Tocado y transformado. Margarita Burt
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Nuestra esperanza está en este Dios, el Dios de Jacob, tal como se reveló a él. Él es nuestro ayudador y, así como ayudó a Jacob, nos ayudará a nosotros. En tiempos de lágrimas, en tiempos de sorpresas milagrosas y en tiempos normales, es el Dios que usará todo ello para revelarse a generaciones futuras como el Dios de Margarita, o el Dios de Pepita, o el Dios de Paco. Es el Dios de penas y milagros, obrando en todo para revelarse a un mundo que lo necesita.
2
JACOB
“En cuanto a la elección de Dios, son amados por causa
de los padres, porque los dones y el llamamiento
de Dios son irrevocables”
Ro. 11:28-29
De la misma manera que José es un tipo de Cristo, Jacob es un tipo de todo creyente. En el trato que tuvo Dios con él, reconocemos cómo trata Dios con nosotros.
Este hombre nació luchando; ¡era competitivo desde antes de nacer! Quería la preeminencia sobre su hermano, conflicto que iba a marcar toda su vida. De mayor siguió siendo una persona que luchaba por lo que le interesaba. Era ambicioso, engañador, tramposo y deshonesto; pero, a la vez, tenía hambre y sed de Dios. Era carnal y espiritual, las dos cosas. Temía a Dios, pero engañó a su padre y robó a su hermano. Es un ejemplo de la lucha que describe el apóstol Pablo entre la carne y el espíritu: “Veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:23-24).
Jacob quería la bendición de Dios, pero empleaba métodos carnales para conseguirla, como algunos creyentes de hoy que quieren servir a Dios pero usan métodos carnales para hacerlo. Quieren servir en la alabanza, por ejemplo, y quitan de en medio a otros para ocupar su puesto. Quieren servir en la escuela dominical y no dejan que nadie más toque su terreno. Hacen la limpieza y dimiten si no pueden hacerla a su manera. Organizan una salida y, si no pueden tener todo el control del evento, montan un número. Estos generan conflictos. No se someten a la autoridad de la iglesia. Quieren protagonismo y ministerio a la vez, sin entender la relación entre la humildad y el servicio. ¿Qué les pasa? Lo mismo que nos pasa a todos: ¡Queremos la bendición de Dios sin la muerte de la carne!
La vida de Jacob muestra cómo Dios lleva a un hombre carnal, hijo de creyentes, hasta el límite de sí mismo. Tales personas no son aceptables a Dios en su carne, pero Dios no puede abandonarlas a su carnalidad, porque son destinatarias del reino por la fe de sus padres (Ro. 11:28). La historia de Jacob es la historia de alguien a quien Dios eligió para formar parte de su familia, e ilustra cómo obró Dios en su vida para ponerlo en condiciones de conseguirlo. Tuvo que experimentar el resultado de toda su carnalidad, pero esto en sí no era suficiente. Una persona puede verse en la miseria a causa de sus propias decisiones procedentes de una personalidad carnal, egoísta, deshonesta, engañadora y mentirosa, como en el caso de Jacob, estar a punto de perder la vida por su propia culpa a mano de los enemigos que ha conseguido por su carácter retorcido, ¡y todavía no rendirse a Dios! ¿Qué más hace falta para quebrantarse? El toque personal de Dios.
Y esto es lo que tenemos ilustrado tan gráficamente en la vida de Jacob. Jacob es como nosotros, y su historia es la nuestra. Es la persona a la que Dios pretende salvar. Con Jacob, Dios nos muestra cómo lo hace. La historia de Jacob es la historia de la fidelidad y misericordia de Dios en la vida de alguien a quien va a recibir como hijo.
3
SU NACIMIENTO ESPECIAL
“Estos son los descendientes de Isaac hijo de Abraham:
Abraham engendró a Isaac, y era Isaac de cuarenta años
cuando tomó por mujer a Rebeca”
Gn. 25:19
La Biblia está llena de nacimientos especiales: los de Isaac, Jacob, Sansón, Samuel, Juan el Bautista y, por supuesto, el Señor Jesús. Notemos que tanto Isaac como Jacob nacieron por una intervención directa de Dios. La sagrada línea que iba a dar nacimiento al Mesías se habría truncado desde sus inicios con el mismo Abraham si Dios no hubiese concedido hijos de manera sobrenatural tanto a él como a Isaac.
Isaac y Rebeca llevaban veinte años casados y no tenían descendencia: “Y oró Isaac por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer. Y los hijos luchaban dentro de ella” (Gn. 25:21-22). Dio a luz gemelos: Esaú y Jacob. Estos niños nacieron por un acto soberano de Dios acompañado de una profecía: “Dos naciones hay en tu seno, y los pueblos serán divididos desde tus entrañas; un pueblo será más fuerte que el otro y el mayor servirá al menor” (v. 23). Las dos naciones que resultaron de esta oración fueron los judíos y los edomitas. Desde tiempos de los Reyes, la relación entre Israel y Edom fue de hostilidad continua. Los profetas pronunciaron palabras duras contra Edom por su participación y regocijo en la destrucción de Jerusalén por parte de los babilonios (ver Is. 34:5-15; Jer. 49:7-22; Lm. 4:21-22).
Los dos hermanos eran muy diferentes. Cada uno vino con su temperamento y sus gustos propios. “Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas” (v. 27). Eran muy dispares, y cada uno fue el favorito de uno de sus padres. Isaac tuvo preferencia por Esaú y Rebeca prefirió a Jacob. Con los favoritismos entran los celos, la rivalidad, el engaño, la mentira, el odio y el deseo de matar: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos ente vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar. Combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:1-2).
El primer incidente narrado en la vida de Jacob fue cuando éste aprovechó con astucia la mundanalidad y el materialismo de su hermano para quitarle la primogenitura. En este incidente vemos cómo era cada uno: Jacob listo y egoísta, y Esaú carnal. Éste valoraba más la satisfacción inmediata de sus apetitos físicos que la herencia a largo plazo. Es como la persona de este mundo que elige el placer de la carne ahora a expensas de su herencia eterna. La espiritualidad siempre tiene la vista puesta en el más allá, mientas que la persona de este mundo prefiere la satisfacción de sus deseos aquí y ahora. “Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura” (v. 34). Enormemente triste. El pecado no consiste en comer un plato de lentejas, sino en no valorar la vida eterna. Las lentejas eran visibles, sabrosas y apetecibles, mientras que la primogenitura era invisible, intangible y lejana. Vivir por lo visible es no vivir por fe. Del creyente se dice: “Se sostuvo como viendo al Invisible” (He. 11:27). Así, Esaú llega a ser el prototipo del hijo de este mundo; mientras que Jacob, aunque lejos de ser perfecto, lo es del creyente.
4
JACOB USA EL ENGAÑO PARA CONSEGUIR
LA BENDICIÓN