La razón práctica en el Derecho y la moral. Neil MacCormick
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Esto dirige nuestra atención hacia el hecho evidente de que la vida puede ser compleja. Incluso un autor decidido probablemente tendrá más de un proyecto en curso. Además de escribir un libro, uno puede tener una vida familiar que debe cuidar, un trabajo docente o administrativo que exige esfuerzo y atención o quizá algún trabajo relativamente menor para mantener unos ingresos mientras reserva todo el tiempo libre para el esfuerzo literario en cuestión. Y, en medio, puede que haya congresos a los que asistir o clases que preparar como profesor invitado o vacaciones que disfrutar. Incluso los grandes proyectos se entrelazan con otros proyectos o actividades, algunos bastante mundanos, con los que uno también está comprometido. Así que unos proyectos deben hacer concesiones a otros, y en la deliberación se requiere asignar tiempo y esfuerzo a cada uno, para lo que puede ser útil, por ejemplo, escribir un diario de compromisos y citas. La vida de una persona autónoma es compleja y exige una reflexión y una deliberación regulares sobre cómo está llevando todos sus proyectos y actividades, y puede que esto requiera una toma ejecutiva de decisiones sobre proyectos en curso y una deliberación sobre otros nuevos posibles. En la terminología popularizada por John Rawls, se debe tener un «plan de vida»7 global en el que las propias actividades y actuales proyectos estén integrados de algún modo.
3. ¿ES ESTA UNA IMAGEN DEMASIADO EGOCÉNTRICA?
El deliberador racional caracterizado hasta ahora debe de parecer una persona terriblemente ensimismada en sí misma. Una persona está metida en su propio plan de vida con todos los proyectos y las actividades que lo componen, otra persona en el suyo propio, y así para cada individuo, dejando a un lado, por supuesto, los proyectos corporativos o colectivos —pero eso a su vez puede ejemplificar simplemente un ensimismamiento corporativo—. Sin embargo, eso no es todo. En cuanto que deliberadores racionales, cada uno es también un agente moral, y eso implica una actitud no ensimismada.
El razonamiento práctico en la moral ciertamente concierne a mis planes para mí mismo, pero plantea aún más notoriamente la cuestión de las obligaciones hacia otras personas. ¿Qué pasa con mis hijos, mi cónyuge, mis amigos, mis colegas, mi jefe, mis conciudadanos y, de hecho, todos mis semejantes con sus sufrimientos? ¿Cómo figuran en mis planes? Y lo más importante: ¿cómo deberían figurar? ¿No es esa la esencia misma de todo problema moral? ¿Qué debemos a los otros? ¿Cómo respondemos a ellos? ¿No es la respuesta irreflexiva de amabilidad y buena voluntad a un extraño en problemas el ejemplo más obvio de acción moralmente buena, a diferencia de todos los cálculos y toda la deliberación que tipificamos como razonamiento práctico?
Estas cuestiones tienen mucho peso pero no son ajenas a nuestra discusión, en la que se ha insistido en el lugar que ocupan las razones concernientes a otros y concernientes a la comunidad entre los componentes de la deliberación y también (puede suponerse) de la ejecución de decisiones. Es obviamente cierto que solo uno mismo puede pensar en lo que va a hacer, ciertamente desde la perspectiva de la agencia y la acción. Yo puedo preguntarme qué hará usted, puedo reflexionar sobre qué sería inteligente o correcto que hiciera y puedo darle mi opinión sobre ello si quiere, pero solo usted puede decidir qué le merece la pena hacer en este momento, qué es lo que debería hacer por encima de todo lo demás. El razonamiento práctico, en este sentido, siempre está dirigido a uno mismo y sirve para gestionarse a uno mismo, ya sea un razonamiento individualista o corporativo.
