Una Razón Para Aterrarse . Блейк Пирс

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Una Razón Para Aterrarse  - Блейк Пирс Un Misterio de Avery Black

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lo consideró por un momento y luego abrió la puerta del todo. Avery hizo lo posible por no darle demasiada importancia al hecho de que Rose había perdido algo de peso. Bastante peso, en realidad. También se había teñido el cabello color negro azabache y se lo había alisado.

      Avery entró y encontró el apartamento muy limpio. Había un ukelele en el sofá que se veía muy fuera de lugar. Avery lo señaló y le dio una mirada interrogante.

      —Solo quería aprender a tocar algo —dijo Rose—. La guitarra toma demasiado tiempo y los pianos son muy costosos.

      —¿Eres buena? —preguntó Avery.

      —Puedo tocar cinco acordes. Casi puedo tocar toda una canción.

      Avery asintió, impresionada. Estuvo a punto de pedirle que tocara la canción, pero lo pensó mejor. Luego pensó en sentarse en el sofá, pero no quería parecer como si estuviera abusando de su hospitalidad. Estaba bastante segura de que Rose no la invitaría a sentarse de todos modos.

      —Estoy bien, mamá —dijo Rose—. Si estás aquí por eso…

      —Sí, estoy aquí por eso —dijo Avery—. Y llevo tiempo queriendo hablar contigo. Sé que me odias y me culpas por todo lo que pasó. Eso apesta, pero puedo lidiar con eso. Pero hoy me llamó tu arrendador…

      —Dios mío —dijo Rose—. Ese idiota codicioso no me deja en paz y…

      —Quiere su renta, Rose. ¿La tienes? ¿Necesitas dinero?

      Rose hizo una mueca ante la pregunta y dijo: —Me gané trescientos dólares en propinas anoche. Y hago casi el doble de eso en propinas los sábados por la noche. Así que no… No necesito dinero.

      —Excelente. Pero… bueno, también me dijo que está preocupado por ti. Que se enteró de algunas cosas que dijiste. No me mientas, Rose. ¿Cómo estás de verdad?

      —¿En serio? —preguntó Rose—. ¿Cómo estoy de verdad? Bueno, extraño a mi papá. Y estuve a punto de ser asesinada por el mismo pendejo que lo mató. Y aunque también te extraño, no puedo ni siquiera pensar en ti sin recordar cómo murió. Sé que eso no está bien, pero te odio cada vez que pienso en papá y en cómo murió. Y pensarte también me hace darme cuenta que he sufrido desde que empezaste a trabajar como detective.

      Fue difícil escucharlo, pero también sabía que pudo haber sido mucho peor.

      —¿Estás durmiendo bien? —preguntó—. ¿Y comiendo bien? Rose… ¿Cuánto peso has perdido?

      Rose negó con la cabeza y comenzó a caminar hacia la puerta.

      —Me preguntaste cómo estoy y ya te contesté. ¿Estoy feliz? Por supuesto que no. Pero no voy a cometer una estupidez, mamá. Cuando todo esto pase, estaré bien. Y pasará. Yo sé que pasará. Pero no puedo tenerte cerca, sino jamás lo superaré.

      —Rose…

      —No. Mamá… eres tóxica para mí. Sé que has intentado arreglar las cosas entre nosotras, que llevas varios años intentándolo. Pero no está funcionando y creo que jamás funcionará teniendo en cuenta los acontecimientos recientes. Así que… vete, por favor. Vete y deja de llamarme.

      —Pero Rose, esto es…

      Rose rompió a llorar, y luego abrió la puerta y gritó: —Maldita sea mamá, ¿podrías dejarme en paz?

      Rose luego bajó la mirada al piso, ahogando sus sollozos. Avery contuvo sus propias lágrimas mientras accedió a su petición. Le pasó por al lado, restringiéndose a sí misma para no abrazarla ni responderle. Simplemente salió por la puerta.

      Pero la puerta cerrándose de forma violenta tras ella quizá fue lo peor de todo.

      ***

      Avery ya estaba llorando, y ni siquiera había puesto su auto en marcha. Para cuando se encontró de nuevo en la carretera dirigiéndose a su nuevo hogar, estaba haciendo todo lo posible para contener sus sollozos. Lágrimas corrían por sus mejillas, y se dio cuenta de que había llorado más en los últimos cuatro meses que en toda su vida. Primero había sido muerte de Jack, luego la de Ramírez. Y ahora esto.

      Tal vez Rose tenía razón. Tal vez ella era tóxica. Porque, a fin de cuentas, ella era la culpable de las muertes de Jack y Ramírez. Su carrera ambiciosa había llevado al asesino a sus seres queridos y, como tal, se habían convertido en sus objetivos.

      Y esa misma carrera había alejado a Rose. Por no mencionar el hecho de que esa misma carrera había llegado a su fin. Avery se retiró poco después del funeral de Ramírez y, aunque sabía que Connelly y O'Malley le habían dejado las puertas abiertas, era una invitación que sabía que nunca aceptaría.

      Se detuvo en su entrada, estacionó el auto y entró con lágrimas todavía corriendo por sus mejillas. La triste realidad era que su vida estaría completamente vacía si abandonaba su carrera. Su futuro marido había sido asesinado, junto con su ex esposo, y ahora, la única superviviente de su pasado, su hija, no quería tener nada que ver con ella.

      «Y en lugar de solucionarlo, ¿qué hiciste?», se preguntó a sí misma.

      Casi sonaba como la voz de Ramírez, señalando cómo estaba empeorando las cosas:

      —Dejaste la ciudad y huiste al bosque. En lugar de enfrentar el dolor y una vida que se había puesto patas arriba, huiste y pasaste varios días bebiendo para olvidar. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Volver a huir? ¿O tal vez deberías solucionarlo?

      Sin embargo, a lo que entró en la cabaña, se sintió más segura de lo que se había sentido parada en la puerta de Rose. Parecía disminuir el dolor que había provocado el hecho que su hija le había tirado la puerta en la cara. Sí, la hacía sentirse como una cobarde, pero simplemente no encontraba otra forma de lidiar con eso.

      «Ella tiene razón. Soy tóxica para ella. En los últimos años, lo único que he hecho es dificultarle la vida. Todo comenzó cuando puse mi carrera por encima de su padre y luego se agravó cuando, sin importar lo mucho que lo intentara, mi carrera llegó a ser hasta más importante que ella. Y aquí estamos de nuevo, en conflicto, aunque ya no ejerzo mi carrera. Y es porque me culpa por el asesinato de su padre… y no está exactamente equivocada», pensó.

      Caminó lentamente hacia la cama que aún no había terminado de armar. Su caja fuerte personal estaba allí, entre la cabecera y el somier. Mientras la abría, se le vino a la mente el momento en el que entró en la sala de estar de Jack y encontró su cuerpo. Pensó en Ramírez en el hospital, ya gravemente herido antes de su asesinato.

      Era la culpable de todo. Y jamás se perdonaría a sí misma.

      Metió la mano en la caja fuerte y sacó su Glock. Se sentía familiar en sus manos, como un viejo amigo.

      Seguía llorando mientras apoyaba su espalda en la cabecera. Miró la pistola, estudiándola. Había estado en su cadera o espalda durante casi dos décadas, más cercana a ella que cualquier ser humano. Así que se sintió demasiado natural cuando se la colocó debajo de la barbilla. Se sentía fría, pero firme.

      Soltó un sollozo mientras la acomodó, asegurándose de que la bala atravesaría en el mejor ángulo. Su dedo encontró el gatillo y se estremeció.

      Se

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