Nubes de estio. Jose Maria de Pereda
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Comenzaba de este modo:
«En el exprés de hoy se espera a la distinguidísima familia del egregio duque del Cañaveral, marqués de Casa— Gutiérrez. Es verdadera y hondamente lamentable para sus numerosos amigos de aquí y para la elagante colonia madrileña que nos honra este verano con su residencia en los hermosos hoteles de nuestra playa incomparable, que altísimos deberes políticos y particulares impidan a aquel insigne prócer acompañarla en el viaje, y le obliguen a retrasar el suyo algunos días. Felizmente no serán muchos, porque también en este modesto y oscuro pedazo de la patria querida reclaman al gran estadista excepcionales asuntos, que, por ser de los que tocan al corazón y esparcen en el sagrado del hogar el ambiente de las bendiciones del cielo y la luz de las auroras de mayo, han de arrastrarle bien pronto, con fuerza poderosa e irresistible, al seno de su adorada y elegante familia. ¡Ah, si no temiéramos pecar de indiscretos! ¡Ah! si lo que está todavía oculto, aunque, en transparentes cendales, en gasas sutiles, como ángeles entre arreboladas nubes, no lo estuviera, ¡qué grata, qué dulce, qué arrobadora noticia daríamos hoy a nuestras bellas y elegantes lectoras! Pero nos está vedado, nos está prohibido, nos está… ¿cómo lo diremos?… défendu, añadir una palabra más, y no la añadiremos. Entre tanto, consuélese nuestra high life con saber que dentro de pocas horas tendrá la dicha de poseer a la egregia dama, duquesa del Cañaveral y marquesa de Casa— Gutiérrez; a su digna hija, la bella, la elegante, la dichosa, la afortunada (como que en ella se adunan, y coexisten, y se compenetran la hermosura, el esprit y las riquezas); la bella, repetimos, la elegante, la dichosa, la afortunada duquesita de Castrobodigo; a su otra hija, la espiritual, la incomparable por su distinción y su donaire; en fin, María Casa— Gutiérrez, y está dicho todo; al joven duque de Castrobodigo, prez de la nobleza castellana y honra del Sport— Club; y, por último, a nuestro queridísimo amigo, al brillante joven Antonino Casa— Gutiérrez, unido a la buena sociedad de este pueblo por tantos y por tan fuertes vínculos; vínculos que aún se afianzarán más y más, estamos seguros de ello, en el transcurso de este verano; verano feliz y venturoso para ciertas almas d’élite, que bien merecido se lo tienen. Pero tente, pluma: ¿qué cendales, qué gasas tenues, qué nubes vaporosas ibas a desgarrar imprudente y temeraria? ¡Oh! el choque de la felicidad ajena en corazones bien nacidos, da por fruto inmediato la indiscreción. Es el torrente que avanza y se desborda. Perdón, afortunados e ilustres jóvenes, si del exceso de este mi desbordado torrente de entusiasmo por vuestra felicidad, se ha disgregado de la onda arrolladora un copo siquiera de leve espuma, que agite, que conmueva, que deshaga un solo pliegue del cendal, de la gasa, de la nube que oculta el delicioso misterio a los ojos voraces de la pública curiosidad.»
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