La resurrección. Javier Alonso Lopez
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La resurrección - Javier Alonso Lopez страница 10
Y en otro pasaje añadía:
Judas Galileo fue el fundador de la «cuarta secta»; esta secta conviene en todo con la doctrina farisea, con la excepción de que tienen una pasión incontenible por la libertad; convencidos de que el único Señor y amo es Dios, tienen en poco someterse a las muertes más terribles y perder amigos y parientes con tal de no tener que dar a ningún mortal el título de «Señor». (Antigüedades de los judíos XVIII, 23)
Para el tema que nos ocupa, las creencias sobre un Juicio Final y especialmente sobre la resurrección, las diferencias entre estos grupos serían las siguientes:
• Los fariseos, la corriente principal dentro del judaísmo de la época, practicaban un legalismo extremo en el que concedían una enorme importancia al cumplimiento de la ley dictada por Yahvé a Moisés hasta sus más mínimos preceptos. Creían en la inmortalidad del alma, en la resurrección de los muertos y en un estado de recompensa o castigo tras la muerte de acuerdo a los merecimientos de cada individuo. Ahora bien, la doctrina farisea no era homogénea. Por una parte, Flavio Josefo señala en otro pasaje que «piensan que el alma es imperecedera, que las almas de los buenos pasan de un cuerpo a otro y las de los malos sufren castigo eterno», es decir, una creencia en la transmigración de las almas más que en una verdadera resurrección, y limitada únicamente a los justos. Esto es lo que parece reflejarse en algunos pasajes de los Evangelios, cuando Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es él, y le responden que algunos creen que es Juan el Bautista o Elías[5]. Hay textos posteriores que parecen extender esta creencia a todos los difuntos, aunque sigue sin quedar claro que la resurrección se limitara al alma y prescindiera del cuerpo. Los indicios sobre una fe en la resurrección de la carne son, como poco, débiles y escasos.
• La otra gran corriente judía, opuesta a los fariseos, era la de los saduceos, la nobleza sacerdotal del Templo de Yahvé en Jerusalén. Los saduceos eran la casta dirigente (y, por tanto, conservadora) de la sociedad judía, los encargados de la escrupulosa observancia de las leyes relativas al Templo y el culto. Como suele ocurrir con las élites sacerdotales de cualquier religión, los saduceos sabían que no había mejor vida que la que vivían en la tierra, y, por tanto, no creían ni en una retribución por las obras terrenales en una vida futura ni en la resurrección de los muertos, y se mantenían fieles a las creencias más antiguas dentro del judaísmo. Tal como señalaba Flavio Josefo, «los saduceos enseñan que el alma perece con el cuerpo».
• Los esenios, a diferencia de los fariseos y los saduceos, constituían una auténtica secta con una organización muy rigurosa. Practicaban una comunidad de bienes en la que no había dinero y que estaba dirigida por unos administradores que se encargaban de satisfacer las necesidades de todos los miembros del grupo. Tenían un calendario de fiestas diferente al del resto de los judíos y algunos de ellos vivían en comunidades apartadas del mundo. Sin duda, la comunidad que habitó los restos del cenobio de Qumrán, donde en 1947 se descubrieron los Manuscritos del Mar Muerto, era esenia, de manera que, además de las opiniones de Flavio Josefo, contamos con ese enorme tesoro bibliográfico para conocer su pensamiento, aunque lamentablemente no resulta excesivamente esclarecedor. Que los esenios creían en un Juicio Final con recompensas y castigos se deduce de varias declaraciones desperdigadas por los Manuscritos del Mar Muerto. Por ejemplo, la Regla de la Comunidad promete a los justos, denominados Hijos de la Luz, «gozo eterno con vida sin fin, y una corona de gloria con un vestido de majestad eterna», que compartirían con los ángeles. Quedan más dudas sobre qué tipo de resurrección esperaban. Para Josefo, solo creían en la inmortalidad del alma («Ellos tienen la convicción de que el cuerpo es corruptible y la materia que lo compone insubstancial, pero el alma es inmortal, imperecedera, vive en el éter sutilísimo y penetra en los cuerpos, donde queda aprisionada, atraídas por un hechizo natural. Cuando el alma se desprende de los vínculos de la carne, una vez liberada de su larga esclavitud, emprende gozosamente el vuelo hacia las alturas»). Pero algunos textos hallados en Qumrán dejan más dudas. El Apocalipsis Mesiánico anuncia que Dios «curará a los heridos y revivirá a los muertos». Así pues, debemos conformarnos con tener por segura la creencia en la resurrección entre los esenios, aunque sin saber con certeza cómo la veían.
