Tocado y transformado. Margarita Burt
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Jacob obedecerá al Señor. Saldrá para volver a casa, a su estilo y a su manera, ¡engañando a Labán!, como siempre hacía todas las cosas. De esto hablaremos en un momento, pero antes hemos de decir que, aunque Jacob vuelve a su casa, no es suficiente. Tiene que convertirse. Dios tiene que llegar a ser su Dios. Pero para ello es necesario que sea quebrantado. El viejo Jacob tiene que llegar al final de sí mismo. Tiene que enfrentarse a cómo es. Y para ello tiene un aliado, ¡Dios! Dios va a organizar las cosas de tal forma que sea inevitable. Si no se convierte, Dios le matará (32:28). La conversión es una lucha con Dios en la cual tiene que morir nuestra carne. Así es como vencemos. Pero antes de luchar con Dios, tiene que luchar con su tío. Su hermano también le busca para vengarse de él. Los dos quieren matarle, y si Jacob va a encontrarse con Dios, Dios le tiene que salvar la vida de los dos que pretendían acabar con él por sus engaños.
“Y Jacob engañó a Labán arameo, no haciéndole saber que se iba” (Gn. 31:20). ¡Nada nuevo! Labán tardó unos días en saber que Jacob había huido, pero cuando lo supo se levantó tras él furioso, para alcanzarlo y matarlo. Dios vino a Labán en sueños y le avisó que no tocase a Jacob. Labán se lo contó cuando por fin le alcanzó: “Y dijo Labán a Jacob: ¿Qué has hecho, que me engañaste?… ¿Por qué te escondiste para huir, y me engañaste?… Ni aun me dejaste besar a mis hijos y mis hijas. Ahora, locamente has hecho. Hay poder en mi mano para haceros mal, pero el Dios de vuestro padre me habló anoche diciendo: Guárdate que no hables con Jacob descomedidamente” (31:26-29).
Al verse protegido, Jacob le confronta a Labán con la verdad: “He estado veinte años en tu casa; catorce años te serví por tus dos hijas, y seis años por tu ganado, y has cambiado mi salario diez veces. Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y temor de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías, pero Dios vio mi aflicción y el trabajo de mis manos, y te reprendió anoche” (31:41). Los dos hombres aclaran las cosas, hacen un pacto para no hacerse daño el uno al otro, y Jacob prosigue su camino. Dios le ha salvado de Labán. Delante está su hermano.
15
VOTOS
“Y me dijo el ángel de Dios en sueños: Jacob.
Y yo dije: Heme aquí. Y él dijo:
…yo he visto todo lo que Labán
te ha hecho. Yo soy el Dios de Bet-el,
donde tú ungiste la piedra,
y donde me hiciste un voto”
Gn. 31:11, 13
Un voto es un juramento, una promesa, una palabra nuestra con la cual nos comprometemos. Cuando hacemos un voto hemos damos nuestra palabra de que haremos esto o aquello y estamos obligados a cumplirlo. Nuestra integridad como personas depende de nuestra fidelidad a lo prometido. Jacob había hecho un voto, Dios lo tomó en serió, y ahora va a ayudar a Jacob a cumplir la promesa que le había hecho.
¿Tú has hecho un voto? Dios toma muy en serio todas las promesas que le hacemos. Se acuerda de lo que le prometiste el día de tu conversión, el día que te casaste, el día que le dedicaste tu hijo, el día que le consagraste tu vida, el día de aquella reunión especial en tu iglesia. Se acuerda como si fuera ayer y hará lo necesario para que tú lo cumplas. Este es el himno que cantamos en la iglesia el día que yo hice un voto para servir al Señor hace 56 años. Esto es lo que prometí:
Jesús, yo he prometido servirte con amor;
concédeme tu gracia, mi amigo y Salvador.
No temeré la lucha si tú a mi lado estás,
ni perderé el camino si tú conmigo vas.
El mundo está muy cerca y abunda tentación,
sutil es el engaño y necia la pasión.
Ayúdame, Maestro, en mi debilidad;
protege tú mi alma de toda adversidad.
Y si mi mente vaga, ya incierta, ya veloz,
concédeme que escuche, Jesús, tu clara voz.
Anímame si dudo, inspírame también,
repréndeme si temo en todo hacer el bien.
Jesús, tú has prometido a todo aquel que va
siguiendo tus pisadas, que al cielo llegará.
Sostenme en el camino, y al fin, con dulce amor,
trasládame a tu gloria, mi amigo y Salvador.
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