La ciencia y los monstruos. Luis Javier Plata Rosas

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La ciencia y los monstruos - Luis Javier Plata Rosas Ciencia que ladra… serie Clásica

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      No quiero hablar mal de las mujeres. La mayoría de ellas son encantadoras. Pero es un hecho que todas las brujas son mujeres. No existen brujos.

Roald Dahl, Las brujas

      Para desgracia de cientos de mujeres, la premisa con la que el autor más conocido por obras como Charlie y la fábrica de chocolate inicia su historia sobre la lucha de un niño y su abuela contra unas brujas –cuyo estereotipo tiene un gato negro, un caldero y una escoba voladora– es la misma que durante la Edad Media y buena parte de los siglos posteriores se creyó a pie juntillas en Europa y América. Esta creencia había desatado la cacería de brujas, cuyos juicios más famosos fueron los de Salem (Massachusetts, en los Estados Unidos), en 1692, si bien no se comparan en magnitud y severidad con los que por esa época tuvieron lugar en Noruega. Evidencia reciente ha permitido exonerar a todas las presuntas culpables de una alianza satánica al explicar en términos médicos cómo detrás de cada mal supuestamente producido por prácticas de brujería no se hallaba el demonio, sino un pequeño honguito de aspecto inocente, pero con el poder de llevar a quien lo consume a la antesala del infierno.

      Antes de que la botánica, la química y la medicina nos ayuden a revelar al verdadero culpable, no está de más que la historia nos enseñe un poco sobre las características de los juicios en que estas mujeres estuvieron involucradas. Durante el siglo XVII, los habitantes de Finnmark, Noruega, fueron testigos del enjuiciamiento por brujería de 137 mujeres, de las cuales dos tercios (92) fueron sentenciadas a muerte o murieron durante las persecuciones. Los jueces mostraron bastante crueldad y creatividad a la hora de imponer los castigos, pues 85 de estas supuestas brujas fueron quemadas en la hoguera, tres murieron colgadas, dos en prisión y dos como consecuencia de las torturas diseñadas para salvar su alma –ya que no su cuerpo– de las garras del demonio. En Rogaland, otro poblado de Noruega, el número de juicios fue todavía mayor: 141. Considerando que se trataba de pueblos con alrededor de 3000 a 4000 habitantes, podemos apreciar cómo en ese entonces, para los noruegos, las brujas eran tan comunes como lo son para nosotros los encuentros con ángeles y extraterrestres.

      Gracias al diligente trabajo de Hans Hanssen Lilienskiold, funcionario público responsable de la administración del distrito de Finnmark entre 1684 y 1701, sabemos con lujo de detalle todo lo concerniente a los juicios de brujas. Lilienskiold reunió todos los testimonios, las confesiones, las sentencias y los demás datos relativos a cada una de los cientos de mujeres acusadas de brujería en un libro escrito a mano e ilustrado al que tituló Speculum Boreale. Esta obra fue presentada a Federico IV de Dinamarca, por ese entonces rey de Noruega, y publicada después por distintos editores, incluida una impresión reciente en 1998.

      En nuestra historia, lo más relevante es que el manuscrito de Lilienskiold proporcionó la evidencia a partir de la cual el botánico Torbjørn Alm, en el año 2003, pudo concluir que una enfermedad causada por el consumo del hongo Claviceps purpurea tuvo un papel primordial en los embrujos y maleficios que aquejaron a los finmarqueses.6

      El cornezuelo Claviceps purpurea es un hongo negro de tipo ascomiceto, lo que significa que se reproduce a través de las esporas que se forman dentro de una estructura en forma de bolsa llamada ascus, a diferencia de los basidiomicetes, que las producen en un basidio, como los champiñones y otros típicos hongos con “sombrero”. Este cornezuelo infecta el centeno y, en menor medida, el trigo y otros granos, cuyas semillas son entonces suplantadas por el esclerocio del hongo. El esclerocio es una masa endurecida de micelios, formados a su vez por un conjunto de hifas o filamentos en forma de tubo que contiene nutrientes y que el hongo forma para sobrevivir ante condiciones ambientales adversas.

      ¿Visiones religiosas o posesiones diabólicas? Ergolina, LSD y el “fuego de san Antonio”

      Es un poco como los juicios de brujas en Europa, cuando aquellas que perecían al ser mantenidas bajo el agua eran consideradas inocentes porque no tenían suficiente poder de bruja para salvarse, mientras que las que sobrevivían estaban, por cierto, poseídas fuertemente y necesitaban ser sumergidas de nuevo.

