La ciencia y los monstruos. Luis Javier Plata Rosas

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La ciencia y los monstruos - Luis Javier Plata Rosas Ciencia que ladra… serie Clásica

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Polidori. También los acompañaba la hermanastra de Mary Godwin, Claire Clairmont. Godwin y Shelley se alojaron en Maison Chapuis, que ahora ya no existe y que en 1816 era la más próxima al lago.

      En su introducción de 1831, Mary Shelley señala que “aquel verano se reveló como húmedo y poco propicio para el genio, y la lluvia incesante nos confinaba frecuentemente durante días enteros en la casa”, por lo que, durante varios días y como ya hemos mencionado, este grupo de amigos decidió entretenerse mediante la lectura en voz alta de historias de fantasmas. Inspirado por estas narraciones, lord Byron propuso que cada uno de los cuatro ahí reunidos escribiera su propia historia de fantasmas. Cada uno se puso a trabajar en eso,9 y todas las mañanas Mary Shelley se mortificaba al oír la pregunta obligada: “¿Has pensado en una historia?”, porque tenía el síndrome de la página en blanco: no se le ocurría absolutamente nada. Pero una conversación entre lord Byron y Percy Shelley le daría la feliz idea a partir de la cual inventar su narración; en palabras de Mary Shelley, según la traducción de Mercedes Rosúa (2008):

      Hablaron de los experimentos del doctor Darwin […], el cual metió en un recipiente de cristal un puñado de fideos hasta que, por algún medio extraordinario, comenzaron a moverse voluntariamente. Sin embargo, no se habría infundido vida de este modo.

      El doctor Darwin a quien se refiere no es el archirreconocido Charles Darwin, sino su abuelo Erasmus Darwin. Y si nos parece muy extraño que un naturalista tan respetado como él experimentara con la reanimación, no de cadáveres sino de pasta –¿tal vez con la intención de reemplazar al Monstruo Volador de Espagueti?–,10 la culpa no es únicamente de la traductora. Ella complicó aún más el enredo al sustituir la palabra vermicelli, usada por Shelley en el original en inglés, por “fideos”, pensando tal vez que no todos los lectores de habla hispana somos expertos en comida italiana. En realidad, la responsabilidad del enredo, como han señalado otros investigadores, es de la propia Shelley, pues quizá Byron y Percy –a estas alturas del libro ya podemos tutearlos– hablaran sobre lo que, respecto de la idea de la generación espontánea, era el género de protozoo Vorticella (no vermicelli).

      En su obra The Temple of Nature (1802), Erasmus Darwin había escrito:

      Así, el vorticella o animal rueda [es un rotífero, parece una campanita], que se encuentra en agua de lluvia que ha estado estancada algunos días en canalones de plomo… aunque no muestra señales de vida excepto cuando está en el agua, aún es capaz de continuar vivo por varios meses, si bien mantenido en un estado seco.

      En la misma obra, Darwin nos dice que:

      En pasta compuesta de harina y agua que se ha vuelto agria, los animáculos [como bautizó Anton van Leeuwenhoek a lo que ahora conocemos como microorganismos] llamados anguilas, Vibrio anguillula [se refiere al género que hoy en día conocemos como Amoeba], son vistos en gran abundancia.

      Y más adelante, Darwin afirma que: “Aun las partículas orgánicas de animales muertos pueden, cuando están expuestas a cierto grado de calor y humedad, retener algún grado de vitalidad”. Por un lado, tenemos el Vorticella, y, por otro, la generación espontánea y la pasta con animáculos. Lo que pasó entonces fue que Mary Shelley confundió Vorticella con vermicelli y mezcló esta pasta con la generación espontánea, lo que podría haber tenido resultados negativos si hubiera sido estudiante de Erasmus, pero que tuvo consecuencias inmejorables para la literatura.

      El último elemento que empleó Mary Shelley para ensamblar su propio monstruo fue la mención del trabajo del físico italiano Luigi Galvani. Este científico había mostrado que, al estimular con una corriente eléctrica los nervios de las ancas de una rana muerta, estas extremidades comenzaban a moverse como si su dueña cobrara vida de nuevo y empezara a saltar. Shelley escribió: “Quizá un cadáver podría ser reanimado; el galvanismo había dado pruebas de tales cosas”.

      La hora de las brujas y los íncubos: alucinaciones, parálisis y experiencias extracorpóreas

      Roncar mantiene los monstruos a distancia.

