicamente, con los directores generales.
Fue entonces que Porter comenzó a liderar la corriente dominante que sería vigente por mucho tiempo, como se expondrá con detalle más adelante, mientras que Andrews y sus ideas quedaron relegadas. El problema fue que Porter prescindió de los otros elementos del proceso de la dirección general, que, en su momento, habían construido Andrews y Christensen en el grupo de Business Policy.
Ausencia de conceptos sobre las relaciones entre la dirección general y la propiedad
Andrews desarrolló el proceso de dirección general sin tomar mucho en cuanta a los propietarios de la empresa. En el presente apartado se desarrolla este punto y se enfatiza en la importancia de una relación constructiva entre la propiedad de la empresa y la dirección, dado que una sana relación posibilita un clima positivo para la toma de decisiones, la creación de confianza y, sobre todo, asegurar la continuidad de la organización.
Andrews fue un estudioso del gobierno corporativo mediante la comprensión de uno de su órgano de gobierno, a saber, la junta directiva. No obstante, su óptica del gobierno corporativo se redujo a tres puntos de vista generales: el papel de la junta en el diseño y la aprobación de la estrategia, el proceso de una junta directiva en la toma de decisiones estratégicas y la generación de equilibrios de las metas entre el corto y el largo plazo (Andrews, 1980; 1981). Así, el problema radicó en que Andrews no estableció una relación conceptual entre la dirección general de la empresa y la propiedad de esta en términos de sus poderes, expectativas y preferencias.
De igual modo, Andrews tuvo una visión lineal de la dirección general, dado que concibió al director general en la cúpula de la pirámide, por debajo del cual se encontraban las áreas funcionales de la empresa (marketing, operaciones, recursos humanos, contabilidad y finanzas, entre otras); y, con base en esta visión, construyó toda su teoría sobre la preponderancia jerárquica del director general en toda la organización. Sin embargo, el punto que omitió es que la dirección general también tiene una línea de reporte y de relaciones verticales hacia arriba, a través de una junta directiva, y por encima de los propietarios.
Dichas relaciones entre dirección y propiedad son fundamentales para entender el grado de poder de un director general, el tipo de equilibrios de poder que se generan en la organización y, sobre todo, la fuente de poder último. Este tema, que es denominado por algunos autores como la configuración institucional70 y constituye uno de los mayores retos de un director general, porque un manejo eficaz de los mecanismos de poder genera una buena convivencia entre los propietarios y los socios. Por el contrario, un mal manejo produce conflictos, rupturas y pérdidas de confianza. Sorprende que Andrews, quien conocía el gobierno corporativo y lo había estudiado previamente, no desarrollara sobre el particular.
Como ya se ha mencionado, Andrews era una persona que estaba convencida de la necesidad de desarrollar la ética y la moralidad de los directivos y, en general, de las organizaciones. Orientó este esfuerzo, primordialmente, a desarrollar el carácter y el contenido de las decisiones del director general; sin embargo, no alcanzó a vislumbrar el gobierno corporativo como una fuente de generación de confianza para los stakeholders de la empresa mediante la transparencia en la toma de decisiones. Es decir, no anticipó la importancia del gobierno corporativo como un sistema de generación de comportamientos éticos en la organización, gracias a que este ayudaba a generar sistemas de control, cultura de la rendición de cuentas y, sobre todo, equilibrios de poder.
En resumen, Andrews enfocó el gobierno corporativo en un solo aspecto: el de la estrategia, pero su visión