Cara y cruz. José Miguel Cejas
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Cara y cruz - José Miguel Cejas страница 24
* * *
A primeros de julio de 1930 acudió a la residencia de los jesuitas de la calle de la Flor y le pidió a un sacerdote, Valentín Sánchez Ruiz22, del que le habían hablado en el Patronato, que le orientase espiritualmente23.
Durante esa primera conversación, aquel jesuita maduro y experimentado se encontró con un sacerdote desconocido y joven –Escrivá no había cumplido los treinta años– que le abrió de par en par las puertas de su alma.
Entonces, despacio –recordaba Josemaría–, comuniqué la Obra y mi alma. Los dos vimos en todo la mano de Dios. Quedamos en que yo le llevara unas cuartillas –un paquete de octavillas, era–, en las que tenía anotados los detalles de toda la labor. Se las llevé. El P. Sánchez se fue a Chamartín un par de semanas. Al volver, me dijo que la obra era de Dios y que no tenía inconveniente en ser mi confesor24.
Conversaron de nuevo el 21 de julio, y a partir de aquella fecha Escrivá comenzó a charlar de forma periódica con Sánchez Ruiz sobre aspectos relativos a su vida interior y a su trato con Dios.
Todo lo relativo a aquello, como es lógico, era de la exclusiva incumbencia de Escrivá. Sánchez Ruiz no entraba en esas cuestiones25. «Nada tuvo que ver ese venerable religioso con la Obra –explicaba Escrivá–, pero sí con mi alma, que no se puede separar del Opus Dei».
* * *
«Un día –anotaba Escrivá– fui a charlar con el P. Sánchez, en un locutorio de la residencia de la Flor. Le hablé de mis cosas personales [...], y el buen padre Sánchez al final me preguntó: “¿cómo va esa Obra de Dios?”. Ya en la calle, comencé a pensar: “Obra de Dios. ¡Opus Dei! Opus, operatio..., trabajo de Dios. ¡Este es el nombre que buscaba!”. Y en lo sucesivo se llamó siempre Opus Dei»26.
En ese momento recordó que ya había usado esa expresión anteriormente en los apuntes que iba haciendo en cuadernos y cuartillas. En una de esas cuartillas había escrito tiempo atrás:
No se trata de una obra mía, sino de la Obra de Dios27. [...] Entonces –y solo entonces– me di cuenta de que, en las cuartillas nombradas, se la denominaba así. Y ese nombre (¡¡La Obra de Dios!!), que parece un atrevimiento, una audacia, casi una inconveniencia, quiso el Señor que se escribiera la primera vez, sin que yo supiera lo que escribía; y quiso el Señor ponerlo en labios del buen padre Sánchez, para que no cupiera duda de que Él manda que su Obra se nombre así: La Obra de Dios28.
Ya estaba acuñado el nombre: Opus Dei29.
¿Los medios? Orar y expiar
En las notas personales que escribió durante este periodo, Escrivá dejó constancia de sus dudas, tanteos e incertidumbres iniciales. A la hora de explicar el Opus Dei –lo que sería en el futuro el Opus Dei– se encontraba con las limitaciones del lenguaje humano, incapaz de transmitir y de expresar, con toda su hondura y riqueza de matices, las mociones interiores que iba experimentando en su corazón.
Recurría con frecuencia al símil de la mujer embarazada para hablar del Opus Dei. La Obra iba creciendo y adquiriendo rostro propio en su alma como un embrión en el seno materno. Esa es la impresión que producen los apuntes íntimos de este periodo, en los que faltan aún, como es lógico, los matices, términos y expresiones que irían viniendo con el paso del tiempo, fruto de las luces de Dios en la oración, de la reflexión personal y de la experiencia apostólica.
Su misión consistía en poner los medios y dejar que Dios hiciese su obra –Opus Dei: obra de Dios– a su manera. Esos medios –la oración y el desagravio a Dios– debían constituir la base sólida de aquel edificio.
Vengo considerando –y lo pongo aquí, porque luego, leyéndolo, se graba más en mí y me hace bien– que los edificios materiales, en su construcción, tienen gran semejanza con los espirituales.
Y así como aquella veleta dorada del gran edificio, por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra, mientras, por el contrario, un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie lo ve, es de importancia capital para que no se derrumbe la casa..., aunque no brille como el pobre latón dorado allá arriba... Así, en ese gran edificio, que se llama «la Obra de Dios» y que llenará todo el mundo, no hay que dar importancia a la veleta brillante. ¡Eso ya vendrá! Los cimientos: de ellos depende la solidez toda del conjunto.
Cimientos hondos, muy hondos y fuertes: los sillares de ese cimiento son la oración; la argamasa que unirá estos sillares tiene un nombre solamente: expiación. Orar y sufrir, con alegría. Ahondar mucho; pues, para un edificio gigante, se precisa una base gigante también30.
¿Y los medios? «Los medios seguros de llevar a cabo la Voluntad de Jesús –decía–, antes que actuar y moverse, son: orar, orar y orar: expiar, expiar y expiar»31.
Este modo de proceder pone de relieve la naturaleza singular de lo que Dios le pedía. Escrivá no hizo «un plan», al igual que los promotores de empeños humanos de cualquier tipo, que escriben manifiestos, elaboran programas o diseñan estrategias de futuro.
Tan convencido estaba de que aquel «plan» no era suyo, sino de Dios, que no redactó ningún reglamento previo: «Lo primero –escribía– es la vida, el fenómeno pastoral vivido. Después, la norma, que suele nacer de la costumbre. Finalmente, la teoría teológica, que se desarrolla con el fenómeno vivido. Y, desde el primer momento, siempre la vigilancia de la doctrina y de las costumbres: para que ni la vida, ni la norma, ni la teoría se aparten de la fe y de la moral de Jesucristo»32.
Una lógica desconcertante
El 11 de agosto de 1929, mientras daba la bendición con el Santísimo en la iglesia del Patronato de enfermos, se le ocurrió la posibilidad de pedirle al Señor «una enfermedad fuerte, dura, para expiación»33, que le ayudara a desagraviar y co-redimir; es decir, padecer con Cristo para redimir a los hombres.
Si el cimiento de la Obra debía ser la oración, tanto la del alma como «la oración del cuerpo» (la mortificación), ¿qué mejor cosa podía hacer él –pensó– que padecer en su alma y en su cuerpo por Dios?34.
Cuando Escrivá le comentó a Valentín Sánchez su deseo de pedir a Dios esa enfermedad, este le desaconsejó que lo hiciera. Siguió su consejo, aunque –como diría tiempo después– presentía que Dios le concedería en el futuro una enfermedad fuerte y purificadora para sacar adelante la Obra35. «Me pide el Señor indudablemente –puso por escrito– que arrecie en la penitencia. Cuando le soy fiel en este punto, parece que la Obra toma nuevos impulsos»36.
* * *
Comenzó a pedir a numerosas personas, especialmente a los enfermos y pobres de los barrios marginales, que ofrecieran a Dios sus oraciones y sufrimientos «por una intención suya».
«Fueron unos años –recordaba– en los que el Opus