Nelson Mandela. Javier Fariñas Martín

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Nelson Mandela - Javier Fariñas Martín страница 6

Nelson Mandela - Javier Fariñas Martín Caminos

Скачать книгу

determinaría buena parte de su vida.

      El traslado a Qunu supuso una metamorfosis en muchos aspectos, pero en otros la vida continuó siendo la misma. Su padre visitaba a sus esposas e hijos por turnos.

      Una noche, cuando Nelson tenía 9 años, se encontró a Nkosi tumbado en la cabaña. Tosía y tosía. Acostado, no hacía nada más que toser. Nosekeni y otra de las esposas de su padre, Nodaymani, cuidaron de él varios días y varias noches. Aquejado, aunque nunca diagnosticado, de una enfermedad pulmonar, el padre de Nelson murió como vivió, fumando. Todavía muy pequeño para asumir la magnitud de lo que se le escapaba entre los eternos cigarrillos, el pequeño Nelson sintió la orfandad como el náufrago la soledad del mar. Allí estaba él, solo frente a la inmensidad de la vida. En el momento de fallecer Nkosi, su descendencia era de trece hijos, nueve chicas y cuatro chicos, de los que Nelson era el más joven de los varones.

      Después de unos días, su madre decidió enviarlo a Mqhekezeweni para ser criado por Jongintaba Dalindyebo, el rey de los thembus, que quería que Nelson fuera consejero de su hijo cuando este se convirtiera en rey. Justice, que así se llamaba el chaval, fue su mejor amigo de infancia y juventud. De algún modo, tanto Jongintaba como Justice asumieron el rol de la figura paterna que Nelson acababa de perder.

      Sin padre, ahora le tocaba despedirse de su madre. Esta ni le besó, ni le aconsejó. Hablaron poco, como siempre. Más que por frialdad fue una opción de Nosekeni para que el hijo, de 9 años, no se sintiera desamparado. Solo le dijo «Sé fuerte, hijo mío»2.

      Falta le iba a hacer a aquel niño, que pasaba de un rincón perdido del Transkei, Qunu, al centro de poder de los thembus. Todo era nuevo. La vida, pero también las aspiraciones. Con 9 años no era consciente de lo que quería para su futuro. Hasta ahora, los sueños personales no iban más allá de los juegos colectivos y las historias regaladas por sus progenitores. Todo un sistema de valores que podía entrar en crisis con el cambio de vida. No obstante, a pesar de la edad, también fue consciente de que aquella podía ser una puerta a oportunidades impensables hasta ese momento.

      Su paso por la escuela metodista de la señorita Mdingane preludió el ingreso en otro colegio de la misión metodista de Mqhekezweni, situado junto al palacio del jefe thembu. Además de la lengua xhosa, Nelson Mandela comenzó a estudiar inglés, geografía e historia. Por aquel entonces, la historia que se impartía en las aulas estaba muy vinculada al pasado colonial de Sudáfrica. El nacimiento de la nación estaba fechado en 1652, cuando Jan van Riebeeck llegó al Cabo de Buena Esperanza. Solo la tradición oral, especialmente a través de Zwelibhangile Joyi, uno de los ancianos que frecuentaban la casa real de los thembus, le hizo conocer, con matices, los orígenes de su pueblo. Ahí, entre humos y humores, a la sombra de los libros y de las tradiciones, Nelson Mandela se abrió a la historia de su tierra. La versión oficial, la que se enseñaba en los colegios, estaba en tinta de color blanco.

      Aunque Jongintaba Dalindyebo trataba a Nelson del mismo modo que a sus dos hijos, Justice y Nomafu, su vida no estaba exenta de responsabilidades adecuadas a su edad. Nelson ocupaba en la casa real una figura parecida a la de un recadero, aunque también realizaba otras labores que, de forma sorprendente, agradaban a un chico de pocos años. Entre estos trabajos estaba el de planchar los elegantes trajes que solía llevar el regente. Puede que aquí estuviera germinando la pasión por el bien vestir que acompañó años después, y hasta su fallecimiento, a Nelson Mandela. En poco tiempo pasó de cuidar rebaños a planchar trajes.

      Estudio. Trabajo. Y vida religiosa. Desde el día de su bautismo, Mandela no había vuelto a pisar una iglesia. Ese absentismo duró hasta que llegó a Mqhekezweni. El regente, hombre riguroso con su fe, iba a la iglesia todas las semanas, y aquella cercanía con la comunidad metodista hizo que el ahijado de Jongintaba Dalindyebo pusiera en valor el trabajo que los misioneros estaban realizando en la zona. Funcionarios y agentes de policía, oficios por los que suspiraban los negros del Transkei, se formaban en la misión de Mqhekezweni.

