La razón práctica en el Derecho y la moral. Neil MacCormick

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La razón práctica en el Derecho y la moral - Neil MacCormick Derecho y Argumentación

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El hecho de que una línea de actuación evitará dañar a otra persona es una razón genuina a favor de emprender esa línea de actuación. La diferencia entre lo correcto y lo incorrecto se considera principalmente en el siguiente capítulo.

      Los humanos no son solo una especie animal sometida a similares riesgos y causas de muerte y dolor que los de otros animales. Son animales pasionales, capaces de experimentar todo un abanico de sentimientos provocados por sus circunstancias, incluyendo los efectos secundarios y las consecuencias de sus propias acciones. Sufrir un mal en cualquiera de sus formas es doloroso, y ese dolor puede ser de diferentes tipos en función de la causa del sufrimiento. Un miembro roto duele de manera diferente que un corazón roto. Sufrir un desprecio es doloroso pero es diferente de sufrir una indigestión o una paliza. Los dolores que tienen causas puramente físicas normalmente pueden curarse o aliviarse tomando las medidas físicas apropiadas. Los dolores que surgen por males mentales o psíquicos son más difíciles de aliviar. Evitar dolores directos y simples es una razón básica concerniente a uno mismo para la acción.

      Por el contrario, las experiencias felices nos hacen sentir alegría o euforia, amor hacia nuestros amigos y quienes nos ayudan, la calidez de la comunidad hacia otras personas que estén involucradas en la actividad alegre, gratitud hacia los benefactores y el puro placer del ejercicio y la actividad cuando tenemos buena salud. Tenemos placeres estéticos en las escenas de belleza natural o en las obras de arte bellas, en la buena música y en la arquitectura magnífica. Podemos gozar con la satisfacción de nuestra curiosidad cuando descubrimos la solución para alguna cuestión profunda e importante o cuando aprendemos cómo otros la han encontrado. El descubrimiento de la «doble hélice» de Crick-Watson y la manera en que eso transformó nuestra comprensión en biología y especialmente en genética es un ejemplo especialmente llamativo del último medio siglo.

      Aquí no hace falta seguir los pasos de los filósofos, como David Hume, que han enumerado y clasificado cuidadosamente las pasiones. Son muchas y variadas, tanto las que tienen connotaciones positivas para nosotros como las que tienen connotaciones negativas. Pueden figurar en nuestras razones para la acción, ya que la expectativa de sentir emociones positivas es una razón para emprender actividades, tanto en un sentido concerniente a uno mismo, cuando se trata de nuestras propias emociones, como en un sentido concerniente a otros, cuando se trata de las emociones de aquellos a quienes tratamos de beneficiar. De la misma forma, evitar o alejarse de un mal es una razón para actuar tanto cuando se trata de la protección de uno mismo como cuando se trata de la protección de otros. No obstante, parece muy poco plausible construir un sistema hedonista según el cual los únicos motivos para toda acción sean evitar el dolor y maximizar el placer. Los mayores placeres surgen como efectos secundarios de tipos complejos de actividades emprendidas por un conjunto de razones que no incluyen la búsqueda del placer o, de hecho, de la felicidad, o solo la incluyen de manera secundaria. Puede que sea cierto, por ejemplo, que muchas personas encuentran una profunda felicidad en la unión matrimonial con otra persona, cada una de las cuales parece la persona indicada para la otra. Sin embargo, un matrimonio es una relación compleja que se desarrolla y evoluciona a lo largo del tiempo, que siempre requiere una «deliberación ejecutiva» conjunta y continuada sobre cómo seguir funcionando bien conjuntamente, en un contexto en el que cada uno de los cónyuges tiene muchas otras actividades e intereses. Proponerse ser feliz todo el tiempo sería una buena manera de hacer que tal relación desembocara en un final infeliz. El hecho de que los buenos matrimonios generen gran felicidad es una razón por la que las personas solteras podrían desear o incluso intentar encontrar a la persona adecuada para ellas. Casarse solo para ser feliz, sin embargo, sería un gran error, uno que muchos han cometido.

      ¿Qué pasa entonces con los ideales? ¿Es cierto que la búsqueda académica del conocimiento en algún ámbito es buena en sí misma? ¿Es cierto que la construcción de cosas bellas, la construcción de teatros de ópera y la financiación de compañías de ópera, el desarrollo de grandes equipos de fútbol que compiten con éxito contra otros equipos para deleite de innumerables seguidores son objetivos dignos de esfuerzo? ¿Puede alguien que admira una puesta de sol en un bonito paisaje sentir satisfacción solo por la belleza de la escena? La mayoría de las personas sienten pasión hacia algún ideal o algunos ideales. Pero entonces, ¿son los bienes ideales simplemente los objetos objetivados de las pasiones que resulta que tenemos?

      Consideraciones como esta me parecen muy persuasivas para establecer que, para los humanos (y, en ese sentido, relativamente), existen algunos bienes ideales que no son bienes simplemente como expresiones de bienestar animal o incluso como medios de satisfacción de las pasiones. También son, y principalmente, buenos en y por sí mismos como asuntos de constante interés y preocupación para los humanos en cuanto que animales sociales que piensan y hablan. Hay aquí un elemento relativista. Estos son asuntos del bien humano y su bondad es relativa a la existencia presente y continuada de nuestra especie. Si algún incidente nuclear catastrófico o alguna colisión con un asteroide redujera de nuevo la vida en la Tierra hasta el nivel microbiano, no habría nada para lo que tales bienes serían buenos. Entre los seres humanos, sin embargo, no es necesario presentar ningún argumento especial para la existencia de ciertos ideales como bienes objetivos para cualquiera de nosotros. El lugar que ocupan tales bienes en el razonamiento práctico tanto intersubjetivamente como desde la perspectiva individual de cada uno puede considerarse suficientemente fundamentado como para que no haga falta ningún otro argumento.

      La conclusión de esta parte del argumento es que realmente existen bienes humanos objetivos, de un tipo que es racional para cualquiera tomar como buenas razones para las decisiones, las acciones, las actividades y los grandes proyectos en algún plan de vida. Hagamos lo que hagamos, y siempre que nos preguntemos qué hacer, la reflexión sobre la presencia de tales razones puede permitirnos alcanzar decisiones que nos parezcan acertadas sobre lo que debemos hacer. Por supuesto, podemos equivocarnos. Los hechos pueden resultar ser diferentes de lo que pensábamos. Asuntos que parecían inciertos al inicio de una línea de actuación pueden aclararse en un sentido contrario a nuestro proyecto. El prometedor estudio geológico que parecía justificar la apertura de una mina de carbón en un lugar determinado puede resultar ser defectuoso si aparece una falla inesperada que distorsiona la veta de carbón y hace que la mina sea económicamente inviable. Nuestras propias capacidades o intereses en

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