Tocado y transformado. Margarita Burt

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Tocado y transformado - Margarita Burt

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      INTRODUCCIÓN (¡QUE NO SE DEBE SALTAR!)

      TÚ ERES JACOB

      La historia de Jacob es tu historia. En cambio, la historia de José es la de Jesús, el perfecto, el que fue el favorito de su Padre, obediente hasta la muerte, rechazado por sus hermanos, traicionado, vendido, hecho esclavo, acusado falsamente, encarcelado, reivindicado, exaltado y puesto en el lugar de autoridad, desde donde perdonó a sus hermanos y los sostuvo por pura gracia. Fue Jesús quien pudo decir supremamente: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gn. 50:20); “porque convenía que aquel que habiendo de llevar a muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (He. 2:10); “y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (He. 5: 9). Jesús, “siendo en forma de Dios… se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:6-11). Fue humillado y exaltado; esta es la historia de José, y la de Jesús.

      No es así la historia de Jacob. Jacob fue el imperfecto, el engañador, un hombre con una asombrosa mezcla de carnalidad y espiritualidad, que quería ante todo la bendición de Dios, pero la procuraba por medios carnales. ¡Pecaba para ser bendecido! Al igual que él, usamos la espiritualidad para nuestros fines y la carnalidad para servir a Dios. Queremos ser espirituales a nuestra manera, con nuestro “yo” como factor predominante. No queremos renunciar a nuestra voluntad. No doblegamos nuestro orgullo. Regateamos con Dios. Le ponemos las condiciones para que Él sea nuestro Dios. Si nos consiente lo que pedimos, ¡le concederemos el honor de ser nuestro Dios!

      También nos llevamos mal con el hermano. Deseamos obtener ascendencia sobre él y estamos dispuestos a usar los métodos engañosos a nuestro alcance para conseguirla. Le tenemos envidia. Queremos ser más bendecidos, más ricos y más queridos que él. Le ofendemos, lo sacamos de su lugar para ocuparlo nosotros. Deseamos servir a Dios pero, como el hermano nos estorba, lo quitamos de en medio.

      Todos somos Jacob, tenemos una increíble mezcla de espiritualidad y carnalidad. Deseamos la bendición de Dios, pero no queremos renunciar a nuestro pecado para tenerla. Hacemos nuestra voluntad y pedimos que Dios la bendiga. La historia de su vida es la historia de la nuestra, de cómo Dios busca al pecador y lo convierte en santo.

      Al igual que Jacob, nuestro problema es el engaño. No andamos en la perfecta luz de Dios. Necesitamos experimentar la convicción de nuestro pecado y la salvación. Un día, Dios nos sale al encuentro: las consecuencias de lo que hemos hecho nos alcanzan, cosechamos lo que hemos sembrado y nos encontrarnos cara a cara con la muerte, con nosotros mismos y con Dios. Entramos en lucha con Dios y, finalmente, somos quebrantados por el toque sobrenatural de Dios y nos rendimos. Desde aquel momento nuestra vida cambia.

      Así es la conversión, un encuentro verdadero con el Dios vivo y con las consecuencias de nuestro pecado, encuentro en el cual Dios nos salva y nacemos de nuevo. Es entonces cuando Dios realmente llega a ser nuestro Dios y nosotros sus hijos y herederos. Implica el quebrantamiento y la rendición de nuestra voluntad para ser sus obedientes y humildes siervos. Produce un cambio en nuestro caminar caracterizado por nuestra dependencia de Dios, la reconciliación con el hermano ofendido y la adoración y el reconocimiento de Dios como nuestro Dios. Dios nos da un nuevo nombre escrito en el Libro de la Vida, nombre que se corresponde con esta nueva persona que somos en Cristo. De su parte recibimos “la bendición”, la bendición que Jacob robó a su hermano. ¡Cuando lo hizo, poco sabía que para poder tenerla tendría que ser quebrantado y convertido!, pero Dios sí lo sabía y en su amor y misericordia lo condujo al lugar donde se encontraría cara a cara con Él y sería librada su alma. La transformación es radical. El nuevo hombre no tiene nada que ver con el anterior. Jacob el engañador se ha convertido en Israel, el embustero en “un verdadero israelita en quien no hay engaño” (Jn. 1:47). Ha encontrado “la casa de Dios y la puerta del cielo”. Este es el mismo viaje espiritual que hemos de realizar nosotros para heredar la Tierra que Dios prometió a Abraham y sus descendientes, la Jerusalén de arriba, la verdadera Tierra Prometida.

