El gran libro de las civilizaciones antiguas. Patrick Riviere
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Isis, gracias a su incomparable encanto, no tuvo ninguna dificultad para llegar a ser la amiga íntima de la reina Nemanus. Se convirtió en la nodriza de su joven hijo, al que llevó progresivamente hacia la senda de la inmortalidad. La reina, al reconocer en ella a la diosa Isis, aceptó devolverle el sarcófago de Osiris, oculto en la columna del palacio.
Isis, antes de regresar a Buto, en donde había dejado a su hijo Horus,[76] decidió depositar los restos de Osiris en un lugar seguro, pero Set-Tifón, al caer la noche, lo descubrió y lo cortó en catorce pedazos[77] que repartió por todo el país.
Isis se puso entonces a buscar todos los trozos del cuerpo de su esposo, para darle una sepultura decente en cada uno de los lugares. Los halló todos menos el miembro viril, que Tifón había arrojado al río y que había sido devorado por los peces. Isis lo sustituyó por un objeto simbólico que enterró.
Por su parte, Horus, ya adulto, decidió vengar a su padre Osiris. Este regresó de los Infiernos para apoyar a su hijo en su lucha contra Set-Tifón. Tifón consiguió arrancar un ojo a Horus, pero este lo recuperó y se lo ofreció a su padre. Según los Textos de las Pirámides, así fue como Osiris logró resucitar.
Horus, descendido a los Infiernos tras librar una batalla con Set-Tifón, saca a su padre de su torpor con las siguientes palabras: «¡Osiris! ¡Mira, Osiris! ¡Escucha! ¡Levántate! ¡Resucita!».
Horus fue coronado rey, mientras que Isis dejó desgraciadamente escapar a Set-Tifón. Horus, furioso, arrancó por despecho la diadema real de Isis. Tot reemplazó entonces esta corona por un tocado con cabeza de vaca,[78] y se siguió produciendo la lucha perpetua entre la luz y las tinieblas, asegurando la perennidad en la renovación cíclica de las fuerzas universales. Tot pasa de hecho por haberse esforzado, en su propia sabiduría, en instaurar la paz entre Set y Horus, y reconciliar así los dos principios contrarios, al establecer los límites respectivos de sus ámbitos de acción (véase Maspero, Histoire des anciens peuples).
Osiris fue, por tanto, un «dios asesinado» que, gracias al amor de su esposa y de su hijo y a la benévola Providencia, logró resucitar.
En su obra Religions de l’ancienne Égypte, Viret menciona la devoción que existe en los lugares en los que se cree que quedó un fragmento de Osiris:
Había en Egipto varias tumbas de Osiris,[79] tantas como fragmentos había hecho Set, su asesino, con su cuerpo despedazado. Sin embargo, sobre todo cerca de la tumba de Abydos es donde una gran cantidad de egipcios píos querían ser enterrados o, como mínimo, representados con una estela después de morir.
Se decía que la cabeza de Osiris había sido enterrada en Abydos, y este antiguo santuario era considerado sagrado por todos, y particularmente venerado bajo el reinado de Seti I. El gran egiptólogo Mariette-Bey[80] emprendió incluso excavaciones en Abydos, pero en vano, si bien descubrió los cimientos de la antigua Thini, donde había nacido Menes, y halló el santuario de siete capillas del faraón Seti I.
Los misterios vinculados a la muerte y resurrección de Osiris se celebraban tradicionalmente en Egipto bajo la forma de drama. Se trataba de auténticas fiestas que conmemoraban la resurrección del Dios; para simbolizarla, los sacerdotes mezclaban granos de trigo y cebada con tierra, como representación del cadáver de Osiris. Se enterraba todo y, cuando las semillas germinaban,[81] Osiris resucitaba. La asimilación con el culto agrario, por tanto, era inequívoca, asegurando así la permanencia ritual de la renovación estacional.