Judy Blume, escritora

      Luego de escuchar tan inspiradora conversación, Mary Shelley prosigue diciéndonos:

      Anocheció mientras se hablaba, e incluso había ya pasado la hora de las brujas antes de que nos retirásemos a descansar. Cuando puse la cabeza en la almohada no dormí, tampoco podría decirse que estaba pensando. Mi imaginación, desatada, me guiaba y poseía, dotando a las sucesivas imágenes que surgían en mi mente de una viveza que sobrepasa con mucho los normales límites del ensueño. Vi, vi con los ojos cerrados, pero con aguda visión mental, al pálido estudiante de artes sacrílegas de rodillas junto a la cosa que había ensamblado.

      La “hora de las brujas”, o witching hour en el original, se refiere a la medianoche, el mejor momento, de acuerdo con las creencias populares para todo tipo de conjuros y ritos que involucren magia negra y encuentros con monstruos de toda índole. No reproducimos aquí la introducción entera, pero en las líneas que siguen a lo arriba escrito por Mary Shelley, ella describe cómo, en ese estado de somnolencia que precede al sueño, vio en su mente el momento en que el monstruo cobra vida.

      Los científicos que estudian el sueño, sus fases y características, reconocerían en las palabras de Shelley la descripción de una alucinación hipnagógica. Se trata de una transición entre la vigilia y el sueño en que la persona cree que está despierta, pero en realidad, si deseara moverse, no podría hacerlo y tendría que esperar durante algunos segundos, incluso unos minutos, a despertar por completo. Durante ese estado de inmovilidad, conocido como “parálisis del sueño”, la persona ve imágenes estáticas o en movimiento, como si se tratara de fotos o cortometrajes en los que ella es una simple espectadora; estas imágenes están asociadas por lo general con situaciones vividas muy poco tiempo antes, casi siempre durante el día o en días inmediatamente anteriores.

      Las alucinaciones no necesariamente son sólo de tipo visual; pueden ser también auditivas, acompañadas de sensaciones de miedo y de que algo o alguien está presente; esto podría deberse a que, según los estudiosos de sueño y soñadores, el cerebro se encuentra en un estado de hipervigilancia. Algunos científicos señalan que quien sufre –verbo nunca mejor empleado– una experiencia hipnagógica, en ocasiones, puede sentir presión en el pecho, dificultades para respirar y dolor. A estas características las han englobado y etiquetado con el más que apropiado nombre de “factor incubus” (un íncubo es un demonio que, según los demonólogos, se sienta encima de nosotros mientras dormimos).

      Tampoco es rara la presencia de un tercer factor, conocido como “experiencias corporales inusuales”, que consiste en sentir que flotamos, felices, fuera de nuestro cuerpo. En términos neurológicos, esto tendría su explicación en que nuestro cerebro, en ese estado, interpreta de manera conflictiva los estímulos internos y externos que le informan comúnmente sobre la posición, la orientación y el movimiento de nuestro cuerpo. Si, al contrario de Shelley, entramos en este estado intermedio de sueño/vigilia no cuando estamos a punto de dormirnos, sino a punto de despertarnos, la experiencia y las alucinaciones asociadas a ella se conocen como “hipnopómpicas”.

      Buena parte de las personas que han sufrido alucinaciones hipnagógicas las recuerdan, igual que Mary Shelley, como algo atemorizante. Algunos científicos creen que la ocurrencia de ellas estaría detrás de las supuestas experiencias paranormales que aseguran haber tenido diferentes personas.11 Según las creencias de cada una de ellas y de qué tan populares sean estas en el lugar donde viven, los protagonistas de la alucinación

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<p>9</p>

La historia que Polidori escribió fue “El vampiro”, precursora directa de las posteriores novelas y los cuentos de chupasangres, entre los que se incluye el clásico de Bram Stoker.

<p>10</p>

Esta divinidad posmoderna fue creada –en una inversión de los papeles de Dios y humanos– en 2005 por el físico estadounidense Bobby Henderson, quien la hizo responsable de cambiar en favor de los científicos los resultados de sus dataciones de fósiles con carbono 14 y otros isótopos radiactivos. Con esta sátira, Henderson se mofaba de la decisión de la Junta Estatal de Educación de Kansas de impartir otras teorías, como el diseño inteligente, como supuestas e igualmente válidas alternativas a la evolución por selección natural, lo que no sería menos absurdo, según el físico, que profesar su recién propuesta religión adoradora del Monstruo Volador de Espagueti, conocida como “pastafarismo” o “pastafarianismo” por la unión de las palabras “pasta” y “rastafari”.

<p>11</p>

Por ejemplo: J. Allan Cheyne, Steve D. Rueffer e Ian R. Newby-Clark, “Hypnagogic and hypnopompic hallucinations during sleep paralysis: neurological and cultural construction of the night-mare”, Consciousness and Cognition, vol. 8, nº 3, 1999, pp. 319-337.