      La historia de Jacob es la nuestra. Necesitamos un encuentro personal con Dios: su toque, su quebrantamiento, la confesión de nuestro viejo nombre, es decir, de lo que somos en la carne, y el perdón de Dios por la muerte de Cristo, nuestro substituto. Entonces Dios nos limpia, nos perdona, nos acepta como sus hijos, nos transforma y nos da un nuevo nombre. Le adoramos como nuestro Dios. Empezamos un nuevo caminar con Él. Recibimos sus promesas de forma muy particular y entramos en la vida de bendición. Pasamos el resto de nuestra vida alabando a Dios y bendiciendo al prójimo.

      En estas meditaciones sobre la vida de Jacob tocaremos todos estos temas, nos veremos reflejados en el trato de Dios hacia nuestro hermano, veremos la maravillosa gracia de Dios en acción. Al igual que en el caso del Jacob anciano, nuestro corazón no está en Egipto, sino en Canaán. Este mundo no es nuestro hogar. Nuestro corazón está en la tierra de la promesa, donde viviremos eternamente. Y nuestra única posesión en este mundo es una tumba. Somos destinados a la gloria.

      Somos el nuevo Israel en Cristo Jesús, herederos de todas las promesas dadas a los patriarcas, descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, tan terrenales como un grano de arena que está a la orilla del mar, y tan gloriosos como una estrella del cielo (Gn. 22:17). A nosotros nos es prometido el reino donde comeremos y beberemos con Abraham, Isaac y Jacob como sus descendientes espirituales. Allí conoceremos y veremos ¡al Jacob glorificado!, y alabaremos a Dios por su magnífica obra realizada por la preciosa Sangre de Jesús y por el poder transformador del Espíritu Santo, para la eterna alabanza de la gracia de Dios.

      Espero que llegues a amar a este Jacob, a maravillarte con el Dios de Israel, y que te goces juntamente con él como heredero de las mismas promesas. Que su Dios, el Dios de Israel, te bendiga al meditar en la vida de este santo.

      PRIMERA PARTE:

      TOCADO Y TRANSFORMADO.

      LA VIDA DE JACOB

      1

      EL DIOS DE JACOB

      “Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,

      cuya esperanza está en Jehová su Dios”

      Salmo 146:5

      “Bienaventurado (feliz) aquel cuya esperanza está en Jehová su Dios”. Nuestra esperanza está puesta no en lo que Dios haga o deje de hacer, sino en Dios mismo. Los hombres acuden a los adivinos para saber lo que el futuro les depara, para esperar en ello; nuestra esperanza está en Dios, no en el futuro que pensamos que nos dará. Dios decidirá qué hacer. La esperanza está puesta en su Persona, su plan perfecto, su sabiduría, su poder, su amor, su identificación con nuestra situación, su presencia en medio de ella, y en sus buenos propósitos para nuestras vidas. Esperamos en Él, y Él hará.

      “Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob”. ¿Quién es Jacob? Es el hijo de Isaac que engañó a su hermano y huyó a casa de su tío Labán. Era tramposo, embustero, ladrón y engañador. ¿Cómo es el Dios de Jacob? Para contestar adecuadamente a esta pregunta es necesario hacer un estudio de su vida (Gn. 25-50), porque el trato de Dios con él revela muchas cosas acerca de Dios que no conoceríamos de otra manera. Dios ha escogido revelarse en términos de cómo se relaciona con los hombres. Es el Dios de Abraham,

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