Que esté dirigido a uno mismo no significa, sin embargo, que sea concerniente a uno mismo. Una autora que decide que debe embarcarse en la escritura de cierto libro y completarlo dentro de cierto plazo puede considerar que sus obligaciones hacia su editor o hacia el organismo que le ha otorgado una beca son una razón buena y suficiente para ponerse a trabajar. Podría verla como una razón concluyente, independientemente de cualquier otra razón concerniente a uno mismo, económica o de otro tipo, que también pueda pensar que influye en este caso. Esto sería evidente si se imaginara que la situación es un poco más compleja. Se le ha ofrecido una plaza como profesora visitante que es muy prestigiosa y puede ser bastante agradable, pero debe asumirla dentro de los próximos doce meses. Esos son precisamente los doce meses en los que debe escribir el libro para cumplir con el plazo acordado. En lo que respecta a las razones concernientes a uno mismo, ella podría pensar que lo correcto desde su punto de vista «egoísta» es posponer o abandonar el libro para asumir la plaza de profesora visitante. Sin embargo, sus obligaciones hacia terceras partes superan a estas consideraciones, así que rechaza la invitación con pesar y se pone a escribir.
El término «moral», en uno de sus sentidos más restringidos, se usa para llamar la atención sobre los elementos concernientes a otros del razonamiento práctico. Las exigencias de la moral son exigencias en favor de otras personas diferentes de la que está deliberando. Las motivaciones o las razones morales son las que compiten con las concernientes a uno mismo. Cada uno de nosotros se encuentra constantemente en riesgo de favorecerse demasiado a sí mismo. Las razones concernientes a uno mismo para hacer algo pueden aparecer vívidamente iluminadas o pueden verse ensombrecidas por las exigencias que hemos caracterizado como «razones concernientes a otros». La virtud moral requiere en sus fundamentos una determinación firme e incluso férrea de no sobrevalorar lo que concierne a uno mismo en detrimento de las consideraciones que conciernen a otros. La imparcialidad entre uno mismo y los otros es difícil de cultivar pero es fundamental para la moral.
Esto es cierto e importante. Sin embargo, ese es solo uno de los sentidos del término «moral». Además, prestarle demasiada atención puede empujarlo a uno hacia el error opuesto. Es cierto que todos tenemos una tendencia hacia el egoísmo, en el sentido de una propensión a sobrevalorar las motivaciones concernientes a uno mismo en detrimento de las concernientes a otros, y debemos estar en guardia ante esto. No obstante, también es posible la corrección excesiva. Convertirse en un felpudo o en un mártir en favor de las necesidades relativamente triviales de otros es un error de juicio —de juicio moral, de hecho— tanto como lo opuesto. También puede tener efectos moralmente indeseables, como en el caso de unos padres que, temerosos de descuidar a sus hijos, terminan por mimarlos totalmente y por fomentar en la práctica que se conviertan en mocosos egoístas. Aquí, como en muchos otros asuntos, existe un término medio deseable, y una desviación de ese punto en cualquier dirección conduce al error moral, aunque la tendencia al error normalmente esté algo sesgada en la dirección de uno mismo.
A veces se traza una distinción entre razones «prudenciales» y «morales» para la acción, sobre la base de que las prudenciales son concernientes a uno mismo, mientras que las morales son concernientes a otros. Este es un uso muy desaconsejable. «Phronesis» en griego se traduce como «prudentia» en latín y «prudencia» en español. Significa sabiduría práctica, que se manifiesta en una capacidad madura para deliberar de una manera correcta y equilibrada, teniendo en cuenta todo lo que debe considerarse y dejando a un lado consideraciones irrelevantes. La «prudencia» en este sentido no se refiere solo a lo que concierne a uno mismo. Consiste en dar su justo valor a las consideraciones concernientes a uno mismo, las concernientes a otros y las concernientes a la comunidad en cualquier contexto de deliberación importante. Quienes pueden ayudar a guiar (no controlar) las deliberaciones de una persona afligida por dificultades son sabios consejeros de quienes están turbados por difíciles problemas prácticos.
Aquí no trataremos «moral» y «prudencia» como virtudes mutuamente excluyentes. La prudencia conduce a decisiones moralmente correctas, y las decisiones son moralmente correctas en la medida que den el valor justo o apropiado a las consideraciones concernientes a otros siempre que estas compitan con las concernientes a uno mismo. La pregunta, por tanto, concierne al «valor justo