¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas?. Giovanni Alberto Gómez Rodríguez
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Desde un punto de vista moral, puede plantearse en qué medida hay lugar para una ética en una ideología liberal postmoderna que conduce el individualismo y la admisión de la arbitrariedad subjetiva hasta límites extremos. Se diga lo que se diga, es bastante improbable que una imparcialidad tolerante y escéptica pueda fundar por sí misma una ética. Sin duda, esa orientación emerge (como ya se ha observado) de una intención moral y por razones políticas (antitotalitarias), cuya trascendencia moral no debe subestimarse. En realidad, en un mundo totalitario, o sin libertad responsable, no hay ni bien ni mal, en el sentido moral de la palabra. Pero el Occidente postmoderno solo está huyendo del Caribis del totalitarismo para lanzarse en el Escila del relativismo y en una política en la que la hipertrofia de lo privado corre un alto riesgo de reorientarnos hacia un estado natural de tipo más o menos hobbesiano —no ha encontrado una mejor garantía de moralidad ni de libertad—. Conviene reiterar que si la ética liberal postmoderna conserva un carácter verdaderamente ético, ello se debe a la permanencia en el seno de las sociedades europeas de tradiciones modernas y premodernas que continúan siendo marcos culturales y referencias implícitas, dentro de y en función de los que siguen interpretándose implícitamente las concepciones del escepticismo y del relativismo postmodernos.6
No hemos considerado el planteamiento de Hude porque lo compartamos, sino porque es útil para hacer notar cómo la ausencia de experiencias y doctrina en su análisis conduce equivocadamente a considerar la postmodernidad como un escenario en el que se promueven valores e ideologías tendenciosas desde un centro de poder y racionalidad al cual es posible resistirse, y no como un contexto que impone condicionamientos y determinaciones, peligros y amenazas ante los cuales se debe dar respuestas militares adecuadas. Evidentemente, esta última postura es la que aquí se defiende, documentando las experiencias operacionales y los cambios doctrinarios presentados en los ejércitos en la postmodernidad. Hude acierta al mostrarse escéptico acerca de la posibilidad de construir o articular una ética militar europea que se ajuste a la retórica y lógica postmodernas, pero pasa por alto que el verdadero problema —como reconocen los académicos estadounidenses— es la ausencia de un marco de referencia común, que tenga aplicación simultánea en cada ejército y dentro del sistema de seguridad colectiva.
Es momento de citar los trabajos que en rigor pueden ser considerados antecedentes para nuestra investigación; se trata de algunos estudios que reconocen el problema de la localización de las obligaciones morales en el marco de la ética militar profesional y el sinnúmero de elementos y conceptos que la constituyen. Como veremos, proponían ordenarlos sistemáticamente para facilitar la observación y el análisis de las relaciones entre dimensiones y, de esta forma, se trataba de hacer visible no solo el nivel institucional, sino también el individual y el social. Esto supone un avance respecto al enfoque tradicional, que consideraba relaciones unidireccionales de subordinación o dependencia; desde ese momento, el solo hecho de fijar las dimensiones como componentes obligó a estudiarlas a fondo de forma aislada, dotándolas de suficiente jerarquía para alterar la naturaleza de las relaciones y obrar como referencia o elemento constitutivo.
