El asesino del cordón de seda. Javier Gómez Molero
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—Soy de la misma opinión respecto de esta cajita de oro, que posiblemente contuviera la primera barba de un joven. De tratarse de Nerón habría que fecharla más o menos en el año 55 —Burchard repartió la mirada entre el humanista y el académico. Y se sintió pagado al comprobar su gesto, con el que venían a refrendar que le asistía la razón.
—En este camafeo, cuya mitad inferior lo ocupa un águila, quien aparece sin duda alguna es Nerón, con la cabeza de perfil mirando hacia la derecha y ceñida con una corona de laurel. Sus rasgos son los que estamos habituados a ver en las esculturas que de él se nos han transmitido. Yo fijaría la fecha de su composición sobre el año 60 —con la manga rasgada de su jubón, Pompilius estaba sacando brillo al camafeo para contemplarlo en toda su pompa.
—Terminemos con este brazalete de oro en el que está engastada la piel de una serpiente. Confieso que se me oculta a quién pudo pertenecer —Burchard pasó el brazalete a los dos especialistas.
—Es tan transparente como el agua. Perteneció a Nerón. Y tiene su historia —Spannolius se hizo el interesante—. Me documenté debidamente antes de ponerme a escribir sobre Séneca, su preceptor. Unos asesinos a sueldo irrumpieron en el dormitorio de Nerón con la orden de eliminarlo, cuando una serpiente que salió de debajo de la almohada los puso en fuga. Como muestra de gratitud, su madre mandó confeccionarle con su piel este brazalete que lo protegería de futuros atentados. Por aquel entonces el futuro emperador no alcanzaba los cuatro años, así que no sería descabellado fechar el brazalete sobre el 39 o 40.
—Señores, de todo corazón os agradezco que me hayáis puesto al día acerca de estas piezas. De cuanto habéis expuesto extraigo la conclusión de que nos hallamos ante objetos en su mayoría de oro y de época antigua. ¿Estáis en condiciones de adelantarme su valor aproximado? Y tal como avancé a su excelencia —el mentón de Michelotto se torció hacia Johann Burchard—, sabed que no me mueve interés alguno, solo la curiosidad. Es más, estoy calibrando si obsequiárselos al santo padre, quien como todo el mundo conoce es un apasionado de nuestra cultura antigua.
—Así de pronto corremos el riesgo de errar en nuestra valoración. Pero ni que decir tiene que su cotización en el mercado de antigüedades es elevada. Yo abogaría por que nos concedierais una semana o dos de plazo, al objeto de que recuperemos las piezas sucias o deterioradas y examinemos con más detenimiento las que aquí hemos comentado —apreció Spannolius, que ofrecía la imagen de no haber oído la referencia de Michelotto a su santidad como destinatario de las joyas o no le interesaba hacer un juicio de valor en ese sentido.
—Me va a resultar de todo punto imposible volver otro día con el cofre encima, ya que los franceses amenazan a las puertas de Roma y el trabajo se me va a acumular. La organización de la defensa de la ciudad me tendrá ocupado. El santo padre me ha hecho especial hincapié en mantener el orden, redoblar la vigilancia y cuidar de que no se desaten actos de pillaje —Michelotto enderezó la mirada a Burchard, que hacía gestos de asentimiento. También él compartía su preocupación por lo que se avecinaba.
—Espero no pecar de atrevido ni violentaros si os sugiero que dejéis el cofre aquí, en casa de nuestro amigo Burchard. No se me figura un sitio tan seguro. Nadie se atreverá a importunar al maestro de ceremonias de su santidad. Spannolius y yo vendremos a diario a examinar las piezas —propuso Pompilius.
—Está de más decir que os firmaría un recibo —Burchard tomó pluma y papel por si había que escribir.
—Confío plenamente en vos. Y un problema menos para mí. Con el tesoro en mi casa, y yo pendiente de la invasión, poco podría hacer por protegerlo —a Michelotto esperar un par de semanas no le parecía una idea desacertada.
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