Una Razón Para Aterrarse . Блейк Пирс
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En ese momento sonó el timbre, sobresaltándola.
Su dedo se aflojó y todo su cuerpo quedó inerte. La Glock cayó al suelo.
«Casi —pensó mientras su corazón bombeaba adrenalina en su torrente sanguíneo—. Otro cuarto de segundo, y mis sesos estarían salpicados por toda la pared.»
Miró la Glock y la pateó con fuerza, como si fuera una serpiente venenosa. Sujetó su cabeza con sus manos y se secó las lágrimas.
«Estuviste a punto de suicidarte —dijo en su mente la voz que podría o no ser Ramírez—. ¿Eso no te hace sentir como una cobarde?»
Echó el pensamiento a un lado mientras se puso de pie y se dirigió a la puerta principal. No tenía idea de quién podría ser. Se atrevió a esperar que fuera Rose, pero sabía que no lo era. Rose se parecía mucho a su madre en ese sentido, terca a más no poder.
Abrió la puerta y no encontró a nadie. Sin embargo, vio la parte trasera de un camión de UPS saliendo de su entrada. Bajó la mirada y vio una pequeña caja. La cogió y leyó su propio nombre y nueva dirección, escritas en una letra muy bonita. La dirección del remitente no mostraba ningún nombre, solo una dirección de Nueva York.
Entró en la cabaña con la caja y la abrió lentamente. La caja no pesaba nada y, cuando la abrió, se encontró con una bola de periódico. Rompió todo el periódico y encontró una sola cosa esperándola abajo.
Era una sola hoja de papel, doblada por la mitad. La desdobló, y cuando leyó el mensaje adentro, su corazón se detuvo por un momento.
Y, en un abrir y cerrar de ojos, Avery ya no sintió la necesidad de suicidarse.
Ella leyó el mensaje una y otra vez, tratando de darle sentido. Su mente estaba trabajando para buscar una respuesta. Y con algo como esto para averiguar, el mero pensamiento de morir antes de resolverlo la hacía estremecerse.
Se sentó en el sofá y se quedó mirándolo, leyéndolo una y otra vez.
¿quién eres tú, Avery?
Atentamente,
Howard.
CAPÍTULO TRES
En los próximos días, Avery siguió tocando el área debajo de su barbilla donde se había colocado el cañón de la pistola. Se sentía irritada, como una picadura de insecto. Cada vez que se acostaba a dormir y su cuello se extendía cuando su cabeza tocaba su almohada, esa zona se sentía expuesta y vulnerable.
Tenía que enfrentar el hecho de que había ido a un lugar muy oscuro. Aunque se había acobardado en el último instante, había ido allí. Jamás lo olvidaría y parecía que los nervios dentro de su carne querían asegurarse de que no lo hiciera.
Durante los tres días siguientes a su casi-suicidio, se sintió más deprimida que nunca. Pasó esos días acurrucada en el sofá. Trató de leer, pero no podía concentrarse. Trató de motivarse a sí misma para salir a correr, pero se sentía muy cansada. Seguía pegada a la carta de Howard, tocándola tanto que el papel estaba empezando a arrugarse.
Dejó de consumir alcohol excesivamente luego de recibir la carta de Howard. Poco a poco, como una oruga, comenzó a salir de su capullo de autocompasión. Comenzó a hacer ejercicio. También hizo crucigramas y sudoku solo para ejercitar su mente. Sin trabajo, sabiendo que tenía suficiente dinero para todo un año sin tener que preocuparse por nada, fue demasiado fácil caer en la pereza.
Pero el paquete de Howard la había hecho abandonar ese letargo. Ahora tenía un misterio que resolver, y eso le daba algo que hacer. Y cuando Avery Black se le metía algo en la cabeza, no descansaba hasta resolverlo.
Dentro de una semana después de recibir la carta, comenzó a establecer una rutina para sí misma. Todavía era la rutina de una ermitaña, pero al menos la hacía sentirse normal. La hacía sentir que tenía algo por lo que merecía la pena vivir. Estructura. Desafíos mentales. Esas eran las cosas que siempre la habían inspirado, y eso fue lo que hicieron en esas próximas semanas.
Sus mañanas comenzaban a las siete. Salía a correr de inmediato. Hizo carreras de 3 kilómetros por las carreteras secundarias alrededor de la cabaña durante esa la primera semana. Volvía a casa, desayunaba y repasaba viejos expedientes. Tenía más de un centenar en sus propios registros personales, todos los cuales habían sido resueltos. Pero los repasaba solo para mantenerse ocupada y recordarse que, entre los fracasos que se habían producido al final, también había disfrutado de muchos éxitos.
Luego pasaba una hora desempacando y organizando. Después almorzaba y hacía un crucigrama o un rompecabezas de algún tipo. Luego hacía ejercicio en su dormitorio, una sesión rápida de abdominales, planchas y otros ejercicios. Luego pasaba un rato mirando los archivos de su último caso, el caso que acabó con las vidas de Jack y Ramírez. Algunos días los miraba por diez minutos, otros días se quedaba estudiándolos durante dos horas.
¿Qué había salido mal? ¿Qué había pasado por alto? ¿Habría sobrevivido al caso de no haber sido por la interferencia de Howard Randall?
Después Avery cenaba, leía, limpiaba y se iba a la cama. Era una rutina básica.
Le tomó dos meses terminar de limpiar y organizar la cabaña. Para entonces, su carrera de tres kilómetros se había convertido en una carrera de ocho kilómetros. Ya no miraba sus expedientes antiguos ni el de su último caso. En su lugar, leía libros que había comprado en Amazon, dramas criminales de la vida real y libros sobre procedimientos policíacos. También leía libros de las evaluaciones psicológicas de algunos de los asesinos en serie más notorios de la historia.
Solo estaba parcialmente consciente de que esta era su formar de llenar el vacío que su trabajo una vez había llenado. A lo que terminó de caer en cuenta, no pudo evitar preguntarse qué le deparaba el futuro.
Una mañana, mientras se encontraba corriendo alrededor del estanque Walden, el frío quemándole los pulmones de una forma que era más agradable que insoportable, esto la afectó mucho. Estaba pensando en el paquete de Howard Randall.
En primer lugar, ¿cómo sabía dónde vivía? ¿Y cuánto tiempo llevaba sabiéndolo? Había creído que había muerto en la bahía la noche en que ese terrible caso llegó a su fin. Aunque su cuerpo nunca había sido encontrado, se había especulado que efectivamente había sido disparado por un oficial en la escena antes de caer al agua. Mientras daba una vuelta, trató de armar los pasos a seguir para averiguar dónde estaba y por qué le había enviado ese extraño mensaje: ¿Quién eres tú?
«El paquete vino de Nueva York, pero es obvio que él ha estado en Boston. ¿De qué otra forma podría saber que me mudé? ¿De qué otra forma podría saber dónde vivo?», pensó.
Esto, por supuesto, trajo a su mente imágenes de Randall escondido en los árboles, vigilando su cabaña.
«No me extrañaría —pensó—. Todos los demás en mi vida han muerto o me han echado a un lado. Tiene sentido que un asesino convicto fuera el único que se preocupara por mí.»
Ella sabía que el paquete en sí no ofrecería respuestas. Ya sabía cuándo fue enviado y desde dónde. Randall solo estaba burlándose de ella, haciéndole saber que todavía estaba