      Sin embargo, aquella proximidad con lo sagrado le llevó a recibir la primera y única paliza que le infligió el regente. Un domingo Nelson decidió, como cualquier chiquillo, sustituir el oficio religioso por una buena pelea con los chicos de un pueblo vecino. Cuando el regente y su esposa se enteraron, le propinaron un severo castigo que hizo entrar en razón a Nelson, para quien la fe pasó a ser insustituible..., al menos los domingos.

      Aquellos escarceos con ambientes poco propicios para el estudio y el aprendizaje hicieron que Jongintaba Dalindyebo tomara ciertas precauciones. Lo hacía por el propio Nelson, pero también por su hijo Justice. Si el primero debía ser uno de los consejeros del futuro rey de los thembus, tenía que preocuparse de que aquel no se deslizara por la pendiente equivocada, por eso evitaba en lo posible que se alejara de su zona de influencia. En lugar de enviarle a Qunu para que viera a su madre, hacía que Nosekeni Fanny viniera a Mqhekezweni a visitar a su hijo. Aquellas restricciones privaron a Nelson de la compañía de su primo, Alexander Mandela. Pronto se acostumbró a que la vida era una constante ruleta en la que toca elegir y descartar. Optar para fallar o acertar.

      En el crecimiento de Nelson Mandela tuvieron cierta importancia los sermones dominicales del reverendo Matyolo que, además de poner rostro a las enseñanzas sobre la fe, era también el padre de Winnie, su primer gran amor preadolescente. Pero la hermana de la chica, Nomampondo, hizo lo posible y lo imposible por convertir al imberbe Nelson en un gañán a ojos de su hermana. Aunque Winnie le había dado un juvenil «sí, quiero», aquella relación no pasó de un amor efímero que terminó cuando la joven cambió de escuela.

      La formación en la capital de Thembulandia no se limitaba a lo aprendido en la escuela, sino que el regente le hizo partícipe de numerosas reuniones de su corte: «Mandela adquirió a una corta edad muchos de los peculiares hábitos que lo caracterizan. Uno de los más importantes, derivado de su educación tradicional en Thembulandia, era escuchar con atención a los mayores y a todo aquel que hablara en las reuniones tribales, y observar cómo se llegaba poco a poco a un consenso bajo la dirección del rey, el jefe tribal o jeque. Tanto las autoridades convencionales como las instituciones educativas en las que estudió Mandela exigían esos hábitos de disciplina, orden, autocontrol y respeto por los demás»3.

      Buena parte de todo eso lo aprendió de la mano de Jongintaba Dalindyebo, quien mostraba una gran capacidad de escucha, incluso ante los mayores agravios de los jefes tribales que se daban cita en aquellas reuniones, en las que al final prevalecían la síntesis y el consenso. Fueron las primeras lecciones prácticas de democracia que recibió el joven Nelson, muy lejos todavía del liderazgo que se habría de ganar y mantener en el Gobierno de Pretoria y, antes, en el Congreso Nacional Africano. Pero las bases se sentaron en Mqhekezweni.

      Justice y Nelson crecieron a la par. Y los procesos vitales también caminaron por el mismo sendero. Cuando a los 16 años llegó el momento de la circuncisión, también. Aquel proceso, en la tradición xhosa, no era tanto un procedimiento quirúrgico como el tránsito a la edad adulta. Justice y 26 jóvenes más formaban aquel grupo de chavales que, al término de aquel paso, serían considerados como adultos por el resto de la comunidad.

      Tyhalarha, un valle a orillas del río Mbashe, fue el lugar elegido para instalar las chozas donde conviviría la muchachada hasta que llegara el momento. Las noches se fueron sucediendo en un ambiente de camaradería en el que destacó Banabakhe Blayi que, «aunque no sabía leer ni escribir, era uno de los más inteligentes entre todos nosotros. Regalaba nuestros oídos con historias de sus viajes a Johannesburgo, lugar que ninguno habíamos visitado. Nos emocionó tanto con sus relatos de las minas, que estuvo a punto de persuadirme de que ser minero era más atractivo que ser monarca. Los mineros tenían su propia mística: ser minero significaba ser fuerte y audaz, el ideal de la hombría. [...] En aquellos tiempos, trabajar en las minas era un rito de paso casi tan importante como la circuncisión, un mito que beneficiaba a los propietarios de las minas más de lo que ayudaba a mi pueblo»4.

      El

Скачать книгу