El gran libro de las civilizaciones antiguas. Patrick Riviere
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу El gran libro de las civilizaciones antiguas - Patrick Riviere страница 7
Era cuando menos interesante, en efecto, admirar las piezas arqueológicas del iv milenio a. de C., entre las que había tanto paletas decoradas en relieve[35] que evocaban, sin duda, a la civilización sumeria, como estatuas antropomórficas de gran tamaño, sorprendentes, dotadas de un estilo completamente original (cultura Nagada I), que nada tenían que ver, al menos en apariencia, con una cultura oriental.[36]
¿Esta influencia «prefaraónica» era entonces de origen occidental?
A juzgar por los documentos relacionados con el Libro de los Muertos de los antiguos egipcios,[37] estos «prefaraónicos» habrían tenido como antepasados a los «sirvientes de Horus», que estarían en el origen de la civilización egipcia y procedían, según los textos, del extremo de Libia, «de allí donde se pone el sol».
Algunos arqueólogos, como Marcelle Weissen-Szumlanska, autora de Origines atlantiques des anciens Égyptiens,[38] se aferran, por tanto, a la hipótesis según la cual los orígenes del antiguo Egipto serían occidentales, tanto más cuanto que algunos descubrimientos arqueológicos permiten pensar en esta posibilidad.
Con relación a la influencia oriental – y, por tanto, mesopotámica–, que es obviamente la más comúnmente admitida, Mircea Eliade apunta:
[…] En el iv milenio, los contactos con la civilización sumeria provocan una auténtica mutación. Egipto adopta el cilindro-sello, el arte de construir con ladrillo, la técnica de construir barcos, numerosos motivos artísticos y, sobre todo, la escritura, que aparece de repente, sin antecedentes, a principios de la I dinastía.[39]
Las grandes etapas de la historia de Egipto: el Imperio Antiguo
La historia de Egipto – con excepción de la parte prefaraónica– se divide en tres grandes periodos: el Imperio Antiguo, el Imperio Medio y el Imperio Nuevo.
La primera etapa (aproximadamente del año 3000 al 2130 a. de C.) es el periodo durante el cual la ciudad de Menfis[40] fue considerada la capital del Imperio Antiguo. Comprende las once primeras dinastías faraónicas.
A principios de este periodo se sitúa al legendario faraón Menes (Narmer),[41] «sirviente de Horus», quien, después de unificar el país y fundar el Estado egipcio, instauró la tradición faraónica, estableciendo así la I dinastía. Procedente del sur o del oeste, según determinados textos, Menes pasa indudablemente por ser un conquistador, así como un legislador y un constructor. Se afirma incluso que secó la llanura de Menfis para establecer en ella la capital de Egipto y que asentó la autoridad faraónica mediante la ceremonia de la coronación, que se llevaría a cabo en este lugar durante más de treinta siglos.[42]
El faraón también fue considerado un dios encarnado; según Mircea Eliade:
Lo esencial era garantizar la permanencia de esta obra efectuada según un modelo divino; dicho de otro modo, evitar las crisis susceptibles de agitar los cimientos del nuevo mundo. La divinidad de Faraón constituía la mejor garantía. Puesto que Faraón era inmortal, su fallecimiento significaba sólo su traspaso hasta el Cielo, la continuidad de un dios-hecho carne a otro dios-hecho carne, y, por consiguiente, la continuidad del orden cósmico y social estaba asegurada.
Bajo la III dinastía, veremos aparecer las primeras «pirámides». El faraón Yoser encargó a Imhotep, su maestro de obras, la construcción de una mastaba[43] en Saqqara (al oeste de Menfis), de forma y dimensiones fuera de lo habitual. Este edificio, tras sufrir varias transformaciones, acabó convirtiéndose en una pirámide escalonada, de seis plantas.
Después de la V dinastía (hacia el año 2300 a. de C.), la civilización egipcia no sufrió prácticamente ninguna modificación relativa a su patrimonio cultural.[44] Así, el «tiempo histórico» se asociará al «tiempo cosmológico», manifestando el mito de la «perfección de los inicios», en cierto modo ¡la edad de oro!
Y los faraones se sucederán de la VI a la XI dinastía, de los Pepi a Mentuhotep.
Los Imperios Medio y Nuevo
El inicio de este periodo corresponde al momento en el que la supremacía de Menfis sucede a la de Tebas, la nueva capital religiosa de Egipto.
Este periodo en el que la ciudad de Tebas poseerá la preeminencia se extenderá del 2130 a. de C., con el reinado de Amenemhet[45] y de Sesostris, hasta el siglo xii a. de C.
Amenemhet construyó los inmensos templos de Heliópolis, Abydos y Karnak.
Sesostris II, por su parte, se reveló más tarde como un gran faraón guerrero de la XII dinastía.