• La cuarta secta, mencionada por Flavio Josefo en el segundo texto, es la de los zelotas, una facción procedente, desde un punto de vista religioso, del judaísmo farisaico, pero que mostraba unas actitudes mucho más extremas que los fariseos respecto a la política y a la lucha de liberación frente al yugo romano. Los zelotas habían hecho de la liberación nacional un principio religioso, y consideraban inaceptable la sumisión al poder de Roma, pues creían que esta actitud representaba una traición a Dios similar a la idolatría. Igual que los fariseos, creían que el futuro estaba, al menos en parte, en sus manos, y que podían forzar el devenir de los acontecimientos por medio de cualquier tipo de acción. Suponían que, si ellos daban el primer paso, Dios ayudaría a aquellos que intentasen cumplir su voluntad. Las consecuencias de esta ideología fueron las continuas incitaciones a la rebelión y a la lucha armada contra los romanos, dando por buena la pérdida de la propia vida si con ello cumplían su sagrado deber de liberar la tierra de Israel del dominio gentil y devolverla a su único y legítimo propietario, Dios. Eran los herederos naturales del espíritu de la revuelta macabea y, hoy en día, podría comparárseles con los actuales yihadistas musulmanes, que esperan un premio en la otra vida por sus acciones violentas contra los enemigos de su Dios en este mundo.
Ahora bien: sobre este esquema hay que hacer varias puntualizaciones. La primera es que Josefo ofrece una especie de «foto fija» de la sociedad judía de la época que parece consistir en cuatro compartimentos estancos que no se influyen mutuamente. Hay que recordar que Josefo escribía para un público romano, y lo que quería era ofrecer una imagen que les resultase comprensible, simplificando, si era necesario, la realidad, y ofreciendo modelos que resultasen familiares a sus lectores. Por eso, sus explicaciones desprenden cierto aroma de ideas propias de la cultura grecolatina que quizás no se ajustasen por completo a la realidad escrita. El caso más claro es la creencia farisea en la transmigración de las almas que se asemeja enormemente a la metempsicosis defendida por algunas escuelas filosóficas griegas, como los órficos y los pitagóricos.
La segunda observación es que estos cuatro grupos (en realidad tres, porque los zelotas no eran más que el brazo armado del fariseísmo) no constituían más que una pequeña porción de la población judía palestina, y aún más ínfima en la judería de la diáspora diseminada por multitud de ciudades del Mediterráneo oriental y el Próximo Oriente. Los esenios eran unos 4.000, según el propio Flavio Josefo, los saduceos eran únicamente aquellos vinculados al servicio del Templo, por lo que no serían más de unos pocos miles, y los fariseos otro puñado de miles. La inmensa mayoría de la población, estimada entre medio millón y un millón para el siglo primero, constituía lo que en hebreo se denominaba am ha-arets, la «gente de la tierra», personas que bastante tenían con sobrevivir un día tras otro como para preocuparse por ciertas minucias teológicas.
Por lo general, se considera que esta «gente de la tierra» seguía básicamente las doctrinas fariseas, más que nada por eliminación, puesto que los esenios eran una auténtica secta, con la restricción de acceso que eso implicaba, y los saduceos eran un grupo endogámico que carecía de sentido fuera del contexto del Templo de Yahvé en Jerusalén. Lamentablemente, las obras literarias no nos informan