El gran libro de las civilizaciones antiguas. Patrick Riviere

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El gran libro de las civilizaciones antiguas - Patrick Riviere

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había ordenado al narrador que construyera un arca para embarcar en él a su familia y su ganado. Durante seis días y seis noches, la tormenta estuvo arrasándolo todo, y el séptimo día el barco embarrancó en la cima de una montaña del alto Kurdistán. Una paloma y una golondrina fueron dejadas en libertad, pero regresaron; luego le tocó a un cuervo, que no regresó. Uta-Napishtim salió entonces del arca para ofrecer un sacrificio. Enki había pedido al señor de los dioses que nunca castigara a toda la humanidad por los pecados de unas cuantas personas. Enlil, el señor supremo, había consentido, y, subiendo al arca, había tocado la frente de Uta-Napishtim y de su mujer y les había dicho: «Hasta hoy erais mortales, pero a partir de ahora seréis como dioses; viviréis lejos de aquí, en la desembocadura de los ríos».

      El relato asirio del Diluvio presentaba tantas similitudes con el de la Biblia que no se podía poner en duda su común origen. Incluso en este primer estadio de conocimientos, era evidente que la versión asiria, como la tablilla de la biblioteca de Assurbanipal, no era más que la copia de un relato mucho más antiguo. Hubo que esperar cuarenta años para descubrirlo, y fue en ese momento cuando la relación entre la historia del Diluvio y el problema de Dilmoun empezó a verse con total claridad.

      En 1899 o 1900, la Universidad de Pensilvania llevaba a cabo unas excavaciones en Nippur, emplazamiento de una antigua ciudad famosa en el pasado en la baja Mesopotamia. En la época sumeria y en la de Sargón de Acad, primer gran conquistador semita, Nippur era el centro religioso más importante de Mesopotamia, puesto que su dios tutelar era Enlil, el mismo que había ordenado el Diluvio y concedido la inmortalidad a Uta-Napishtim.

      En muchos sentidos, las excavaciones americanas de Nippur han marcado un hito decisivo en la arqueología de Oriente Medio. Por primera vez, el objetivo principal de la misión no era la búsqueda de estatuas e inscripciones destinadas a adornar los museos, sino el descubrimiento de edificios en su totalidad. Este método llevó a descubrir los primeros zigurats, esas gigantescas torres de pisos coronadas por un templo, que constituían una de las principales características de las ciudades mesopotámicas. Todas las ciudades poseían un zigurat, uno solo, dedicado a su divinidad protectora; el de Nippur, llamado E-kour, «la casa de la montaña», estaba dedicado a Enlil. Al pie de la torre se hallaba el gran templo del dios, y allí fue donde Hilprecht, jefe de la misión y experto en materia de escritura cuneiforme, desenterró los archivos del templo, una colección de treinta y cinco mil tablillas, cantidad superior incluso a la de la biblioteca real de Assurbanipal. Resulta evidente que una cantidad tan grande de documentos no podía ser descifrada y publicada en un breve periodo de tiempo. Aún hoy, dos generaciones después de este acontecimiento arqueológico, la mayor parte de las tablillas sigue sin haber sido publicada, y se continúan descubriendo importantes cosas. Muchas tablillas están en sumerio, lengua que precedió al babilónico y al asirio semita, al menos en lo relativo a la lengua escrita de Mesopotamia, y son las que nos han proporcionado las bases de nuestros conocimientos de sumerio.

      Así pues, no resulta sorprendente que haya habido que esperar a 1914 para que apareciera la tablilla de Nippur con la versión sumeria del Diluvio. De hecho, la tablilla está incompleta, ya que carece de sus dos tercios superiores, y el texto presenta numerosas lagunas. Sin embargo, la historia es muy parecida a la narrada por Uta-Napishtim a Gilgamesh, a pesar del cambio de nombre del superviviente que, en la versión sumeria, se llama Ziusudra. En nuestra opinión, la última parte del texto es la que ofrece mayor interés. Mientras que la versión babilonia nos dice que Uta-Napishtim, después de acceder a la inmortalidad, debía vivir «lejos de aquí, en la desembocadura de los ríos», la versión sumeria precisa: «Anu y Enlil amaban a Ziusudra y, como a un dios, le concedieron la vida eterna. Entonces enviaron a Ziusudra, el rey, salvador de la vegetación y semilla de la humanidad, al país de la travesía, Dilmoun, país donde el sol sale, y le ordenaron que permaneciera allí».[32]

