Una Razón Para Aterrarse . Блейк Пирс

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Una Razón Para Aterrarse  - Блейк Пирс Un Misterio de Avery Black

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novia… No, sino también de lo que le había sucedido a Ramírez. Así como lo que les había sucedido a todos los demás que había sido incapaz de salvar. Debió haber sido mejor.

      Vio la foto de Jack y Rose en frente al árbol de Navidad en su mente. Se enrolló como un ovillo al lado del roble caído y comenzó a temblar.

      «No. No ahora, no aquí. Recomponte, Avery», pensó.

      Luchó y se tragó la oleada de emociones. No fue demasiado difícil hacerlo. Después de todo, se había hecho bastante buena en eso durante la última década. Se puso de pie lentamente, recogiendo el rifle del suelo. Miró el lugar donde los dos ciervos habían estado. No se sentía mal por haber fallado el tiro. Simplemente no le importaba.

      Regresó por donde había venido, llevando el rifle sobre su hombro y una década de culpa y fracaso en su corazón.

      *

      En su camino de regreso a la casa, Avery supuso que lo mejor era no haber matado al ciervo. No tenía ni la menor idea cómo lo habría sacado del bosque. ¿Lo habría arrastrado a su auto? ¿Lo habría atado sobre su auto y luego conducido lentamente a casa? Sabía lo suficiente sobre eso como para saber que era ilegal dejar una caza en el bosque.

      En cualquier otro momento, la imagen de un ciervo atado sobre su auto le habría parecido graciosísima. Pero en este momento simplemente le parecía otro descuido. Otra cosa más que no había pensado bien.

      Justo cuando estaba a punto de girar en su carretera, oyó su teléfono celular sonar. Lo tomó de la consola y vio un número que no conocía, pero un código de área que había visto durante la mayor parte de su vida: el de Boston.

      Atendió con escepticismo, ya que su carrera le había enseñado que llamadas de números desconocidos a menudo traían problemas.

      —¿Hola?

      —Hola, ¿habla la señora Black? ¿La señora Avery Black? —preguntó una voz masculina.

      —Sí, ella habla. ¿Quién es?

      —Mi nombre es Gary King. Soy el arrendador del lugar donde vive su hija. Indicó que era su pariente más cercano en su papeleo y…

      —¿Rose está bien? —preguntó Avery.

      —Que yo sepa, sí. Pero la estoy llamando por otros asuntos. En primer lugar, está atrasada en su renta. Lleva dos semanas de atraso, y esta es la segunda vez que pasa en tres meses. He ido varias veces para allá para hablar con ella de esto, pero nunca me abre la puerta. Y no me devuelve las llamadas.

      —Ciertamente no me necesita para eso —dijo Avery—. Rose es una mujer adulta y puede lidiar con ser regañada por un arrendador.

      —Bueno, no es solo eso. He recibido llamadas de su vecina quejándose de llantos fuertes por las noches. Esta misma vecina afirma ser buen amiga de Rose. Ella dice que Rose ha estado rara últimamente. Dice que ha repetido mucho que todo es una mierda y que la vida carece de sentido. Está preocupada por Rose.

      —¿Y quién es esta amiga? —preguntó Avery.

      Era difícil luchar contra esto, pero se sentía a sí misma comportándose como detective.

      —Lo siento, pero no puedo decirle. Va en contra de la ley.

      Avery estaba bastante segura de que el Sr. King tenía razón, así que dejó el asunto.

      —Entiendo. Gracias por llamar, señor King. Me comunicaré con ella enseguida. Y me encargaré de que reciba su renta.

      —Eso está muy bien y se lo agradezco… pero sinceramente me preocupa más lo que podría estar pasando con Rose. Es una buena chica.

      —Sí, lo es —dijo Avery antes de finalizar la llamada.

      Para cuando lo hizo, ya se encontraba a poca distancia de su nuevo hogar. Buscó el número de Rose y realizó la llamada mientras pisó el acelerador con fuerza. Estaba bastante segura de lo que pasaría, pero todavía albergó la esperanza de que contestara cada vez que el teléfono repicó en su oído.

      Tal como esperaba, terminó oyendo la contestadora. Rose solo había entendido una de sus llamadas desde el asesinato de su padre, y solo porque esa noche había estado borracha. Avery decidió no dejar un mensaje, sabiendo que Rose no lo escucharía, y que mucho menos le devolvería la llamada.

      Se estacionó en su entrada, dejando el motor en marcha, y corrió adentro para ponerse ropa más presentable. Regresó a su auto tres minutos después y se dirigió hacia Boston. Estaba segura de que a Rose le molestaría que su madre viajara a la ciudad solo para ver cómo estaba, pero Avery no tenía otro opción, dada la llamada de Gary King.

      Cuando el camino se alisó un poco, Avery aumentó la velocidad. No estaba segura de su futuro en términos de su antiguo trabajo, pero sabía qué es lo más echaría de menos de él: la capacidad de sobrepasar el límite de velocidad cada vez que le diera la gana.

      Rose estaba en problemas.

      Lo sentía.

      CAPÍTULO DOS

      Avery llegó a la puerta de Rose pasada la una de la tarde. Ella vivía en un apartamento en planta baja en una zona decente de la ciudad. Tenía como pagar el apartamento debido a las propinas que recibía como barwoman en un bar de clase alta, un trabajo que había encontrado poco después de la mudanza de Avery a la cabaña. Su trabajo antes de ese había sido un poco menos glamoroso. Había sido mesera en un restaurante y trabajó editando para empresas publicitarias en su apartamento. Avery deseaba que Rose terminara la universidad, pero también sabía que, entre más la presionaba, Rose se sentiría menos inclinada a elegir ese camino.

      Avery llamó a la puerta, sabiendo que Rose estaba en casa porque su auto estaba estacionado al lado de la calle. Incluso si eso no la hubiera hecho saber que estaba en casa, desde que se había mudado sola, Rose había optado por aceptar trabajos donde entraba en la noche para poder dormir hasta tarde y pasar todo el día echada en casa. Tocó con más fuerza cuando Rose no respondió y pensó en gritar su nombre. Ella decidió no hacerlo, pensando que su voz sería aún menos bienvenida que la del arrendador que Rose estaba tratando de evitar.

      «Probablemente sabe que soy yo porque llamé antes de venir», pensó.

      Dado eso, supuso que lo mejor era recurrir a lo que mejor sabía hacer: negociar.

      —Rose —dijo, tocando otra vez—. Abre la puerta. Es tu madre. Y hay frío.

      Ella esperó un momento, pero no escuchó respuesta. En lugar de tocar otra vez, se acercó a la puerta con calma, parándose lo más cerca de ella posible. Cuando volvió a hablar, levantó la voz lo suficiente como para ser escuchada adentro, pero no lo suficiente como para hacer una escena en la calle.

      —Puedes seguir ignorándome si quieres, Rose, pero no me voy a ir. Y si quiero volverme obsesiva al respecto, recuerda lo que solía hacer para ganarme la vida. Créeme que tengo formas de enterarme dónde te encuentras en cualquier momento dado. O puedes hacer todo más fácil y simplemente abrir la maldita puerta.

      Volvió a tocar después de decir eso. Esta vez, Rose abrió la puerta en cuestión de segundos.

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