La razón práctica en el Derecho y la moral. Neil MacCormick
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Un relato de la vida de una persona es una amalgama de las cosas que le ocurrieron a esa persona y las cosas que hizo, teniendo en cuenta las circunstancias que la rodeaban y el contexto. Lo que una persona hizo solo es inteligible en la medida que un observador externo pueda entender como razones, aunque sea como razones inadecuadas, los motivos por los que se considera que esa persona actuó. Otro aspecto de la inteligibilidad concierne a las cosas que simplemente le ocurrieron a esa persona, lo que tal vez incluya rasgos básicos de su carácter derivados de su herencia y su crianza en una mezcla impenetrable. Otro aspecto más concierne al contexto social en el que la persona se encontraba, el entorno en el que se movía.
Por el contrario, la discusión crítico-racional depende de una comprensión de las personas reales tal como han actuado realmente en el pasado y continúan actuando ahora. Asumir una perspectiva objetiva depende de la capacidad de imaginarse uno mismo dentro de las vidas de otros. Las grandes obras de literatura —novelas, poesía, teatro, historia, biografías— así como las interacciones interpersonales hacen que sea posible que cada uno de nosotros adquiera cierta comprensión de cómo sería convertirse en otra persona. Sin empatía no hay comprensión de las (otras) personas como personas. Sin comprensión de las otras personas, no hay autocomprensión. Sin la literatura, la empatía se empobrece. Existe siempre una interacción continua entre el análisis subjetivo y particularista de las acciones y las motivaciones individuales y la evaluación universalista de las razones aceptables para la acción desde un examen crítico-racional de las mismas.
Un estudio de la razón práctica y del razonamiento práctico debe tener cuidado de no dar o aparentar dar una explicación excesivamente racionalista de la actividad humana. No todo lo que hace o parece hacer una persona es el resultado de un proceso de razonamiento. Mucho de lo que «hacemos» es más una cuestión de lo que nos ocurre, y no de respuestas muy meditadas a sucesos que se desarrollan a nuestro alrededor, que una cuestión de acciones conscientes hechas reflexivamente, por razones. Mucho de lo que hacemos es una cuestión de nuestros propios hábitos arraigados. Puede que las acciones y las actividades habituales hayan empezado por alguna decisión, algún razonamiento, pero que hayan dejado de depender (excepto negativamente) de cualquier decisión que tomemos (podríamos, y quizá un día lo hagamos, decidir abandonar nuestros hábitos, pero eso no es algo que tengamos en mente en el momento). Los hábitos y las rutinas son un elemento esencial que permite a las personas dirigir sus vidas con éxito, prestando atención solo a asuntos que realmente necesiten su atención3.
Para comprender a los seres humanos por completo se requiere prestar atención tanto a la voz activa como a la voz pasiva, tanto a lo que hacen como a lo que padecen. La razón práctica es como mucho una parte de lo que se incluye en nuestro carácter como seres humanos, aunque es decisiva para nuestra condición de agentes morales. Puede que incluso algunos nieguen que sea una parte real de nuestra humanidad. Las apelaciones a las motivaciones humanas conscientes en las explicaciones sobre lo que hacemos, según algunos, forman parte de la decoración de la mesa (mantel de encaje y fina porcelana) de la presentación personal, no de la maquinaria interior de la cocina, donde se prepara la acción. Las apelaciones a la razón práctica son cuestiones de mera «racionalización», un proceso por medio del cual se presentan como racionales cosas que no son racionales en absoluto.
Tres líneas de pensamiento que influyeron fuertemente en gran parte del trabajo en ciencias humanas durante el siglo XX contribuyeron en gran medida al escepticismo sobre la razón práctica. Sigmund Freud y sus seguidores nos enseñaron a fijarnos en las motivaciones subconscientes y en la probabilidad de que nuestras motivaciones aparentes enmascaren impulsos más profundos de un tipo esencialmente sexual que se originan en la más tierna infancia. Karl Marx y sus seguidores nos advirtieron de la «falsa conciencia» de las teorías sobre la moral y la justicia, que no eran más que disfraces o reflejos de apelaciones a los propios intereses de clase en el conflicto de clases que es intrínseco a los fundamentos de las economías capitalistas. El conductismo en psicología y sociología enseñó a los científicos a estudiar el comportamiento humano simplemente como comportamiento, sin referencias a la presentación personal de los agentes en términos de sus supuestas motivaciones racionales. Estas visiones científicas, o supuestamente científicas, sobre los seres humanos eran marcadamente diferentes, incluso mutuamente contradictorias en algunos puntos. Sin embargo, cada una de ellas aportó ideas sobre la condición humana que deben tomarse muy en serio, aunque en una forma modificada. Todas ellas disminuyeron la fe en la idea de que la acción pueda tener una motivación puramente racional.