La ética militar se relaciona estrechamente con el concepto de profesión; por ello, enfatiza las especificidades de las tareas que se realizan: la división del trabajo, los niveles de experticia que en cada servicio o cuerpo se precisan y la considerable autonomía de autogestión que la organización militar tiene —necesaria para integrar el sinnúmero de tareas que la empresa bélica requiere—. Sin embargo, en la modernidad, décadas antes de la era de la información y el conocimiento, de las fuerzas multimisión y la intervención humanitaria, ya existía la necesidad de identificar y articular las relaciones de la institución con los actores sociales externos y del Ejército con el soldado. Sam C. Sarkesian es pionero en esta formulación; en Beyond the Battlefield. The New Military Professionalism, publicado en 1981, toma como punto de partida el concepto de profesión de Ernest Greenwood: “Toda profesión se caracteriza por un sistema de autoridad, un cuerpo teórico estructurado, la sanción de la comunidad, un código ético y regulador y una cultura profesional”.7 Lo relevante de cualquier profesión es que, en virtud de la autoridad y la experticia del profesional, adquiere poder y responsabilidad en un área de necesidad social dentro del sistema político. Este argumento sustenta la idea, bastante extendida entre los académicos militares de la Guerra Fría, de que la administración de la violencia en servicio del Estado hacía única a la profesión militar entre las profesiones y por ello las obligaciones y responsabilidades tanto de la institución como de sus miembros admitían notables concesiones: la comunidad debe asegurarse constantemente de que los profesionales militares sean competentes para hacer la guerra, asuman su rol y hagan un uso adecuado de la autoridad concedida en respuesta al compromiso político adquirido. Para Sarkesian, es fundamental la concepción tradicional de la profesión militar, pues es el núcleo de su desarrollo teórico:
Puesto que la profesión posee un virtual monopolio sobre el cuerpo de conocimiento relativo a la conducción actual de la guerra, no solo se arroga la sanción de la comunidad, sino que puede dictar las normas profesionales sin apenas ninguna interferencia de la misma. Así, la profesión militar posee su propio sistema legal, estructura social, instituciones educativas, de reclutamiento y sistema de recompensas y castigos. Indudablemente, la mayoría de las profesiones civiles presentan características similares, pero habida cuenta de la función del cuerpo militar y del hecho de que forma parte integral del sistema político, resulta crucial considerar estas cuestiones en todo lo relacionado con esta profesión.8
Sarkesian es consciente de que la definición de profesionalismo por sí sola no ofrece un marco de referencia adecuado para el estudio de la profesión militar; por ello, propone una estructura de tres niveles: la comunidad, la institución y el individuo, abarcando desde el rango macro de la comunidad hasta el micro en el nivel individual. En cada caso el asunto sustantivo del profesionalismo incluye habilidades técnicas, ética profesional y perspectiva política; de esta forma, cada nivel debe ser evaluado en relación con cada una de estas variables, por ejemplo: en el nivel del individuo, el profesionalismo se puede estudiar en términos de competencia tanto del oficial como un militar técnico, su actitud particular y conducta respecto a la ética profesional, así como su actitud política y sus percepciones. Además, se puede evaluar la variable en relación con la perspectiva, por ejemplo: la ética profesional no se limita al nivel individual, sino que debe incluir los requerimientos institucionales y las expectativas e imagen de la comunidad.9
La dimensión de análisis comunidad-institución militar en el modelo de Sarkesian era el asunto fundamental; este remitía al campo de estudio Fuerzas Armadas-sociedad e incluía la relación individual e institucional, en otras palabras, el tratamiento del vínculo de la sociedad con el estamento militar. Indistintamente, tomaba en cuenta al Ejército como institución con su sistema de valores y al militar en cuanto profesional de las armas —aunque no estrictamente en su dimensión subjetiva—. El estudio prestaba particular atención a los cambios que tenían lugar en ese momento y que se preveía que alterarían el rol profesional, especialmente por cuenta de la tecnología. Lo anterior se sigue de la reflexión del autor: el U.S. Army War College suponía que había una clase particular de profesionales que estarían en los más altos niveles de la jerarquía, dictarían la naturaleza del sistema de valores y definirían la relación comunidad-institución militar. En este caso, sería preciso que aquellos oficiales definieran el horizonte intelectual adecuado: bien enfatizaran las competencias y habilidades profesionales, bien preponderaran los rasgos ocupacionales. Sarkesian se alinea con la segunda alternativa: “El verdadero mundo profesional debe ir más allá de su papel específico e incluir consideraciones en torno a la situación de la sociedad y a la naturaleza del ser humano”.10 Su constatación apunta a una necesidad emergente: los oficiales debían