Una Razón Para Aterrarse . Блейк Пирс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Una Razón Para Aterrarse - Блейк Пирс страница 4
Y se sintió bien. Como un exorcismo.
No supo cuánto tiempo paso allí sentada en el piso entre cajas. Lo único que supo fue que, cuando se puso de pie, ya no sintió ganas de adormecerse con licor. Necesitaba tener la cabeza despejada, necesitaba ordenar sus pensamientos.
Sintió un dolor familiar en las manos, algo aún más fuerte que la necesidad de beber para adormecer sus emociones. Apretó los puños y pensó en blancos de papel y polígonos de tiros.
Se sintió un poco mejor al pensar en las pocas cosas que tenía en el dormitorio que algún día de estos organizaría y decoraría. No había mucho allí, pero sí había una cosa que casi había olvidado. Poco a poco, tratando de animarse a sí misma mientras caminaba por la sala de estar llena de cajas, Avery entró en el dormitorio.
Se quedó parada en la puerta por un momento y estudió el arma que estaba apoyada en una esquina.
El rifle era un Remington 700 que había tenido desde su graduación de la universidad. Durante su último año en la universidad, había planeado mudarse a algún lugar remoto con el fin de cazar venados en los inviernos. Era algo que su padre siempre hacía y, aunque ella no era particularmente buena para cazar, lo había disfrutado mucho. Sus amigas se burlaban de ella por eso y probablemente había asustado a unos cuantos novios en la escuela secundaria debido a su interés por el deporte. Cuando su padre falleció, su madre le rogó que se llevara el arma ya que creyó que eso era lo que su padre hubiera querido.
El rifle la había acompañado en muchas cosas, siendo trasladado de mudanza en mudanza, por lo general guardado en un clóset o debajo de una cama. Dos días después de mudarse a esta casa, lo había llevado a una tienda de armas para que lo limpiaran. Cuando lo fue a buscar, también compró tres cajas de cartuchos.
Suponiendo que debía aprovechar su buen ánimo, se desnudó y se colocó ropa térmica. No había demasiado frío esta mañana, pero ella no estaba acostumbrada a estar en el bosque. No tenía nada de camuflaje, así que decidió ponerse unos pantalones color verde oscuro y un suéter negro. Sabía que no era un atuendo muy seguro para ir a cazar ciervos, pero no le quedaba de otra.
Se puso un par de guantes delgados (luego de pasar un largo rato buscando en unas cajas para encontrarlos), se puso los zapatos más robustos que tenía y salió de la casa. Se metió en su auto y condujo tres kilómetros a un tramo de carretera que daba a una gran extensión de bosque que era propiedad del hombre al que le había comprado la casa. El hombre le había dado permiso para cazar en sus tierras, casi como un extra por haber comprado la casa diez mil dólares sobre el precio de venta.
Encontró un lugar al lado de la carretera que era evidente que era bastante frecuentado por cazadores. Estacionó su auto allí, el lado del conductor apenas fuera de la carretera. Luego tomó el rifle y se dirigió hacia el bosque.
Se sentía tonta por estar andando por el bosque. No había cazado en cinco años más o menos, desde el mismo fin de semana que recibió el arma de su madre. No tenía el equipo adecuado, ni las botas adecuadas, ni el olor de ciervos para rociar en los árboles, ni los gorros o chalecos naranja. Pero también sabía que era un miércoles por la mañana y que el bosque estaría prácticamente vacío. Se sentía como la chica tímida que solo jugaba al baloncesto sola y se iba cuando chicos más talentosos entraban en el gimnasio.
Caminó por veinte minutos hasta llegar a un terreno elevado. Caminó con mucha precaución, con la misma que había practicado como detective de homicidios. El arma en sus manos se sentía bien, aunque un poco extraña. Estaba acostumbrada a armas mucho más pequeñas, en particular a su Glock, por lo que el rifle se sentía bastante potente. Cuando llegó a la cima de la colina, vio un roble caído a varios metros de distancia. Lo utilizó para ocultarse, sentándose en el suelo y luego bajándose un poco con la espalda apoyada en el árbol caído. En una posición reclinada, colocó el rifle a su lado y levantó la mirada hacia las copas de los árboles.