Cabe añadir a esta conmemoración la ceremonia del «levantamiento del Djed» (o «Zed»), celebrada sobre todo en Busiris (Djedu). Se trata del símbolo jeroglífico que aparece en numerosos templos y papiros, en los que se observa un eje amplio cortado en cuatro barras perpendiculares. La ceremonia equivalía al levantamiento ritual de la momia de Osiris; estaba en posición horizontal, y era puesta en vertical, de manera que el dios iniciaba su victoria definitiva sobre la muerte…
Los misterios de Isis y el reino del más allá
La diosa Isis encarna perfectamente lo eterno femenino: Diosa-Madre asociada a la fecundidad y al misterio de la Vida, pero también a la luz estelar, al astro nocturno y a la ligereza fluídica del ambiente crepuscular. Está considerada a un mismo tiempo la esencia sutil y diáfana, y la sustancia matricial que contiene el germen divino. Plutarco escribió con referencia a esto: «Las vestiduras de Isis muestran todo tipo de colores mezclados, porque su poder se extiende sobre la materia que recibe todas las formas y que sufre todas las vicisitudes».
En Sais, en el frontón del templo, se podía leer, sobre la diosa tutelar Neith, confundida aquí con Isis: «Soy todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será, y mi velo jamás ha sido levantado por ningún mortal».
Para los egipcios, el mes de Famenot (séptimo mes del año) celebraba la entrada de «Osiris en la luna» (Plutarco, De Iside et Osiride), la unión sagrada de Isis y Osiris durante la luna llena primaveral (finales de febrero-principios de marzo).
A través de las numerosas representaciones de la barca solar en el Libro de los Muertos,[82] que constituye la guía del más allá, el simbolismo de la unión del Sol y de la Luna, o de Osiris e Isis, se deja traslucir perfectamente. Esta conciliación de los principios opuestos y, como consecuencia, complementarios – según el antiguo adagio Contraria sunt complementa– debía permitir al iniciado alcanzar la iluminación salvadora.
En ocasiones, Isis y Osiris fueron representados en la barca solar, como, por ejemplo, en Abydos: Isis, arrodillada, se enfrenta aquí a su esposo y parece estar en un éxtasis total. Esta escena refleja una emotiva gracia y una profunda serenidad.
Durante el Imperio Nuevo, los teólogos egipcios desarrollaron la síntesis religiosa Osiris-Ra – expresión del fenómeno conocido como «de solarización»–, lo que aseguró un prestigio considerable al culto de Isis y Osiris. A ello cabe añadir que en el periodo tolemaico y de helenización de Egipto, a principios del siglo ii a. de C., Tolomeo I Soter decidió asentar su reinado sobre una divinidad suprema reconocida tanto por egipcios como por griegos, el dios Serapis (en realidad, Oserapis, por una contracción entre Osiris y Apis), y los misterios del nuevo dios reforzaron los de Osiris e Isis.
Estos misterios, a todas luces, prolongaron un determinado número de ceremonias del antiguo Egipto. Su propagación comprendía grandes fiestas públicas, pero también ritos propiamente secretos, a los que Apuleyo se refiere directamente en La Metamorfosis o El asno de oro en su libro XI.
Las dos grandes fiestas públicas guardaban relación – sobre todo en el periodo romano– con el mito de Osiris e Isis, reactualizándolo ritualmente. Se trataba de Navigium – o Barco de Isis–, vinculado a la navegación de primavera, e Inventio (descubrimiento de fragmentos del cuerpo de Osiris), que se desarrollaba tradicionalmente del 29 de octubre al 1 de noviembre. A estos días de lamentaciones, que sugerían la búsqueda por Isis de los restos fúnebres de Osiris, seguía sin transición la fiebre de celebración vinculada a la reconstitución y a la resurrección del dios.
El carácter propiamente secreto revestido por la iniciación del misto (iniciado) llevaba a este, tras abluciones purificadoras, a renacer en Osiris resucitado:
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Imagen arquetípica del Eje del Mundo, el
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Según otras versiones, Isis consiguió hacerse fecundar por el cadáver de Osiris. Luego, oculta entre los papiros del delta del Nilo, habría dado a luz a su hijo Horus. Plutarco menciona también esta «procreación post mórtem», pero la relaciona con otro hijo, salido de un loto: Harpócrates (que, por otra parte, fue asimilado a Horus niño).
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Según Diodoro de Sicilia, Tifón (Set) lo dividió en veintiséis partes.
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De ahí la asimilación en ocasiones de Isis con la diosa Hathor, la Venus egipcia. ¡De hecho, en
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Es conveniente citar sobre todo la «isla de Philae», el «campo sagrado» que Diodoro y Plutarco evocaron.
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A. E. Mariette-Bey (1821-1881), entre otras cosas, descubrió la tumba de los Apis, al hallar el Serapeum de Menfis. Además, fue el creador del Museo de Boulaq.
81
Véase V. Loret,
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El