Su conclusión era exagerada. Queda un lugar para el razonamiento sobre razones en los asuntos humanos. Hay algunas acciones y actividades que requieren algún tipo de explicación racional. Esto es cierto incluso aunque también puedan ser esclarecidas de otras maneras, como por ejemplo en términos de motivaciones inconscientes o como algún tipo de respuesta a fuerzas sociales estructurales fuera de nuestro control y (a menudo) de nuestra consciencia. El ejemplo (autorreferencial) de este capítulo es bueno a este respecto. Escribir un libro, o incluso escribir un ensayo o un artículo sustancial, no es un suceso discreto que pueda ocurrir simplemente de improviso por alguna especie de reflejo. No es una acción sino una actividad que se extiende durante muchos días y semanas, a veces incluso meses y años, sometida a muchas interrupciones —para comer, para dormir, para reunirse con amigos y colegas, para realizar actividades laborales de varios tipos, para dedicarse a actividades recreativas y muchas otras cosas—.
Sin embargo, es un proyecto continuado que se retoma tras cada interrupción para continuarlo donde se dejó, o para revisar el progreso hasta la fecha y reflexionar sobre qué se debería hacer a continuación. Es también un proceso de descubrimiento porque, a medida que la argumentación se desarrolla, se pueden ver nuevas líneas por las que puede desarrollarse, y a veces se descubre que algunas líneas planeadas originalmente tienen que ser abandonadas porque ya no parecen correctas o convincentes. A mitad de camino, uno puede darse cuenta de que algunos capítulos anteriores tienen que ser reconsiderados y replanteados significativamente para que lleven de manera razonable hacia los argumentos centrales, de acuerdo con la formulación que ahora parece mejor. Escribir es, por tanto, un proceso reflexivo y autocrítico, en el que lo que se hace siempre se está juzgando respecto a lo que se ha hecho hasta ahora y lo que parece más apropiado hacer a continuación.
Sin duda, la escritura tiene sus propias peculiaridades, pero tiene mucho en común con otros proyectos creativos a largo plazo. Se parece a plantar un jardín y cultivarlo hasta que madure o a adquirir un pequeño negocio —un puesto de periódicos, por ejemplo— y convertirlo en una empresa en buen funcionamiento. (Se debe mejorar la disposición de los mostradores, hacer que los productos a la venta sean atractivos, crear buenas relaciones con los clientes y, en general, buscar una posición de rentabilidad asegurada que justifique el dinero y el esfuerzo que se han invertido en ese negocio.) Un aspecto deliberativo y reflexivo similar puede encontrarse igualmente, o quizá incluso más, en los proyectos que son esencialmente colectivos y cooperativos. Piense en lo que implica construir una casa o un gran edificio público, como una galería de arte4 o un Parlamento5, donde muchas personas participan en una deliberación continua sobre cómo avanzar el trabajo y cómo lograr una coherencia global en la forma final de lo que se está creando. Otro ejemplo más es el de un equipo de abogados que preparan un caso para algún litigio importante y después lo defienden en el debate o el juicio, y, al final, si es necesario, en el recurso de apelación.
Incluso los proyectos más individualistas, como la escritura de una monografía con un solo autor, a menudo involucran muchas consultas con otras personas (de hecho, habitualmente es así en los proyectos que tienen éxito). Pueden realizarse presentaciones de algunas secciones para la lectura crítica por parte de los colegas o seminarios para la discusión de algunas ideas que se están desarrollando pero aún no están bien definidas por escrito. Una característica definitoria de las cosas que se hacen deliberadamente es que implican deliberación. La deliberación a menudo se lleva a cabo más eficazmente de manera interpersonal que en un soliloquio.