Se quedó allí con toda tranquilidad, sintiéndose aún más encerrada que como se había sentido hace una hora en el porche. Sonrió cuando se imaginó a Rose aquí con ella. Rose odiaba casi todo que tuviera que ver con la naturaleza y probablemente perdería la cabeza si supiera que su madre estaba sentada en el bosque con un rifle, tratando de matar un ciervo. Pensar en Rose ayudó a Avery a despejar su mente un poco y concentrarse en todo a su alrededor. Y cuando ella era capaz de hacer eso, los instintos de su carrera empezaban a activarse.
Oyó el crujido de las hojas en el suelo, así como también en los árboles, donde las últimas hojas tercas se aferraban a pesar del invierno que se avecinaba. Oyó un ruido a su derecha por encima de ella, probablemente una ardilla que había salido. Una vez que se aclimató a su entorno, cerró los ojos y se dejó llevar.
Oyó todas esas cosas, pero también vio sus propios pensamientos comenzar a deslizarse en su lugar. Jack y su novia, ambos muertos. Ramírez, muerto. Pensó en Howard Randall, cayendo a la bahía, probablemente también muerto. Y al final de todo, vio a Rose… y cómo había corrido peligro debido al trabajo de su madre. Rose nunca lo había merecido, nunca lo había pedido. Había hecho todo lo posible para ser una hija compresiva y finalmente había alcanzado su punto de quiebre.
Honestamente, a Avery le impresionaba el hecho de lo mucho que había aguantado. Especialmente después de su último caso, donde su vida había estado literalmente en peligro. Y esa no había sido la primera vez.
El chasquido de una ramita detrás de ella interrumpió sus pensamientos. Sus ojos se abrieron de golpe y se encontró mirando las ramas de los árboles sobre ella. Alcanzó lentamente el Remington a lo que oyó otro ruido detrás de ella.
Preparó el rifle y lo movió sigilosamente. Inhaló y exhaló lentamente, asegurándose de ni siquiera soplar una hoja torcida. Sus ojos recorrieron la zona debajo de la pequeña elevación en la que se ocultaba. Vio el ciervo al oeste, a unos sesenta metros de distancia. No era muy grande, pero al menos era algo. Vio a otro más lejos, pero estaba cubierto parcialmente por dos árboles.
Se elevó un poco, estabilizando el rifle en el lado del roble caído. Flexionó el dedo al encontrar el gatillo y agarró la culata con fuerza. Trató de apuntar, pero le pareció un poco más difícil de lo que había previsto. Cuando vio que tenía un tiro limpio, disparó.
El chasquido del rifle debido al disparo resonó en el bosque. El retroceso fue notable, pero muy leve. Supo que no había acertado, ya que su codo se había resbalado al apretar el gatillo.
Pero no logró ver al ciervo escapar.
Cuando el sonido del disparo resonó en sus oídos y en el bosque, algo en su mente pareció temblar y luego congelarse. Por un momento paralizante, no pudo moverse. Y, en ese momento, no estaba en el bosque, no habiendo podido cazar a un ciervo. En su lugar, estaba en la sala de estar de Jack. Había sangre por todas partes. Tanto él como su novia habían sido asesinados. Ella no había sido capaz de detenerlo y, como tal, se sentía como si ella misma los hubiera matado. Rose tenía razón. Sí fue su culpa. Podría haberlo detenido si hubiera sido más rápida, si hubiera sido mejor.
La sangre brillaba y los ojos de Jack la miraban, muertos y suplicantes. —Por favor —le decían—. Retráctate, por favor. Haz lo correcto.
Avery soltó el rifle. El ruido del mismo al caer al suelo la trajo de vuelva, y se encontró sollozando. Las lágrimas brotaron y brotaron. Se sentían como riachuelos de fuego por su rostro congelado.
—Es