John Allan Hobson, neurofisiólogo

      El esclerocio tiene la peculiaridad de contener un gran número de sustancias conocidas como alcaloides, algunos de ellos muy venenosos y todos en alguna medida psicoactivos. En otras palabras, esto quiere decir que afectan el funcionamiento del sistema nervioso inhibiendo el dolor, alterando nuestros estados de ánimo o provocando alucinaciones. Una pequeña muestra de algunos famosos alcaloides, como la que sigue, nos permitirá ubicar rápidamente a qué nos referimos con esto: cafeína, cocaína, morfina, nicotina, quinina y marihuana. Menos famosos que los anteriores, algunos de los alcaloides de este hongo son la ergotamina, la ergosina, la ergocriptina, la ergocristina y la ergocornina; por lo tanto, su ingestión puede ocasionar un envenenamiento conocido como –¿a que no adivinan?– ergotismo, del que existen dos tipos:

      1. Ergotismo convulsivo. Provoca alteraciones neurológicas, convulsiones y ataques epilépticos. Sus síntomas típicos son los siguientes: sensaciones de hormigueo –que en medicina se conocen como “formicación” (no confundir con “fornicación”), del latín formica (“hormiga”)– en la piel y en las extremidades, vértigo, dolores de cabeza, contracciones musculares dolorosas, problemas gastrointestinales, vómito y diarrea y perturbaciones en los sentidos y en las percepciones. Los efectos mentales pueden incluir psicosis, melancolía o delirio.

      2. Ergotismo gangrenoso. Los síntomas son prácticamente iguales a los del primer caso dado que, de hecho, se trata de la misma enfermedad. Sólo hay que añadir una complicación: la presencia de vasoconstricción o estrechamiento de los vasos sanguíneos de las extremidades, lo que puede ocasionar que se gangrenen y que sea necesario amputarlas en un plazo de veinticuatro horas o menos.

      Actualmente se sabe que la diferencia entre ambas formas de ergotismo es causada por la presencia de diferentes niveles de vitamina A en el sujeto afectado: si tuvo la mala suerte de consumir muchas zanahorias como parte de su dieta y contar por ello con niveles altos de esta vitamina en su cuerpo, será aquejado por la modalidad gangrenosa.

      Tras conocer estos síntomas podemos notar que describen bastante bien lo que le pasaba a Regan/Linda Blair en The Exorcist (1973), sin necesidad de intervención satánica alguna; quizá su madre le preparó un sándwich con pan infectado por este hongo y la siguió envenenando sin saberlo durante toda la película. Imaginémonos entonces la facilidad con la cual un campesino de la Edad Media aquejado de ergotismo concluía que había sido embrujado por su vecina más cercana, o incluso por su esposa (uno nunca sabe). Sobre todo si consideramos que de la ergolina, una de las sustancias psicoactivas contenidas en el cornezuelo, se obtiene uno de los alucinógenos favoritos de nuestros tiempos: la dietilamida de ácido lisérgico, mejor conocida como LSD.

      Algunos científicos atribuyen al ergotismo la lentitud con que en la Europa de la Edad Media, luego de sobrevivir a la mayor epidemia de todos los tiempos –la peste negra–, se recuperó la tasa de crecimiento poblacional. Tan sólo en Francia se estima que, en el año 994 de nuestra era, alrededor de 40 000 personas murieron por ergotismo. El envenenamiento causado por esta enfermedad era identificado en esa época con el latinajo ignis sacer, que se traduce como “fuego sagrado”, y la Iglesia católica no tardó en encontrar un santo patrono para defender a los suyos del mal: san Antonio.

      Según las descripciones disponibles provistas por sus contemporáneos, san Antonio experimentó en carne propia esa enfermedad. Las alucinaciones del santo varón –a diferencia de cuando el enfermo era mujer– se interpretaron como visiones celestiales en lugar de posesiones demoníacas. En homenaje al santo varón, el “fuego sagrado” fue también conocido como “fuego de san Antonio”.

      En el siglo XII, los enfermos de ergotismo

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Torbjørn Alm, “The witch trials of Finnmark, Northern Norway, during the 17th century: evidence for ergotism as a contributing factor”, Economic Botany, vol. 57, nº 3, 2003, pp. 403-416.