La razón práctica en el Derecho y la moral. Neil MacCormick
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Además, tuve la excepcional suerte de ser elegido en los años 2002-3 para formar parte de la «Convención sobre el futuro de Europa». Este augusto organismo redactó una posible «Constitución para Europa» en forma de un borrador de un Tratado que se ofreció al Consejo Europeo en julio de 2003 para su posible adopción por parte de la Unión Europea. Finalmente este fue solo un éxito parcial, como ya he explicado en otros escritos28. Éxito o fracaso, formar parte de una convención constitucional de todo un continente es, para una persona con mi trasfondo y mi historia intelectuales, una oportunidad excepcional y fascinante, y considero que tuve alguna influencia con mis intentos por mejorar las ideas y los ideales expresados en el producto de la Convención.
Un aspecto negativo de mi puesto como MPE, para mí, resultó ser que excluía casi totalmente tener tiempo para leer con seriedad algo de filosofía jurídica y política, ni siquiera obras muy pertinentes para mi trabajo. Por la misma razón, se volvió cada vez más difícil para mí durante mis años como MPE contribuir a debates de alto nivel en esas disciplinas. Hice una buena cantidad de periodismo pero relativamente poca escritura académica sustancial. En el momento de mi primera elección había asumido que sería posible organizar una agenda equilibrada con algún espacio para mis intereses académicos incluido en mi trabajo parlamentario. Sin embargo, las exigencias diarias del trabajo parlamentario refutaron esa expectativa y me dejaron con muy poco tiempo para el tipo de lectura y de reflexión que se necesita en la academia.
Las exigencias físicas del trabajo también eran considerables, con vuelos frecuentes que a menudo salían a horas muy tempranas de la mañana y con todo el desgaste de los viajes contemporáneos de larga distancia. Aparecieron algunos signos de que eso iba a pasar factura tanto en mi propia salud como en la de mi esposa.
En cuanto a la idea de regresar a la Cátedra en Edimburgo, también había grandes alicientes, que se mencionaron parcialmente en el capítulo 1. Tenía un trabajo inacabado que era importante para mí, el de completar la contribución de toda una vida (de la calidad que sea) a la filosofía del Derecho, cuya conclusión es el presente libro. También contaban mucho la compañía de mis colegas académicos tanto en Edimburgo como en otras partes, así como el contacto con los estudiantes y la contribución a su aprendizaje. Surgió un factor adicional por la coincidencia de que el tercer centenario de la fundación de la Facultad de Derecho cayera en el año 2007. De hecho, estaba específicamente asociado con mi propia Cátedra, que tenía el título bastante inusual de «Derecho Público y Derecho de la Naturaleza y las Naciones», establecida ese año por la Reina Ana siguiendo el consejo del gobierno escocés de aquel tiempo. También parecía posible que pudiera contribuir de manera diferente al menos a algunas de las metas y algunos de los ideales más amplios, incluso de toda Europa, en los que estaba involucrado como MPE desde la perspectiva diferente de un académico senior y un miembro de varias sociedades académicas. Además, volver a mi hogar en Escocia a tiempo completo haría que fuese más fácil hacer una contribución continuada, aunque reducida, a la política escocesa.
Sabía que, hiciera lo que hiciera, decepcionaría a algunos buenos amigos, quienes habrían preferido que tomase el otro camino. Por otro lado, mi esposa y mi familia se alegrarían de ver el final de mis extenuantes viajes semanales hacia y desde las sedes del Parlamento Europeo en Bruselas y Estrasburgo. Su opinión sobre esto se basaba al menos en parte en el hecho de que yo había sufrido una enfermedad del corazón durante 2001, aunque pareció ser cosa de una sola vez.
Estos párrafos son suficientes como breve explicación histórico-autobiográfica de mi dilema. Es la más exacta que puedo dar. La conclusión fue que decidí decir a los dirigentes del partido que no me presentaría a la reelección e informar a la Universidad de Edimburgo de que pretendía regresar tras mi periodo de excedencia y tratar de conseguir una renovación de mi beca de la Fundación Leverhulme. Cuando llegó la hora, regresé, realmente sorprendido de que la Fundación hubiera dado una respuesta favorable a mi solicitud.
En ningún momento del proceso de deliberación, que para mí fue angustiosamente difícil, pareció posible reducir el problema a una mera lista de razones a favor y en contra, seguida de una asignación de peso a cada una y de un cálculo matemático del ganador. Ciertamente, intenté anotar cada una de las consideraciones a favor y en contra en dos listas en columnas paralelas para tratar de comparar lo que fuese comparable. Esto me ayudó mucho, aunque al final las listas eran bastante largas. Me ayudó a asegurarme en la medida de lo posible de que estaba teniendo todo en cuenta y comparando cosas similares, dejando un margen al mismo tiempo para las consideraciones inconmensurables y divergentes que afectasen a un lado u otro del dilema. También era fundamental preguntarse en qué medida y de qué manera los valores que obviamente apoyaban una opción podían buscarse o realizarse, aunque fuese en un grado menor, si escogiera la otra opción.
Discutí aspectos del problema con personas muy cercanas a mí, especialmente mi esposa (cuya preferencia personal era que yo regresara a la Universidad), y volví a reflexionar sobre ello varias veces durante una semana de vacaciones que pasé en la Costa Brava, en Cataluña.
Al final, después de haber descompuesto las opciones en sus componentes y en consideraciones a favor y en contra, hay que volver a unirlo todo de nuevo. A lo que me enfrentaba era la elección entre dos paquetes completos que constituían dos partes de mi vida significativamente diferentes, aunque solo parcialmente, que iban a ocupar los últimos años de mi trabajo a tiempo completo antes de abandonarme a los placeres de la jubilación. (Al tomar una decisión en la sesentena, lo más inteligente es reflexionar sobre qué tipo de vida puede reducirse más fácilmente a un compromiso a tiempo parcial, para después aplicar mayores reducciones hasta el abandono total del trabajo. La vida académica tiene notorias ventajas en este sentido, pero para mí en 2003 no eran decisivas.)
Una elección entre formas de vida parcialmente diferentes puede hacerse en términos de lo que expresan o de aquello para lo que son instrumentales. En cuanto a la instrumentalidad, en este caso concreto los beneficios económicos eran casi los mismos en cualquier caso, y eran ampliamente suficientes para cubrir mis necesidades y mis modestos lujos, así como para cumplir con mis diferentes obligaciones. Alguien que toma una decisión de manera racional siempre debe tener en mente las necesidades de supervivencia y de comodidad razonable, así como la capacidad de ayudar a quienes lo necesitan y lo piden. Si uno tiene la suerte de poder tratar todo esto como algo ya establecido, las razones para la decisión pasan a referirse a lo que tiene valor intrínseco (como bien ideal) entre las opciones disponibles, o a cualquier cosa que estas representen.
«La justicia es la primera virtud de los sistemas políticos, al