Si consideramos que el Imperio Medio se extiende aproximadamente desde el año 2000 hasta el 1750 a. de C., el Imperio Nuevo no aparecerá, después de un periodo intermedio de unos dos siglos, hasta el 1580 a. de C., con la llegada de la XVII dinastía, que verá cómo el faraón Ahmosis expulsa a los hicsos y reunifica Egipto.
A continuación, se inició la XVIII dinastía con los faraones Amenofis, la famosa reina Hatshepsut,[46] su sobrino y yerno, el conquistador Tutmosis III, y luego el no menos célebre Ajenatón, del cual hablaremos más tarde, así como el joven Tutankamón.
La XIX dinastía vio cómo durante el reinado de Ramsés I y de Seti I se expresó la magnificencia de Egipto, con sus majestuosos templos, principalmente el de Abu Simbel. Luego siguieron más faraones, de Ramsés I a Ramsés XI, en la XX dinastía,[47] y Egipto entró poco a poco en decadencia. En el último periodo, la capital de Egipto se desplazó de Tebas a Sais; esto fue así hasta la XXI dinastía. Egipto sufrió entonces múltiples invasiones por parte de libios, etíopes, asirios, etc. Harían entrada en el país, sucesivamente, Assurbanipal (663 a. de C.), Cambises (525 a. de C.) y Alejandro Magno (333 a. de C.), hasta la invasión romana (30 a. de C.).
Cosmología y mitología egipcias
En la religión egipcia existen varias versiones míticas cosmogónicas, que ponen en escena toda una multitud de dioses[48] asociados a ciudades consideradas cada una de ellas como centro supremo cosmogónico de pleno derecho.
En lo referente a los dioses creadores, Mircea Eliade indica:
Todas las ciudades importantes situaban al suyo en primer plano. Los cambios dinásticos eran seguidos en muchas ocasiones por el cambio de capital. Esto obligaba a los teólogos de la nueva capital a integrar varias tradiciones cosmogónicas, identificando su dios local principal con el demiurgo.
Sin embargo, si observamos el conjunto de versiones cosmogónicas,[49] podemos deducir el acto general genesiaco que se adapta al modelo «heliopolitano».
34
Exposición organizada por Jacques Vandler, miembro del Institut de France, inspector general de los museos, encargado del departamento de Antigüedades Egipcias.
35
Como la denominada «de toro», que se encuentra en el Museo del Louvre.
36
Estos «hombres barbudos» – este es el calificativo que los arqueólogos les han otorgado– guardan relación con las culturas Nagada I y II que se extendían de Badari a Sisileh, en la parte sur del Nilo (véase el artículo de J. A. Boulain, aparecido en
37
Cuyo título exacto es
38
Omnium littéraire, París, 1965.
39
Mircea Eliade,
40
Menfis era considerada la «Residencia del alma de Ptah»: He-Ku-Ptah, que dará origen al vocablo griego
41
Menes es el nombre dado por los griegos al faraón Narmer; es la trascripción griega de la palabra egipcia
42
Plutarco
43
Término que los egipcios utilizaban para designar la parte visible, superior, de las tumbas civiles egipcias en el Imperio Antiguo. Más tarde, por extensión, este término designó a la tumba en sí. Una capilla con muros decorados representaba la vida del difunto y se habilitaba en el interior. Desde allí, un pozo permitía acceder a la cámara mortuoria en la que se encontraba el sarcófago.
44
Tres grandes pirámides fueron erigidas unas décadas más tarde: dos en Dashûr y una en Maydûm, al sur de Saqqara.
45
Amenemhet I inauguró la XII dinastía, durante la cual la producción artística alcanzaría el máximo esplendor.
46
Resulta sorprendente que una mujer pudiera reinar en Egipto, de un modo, además, admirable, pero cabe decir que adoptó ciertas medidas de precaución después de que su padre, el faraón Tutmosis I, la llamara para compartir su trono con Tutmosis II. Ella consiguió, de hecho, hacerse proclamar de sexo masculino y de filiación divina. Por lo demás, ha quedado demostrado que fue ella misma quien inició su propia biografía, en la que indicaba que el dios Amón había visitado a su madre Ahmasi y que antes de marcharse le había predicho el nacimiento de una hija, mediante la cual se revelaría al mundo todo el poder de Dios. Fuera de esta «leyenda biográfica» se la representaba como un hombre, con todos los rasgos de un guerrero barbudo, y se la calificaba de «Hijo del Sol» y de «Señor de las Dos Tierras». También fue ella misma quien mandó construir su propia tumba, en la orilla occidental del Nilo, en lo que luego se convertiría en el Valle de los Reyes…
47
Los egiptólogos suelen denominar Imperio Nuevo al periodo que va de la XVIII a la XX dinastías.
48
Y eso sin tener en cuenta que a veces dichas divinidades son duplicadas: Ra-Atum, Ra-Osiris, Amón-Miu, Ptah-Tatenem…
49
Siempre se da la emergencia de las Aguas primordiales bajo la forma de un montículo, de un huevo o de una flor de loto.