      El ejercicio del culto

      Aun teniendo en cuenta que la jerarquía sacerdotal variaba según los lugares y las épocas, podemos trazar los siguientes grandes rasgos:

      – el título de en («señor») se atribuía al sacerdote de mayor rango. Era, en cierto modo, el sumo sacerdote, considerado como el equivalente de un pontífice;

      – el sanga asumía, además de sus funciones de sacerdote de alto rango, las de administrador de los bienes del templo, lo que lo situaba directamente bajo la autoridad del jefe de la ciudad en cuestión;

      – el shabra, además de cumplir con sus funciones sacerdotales, podía también sustituir al sanga, para administrar los bienes del templo;

      – el ishib era considerado un exorcista que se dedicaba a los ritos de purificación, con ayuda de invocaciones y conjuros diversos;

      – el gudug (o shudug) se encargaba de efectuar las unciones santas y también tenía como tarea asumir algunas funciones administrativas;

      – el uri-gal, como sacerdote, no aparecería hasta más tarde, en los textos asirio-babilonios.

      Es acertado contar, además, a los gala o chantres religiosos, los en-si o adivinos, así como a las sacerdotisas dirigidas por la «Dama del Dios» (Nin-Dingir) según los vaticinios emitidos ante el Me, especie de pitonisa.

      La parte superior de los zigurats (torres con pisos) alojaba el sanctasanctórum (gi-gun) del templo sumerio, que sólo frecuentaban los sacerdotes.

      Además de las fiestas del año nuevo (véase más arriba), se celebraban otras en honor a las divinidades a lo largo de todo el año. Se llevaban a cabo procesiones, acompañadas de ofrendas a los ídolos ubicados en varios lugares, siguiendo un rito procesional preestablecido. La música no faltaba en estas ceremonias, donde sonaban flautas, cítaras y tamboriles, así como liras, arpas y tímpanos, como atestiguan los documentos de que disponemos.

      La civilización y la mitología egipcias

      Sólo en su verbo de piedra,

      Egipto ha sabido hablar la lengua de la eternidad.

Édouard Schuré, Sanctuaires d’Orient

      El antiguo Egipto carecía de religión,

      según los testimonios inscritos durante más de cuatro mil años;

      él era la religión en su acepción más amplia y más pura.

Schwaller de Lubicz, Le roi de la théocratie pharaonique

      ¿Ha existido en la historia alguna civilización que tuviera más sentimiento religioso que el pueblo egipcio?

      Si Herodoto daba sin ningún género de duda una respuesta negativa a dicho interrogante, cabe reconocer que el historiador contemporáneo de las religiones sólo podría suscribirse a esta opinión justificada, al no descubrir ninguna otra civilización en el mundo que haya poseído una cultura religiosa más amplia ni preocupaciones metafísicas más importantes que en el Egipto antiguo.

      Desde finales de la protohistoria egipcia hasta el iv milenio a. de. C., debieron de surgir un reino y una civilización unificados, al no estar Egipto sometido a ningún tipo de invasiones múltiples,[33] por su situación geográfica. En efecto, el valle del Nilo estaba protegido por el desierto, el mar Rojo y el Mediterráneo.

      Los orígenes de la civilización egipcia

      Si bien anteriormente solía ser costumbre plantearse sólo un origen oriental de

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<p>32</p>

Extraído de la excelente obra de Geoffroy Bibby, Dilmoun, la découverte de la plus ancienne civilisation, ed. Calmann-Lévy, 1972.

<p>33</p>

Efectivamente, hubo que esperar a la invasión de los hicsos, en el siglo xvi a. de C., para que Egipto se volviera vulnerable.