Cara y cruz. José Miguel Cejas

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Cara y cruz - José Miguel Cejas Caminos XL

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apoyo humano, ni ningún poder. [...]

      —Pero, ¿tú crees que eso es posible? –le decía yo.

      Y él me contestaba:

      —Mira, esto no es una invención mía: es una voz de Dios.

      Y, fiel a esa voz, aquel sacerdote, pobre, humilde, sencillo y desconocido se entregaba con su alma y con su vida a un empeño gigantesco, alentado solo por una fuerza sobrenatural que le impulsaba poderosamente34.

      A esta falta de comprensión se unía –junto con la precariedad de su situación en Madrid y los agobiantes problemas económicos– otra dificultad: Escrivá no tenía nadie que le acompañara espiritualmente, nadie a quien abrir el alma y comunicar, en un ámbito de intimidad y confianza sacerdotal35, lo que Dios le había pedido.

      VII

      Primeros pasos (1929)

       23 de enero de 1929. Mercedes

      Entre las Damas Apostólicas que trató Escrivá durante sus primeros años en Madrid hubo una –Mercedes Reyna1que falleció santamente el 23 de enero de 1929, dejándole una profunda huella espiritual.

      Una religiosa, Amparo Muñoz, recuerda que Escrivá asistió:

      Con absoluta devoción, a los últimos momentos de aquella mujer cuya entrega total al sufrimiento y al amor de Dios no dudó ni un instante [...]. Tuvo siempre conciencia de la santidad de esta mujer y la ayudó intensamente en su búsqueda de Dios. La entendió en el profundo silencio de su entrega, en la mortificación constante, en la humildad, en la unión con su amor crucificado. La entendió a pesar de lo original de su forma; a pesar de que el ánimo de don Josemaría barruntaba una entrega a Dios por caminos diferentes. La entendió con la apertura de los que saben distinguir la Presencia de Dios en un alma por encima de todos los matices2.

      Anotó Escrivá en sus apuntes personales: «Recuerdo, a veces con cierto temor por si fue tentar a Dios u orgullo, que, estando moribunda Mercedes Reyna [...], sin haberlo pensado de antemano, se me ocurrió pedirle, como lo hice, lo siguiente: Mercedes, pida al Señor, desde el cielo, que si no he de ser un sacerdote, no bueno, ¡santo!, se me lleve joven, cuanto antes»3.

      «Durante algún tiempo –sigue contando Muñoz–, don Josemaría tuvo en su poder el libro de Mercedes Reyna, aquel pequeño cuaderno en el que anotaba sus intuiciones de Dios, su silencio y su entrega. Posteriormente me lo dio a mí, por considerar justo que estas notas de un alma elegida quedaran dentro de nuestra Comunidad»4.

      Una muestra de la devoción privada de Escrivá hacia esta religiosa es que, además de conservar su cinturón como reliquia –que a veces mostraba a los enfermos–, desde el 31 de julio al 8 de agosto de aquel año, acudió al cementerio para rezar el Rosario, de rodillas, ante su tumba, y pedirle que intercediera ante Dios por sus intenciones.

      * * *

      Durante aquel año su vida transcurrió como de costumbre, volcado en la atención de personas pobres y enfermas. Solo hubo un cambio exterior: el 4 de septiembre los Escrivá se trasladaron desde el piso de Fernando el Católico a una vivienda destinada al capellán del Patronato, en la calle José Marañón. La casa estaba pensada para que residiera una sola persona y pasaron bastantes estrechuras, pero se compensaban con el desahogo económico de no tener que pagar un alquiler.

       14 de febrero de 1930. Las mujeres

      El mensaje que Escrivá había recibido el 2 de octubre de 1928 iba dirigido a todos los cristianos (y, en general, a todas las personas de buena voluntad, sean cuales sean sus creencias) y requería que hubiese personas que se entregaran plenamente al servicio de Dios, santificando su trabajo profesional y sus circunstancias personales, para difundirlo por el mundo.

      Durante un breve periodo inicial –dieciséis meses y dos semanas, en concreto– Escrivá pensaba únicamente en varones. Vendrían muchos –cientos, miles– con el paso de los siglos, estaba convencido; aunque en aquellos momentos aquel empeño evangelizador contaba solo con uno: él.

      * * *

      Luz Rodríguez-Casanova le había pedido que, además del trabajo que desempeñaba como capellán del Patronato, atendiera espiritualmente a su madre, una mujer anciana que se estaba quedando ciega. Residía en el nº 1 de la calle Alcalá Galiano y su casa disponía de oratorio5.

      El viernes 14 de febrero de 1930, en una mañana fría de invierno, se encontraba celebrando Misa en ese oratorio, cuando, inmediatamente después de la Comunión, mientras daba gracias6, comprendió –en palabras suyas–: «¡toda la Obra femenina!»7.

      Fue una nueva moción espiritual, cuyo contenido –como explica María Isabel Montero– «fue, sustancialmente, no solo que también las mujeres eran destinatarias del mensaje de santificación en la vida ordinaria, sino que podían formar parte del Opus Dei»8.

      No se trataba, por tanto, de una nueva fundación, ni de crear una institución diferente. La luz del 2 de octubre de 1928 se dirigía a mujeres y hombres; y los difusores de ese mensaje debían ser también mujeres y hombres, aunque Josemaría Escrivá, deslumbrado por el fogonazo de esa luz, no hubiese percibido con nitidez hasta entonces todos los perfiles y matices de aquel querer de Dios.

      Aquella mañana de febrero comprendió que Dios deseaba que hubiera en la Iglesia hombres y mujeres con una misma llamada; con una misma misión –la santificación de las realidades humanas–; con un mismo carisma, idénticos medios ascéticos y modos apostólicos.

      La iniciativa no partió, de nuevo, del propio Escrivá: «Vinisteis –recordaba años después– a la vida de la Iglesia en un momento en que no os esperaba, y yo agradezco a Dios Padre, a Dios Hijo, y a Dios Espíritu Santo y a la Santísima Virgen este vuestro nacer; agradezco el teneros»9.

      Unidos en la cabeza –Josemaría Escrivá y sus sucesores–, con separación de apostolados pero no de espíritu, esas mujeres y esos hombres deberían llevar a cabo en medio del mundo, en palabras de Escrivá, una «gran movilización de cristianos para la paz, para el bienestar, para la comprensión, para la fraternidad»10.

       Un panorama de futuro

      ¿Qué fin específico tenía esa movilización? ¿Poner en marcha obras asistenciales y solidarias? ¿Atender a los pobres más pobres? ¿Crear universidades, colegios y centros de enseñanza? ¿Luchar por grandes causas sociales, como la igualdad o la dignidad de la mujer?

      No. Escrivá puso por escrito que no se pondría el acento en «comités, asambleas, encuentros, etc.»11. El fin era la entrega a Dios, el servicio a la Iglesia, la búsqueda de la santidad, no poner obstáculos al trabajo de Dios en cada alma; y eso exigía una atención personalizada en la formación cristiana de cada mujer, de cada hombre.

      ¿Y los problemas sociales, ante los que Escrivá era particularmente sensible? En su mente cada mujer, cada hombre debía dar su respuesta personal ante los problemas de la sociedad; y de modo particular ante los retos de la injusticia y la pobreza: pobreza

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