Matar a la Reina. Angy Skay
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Puse los ojos en blanco, acompañándolos con un gesto de desagrado. Desvié mi vista hacia Eli, que permanecía quieta en la esquina, con las manos entrelazadas entre sí.
—¿Tenemos a Kitty? —Asintió con un gesto escueto—. ¡Oh, qué bien! —añadí como una demente—. ¿Por qué no me la traes? Quizá quiera conocer un poquito a Carter. Seguro que le cae bien. Pero no te olvides de traer sus juguetes.
La sonrisa de Eli fue imposible de ocultar. Tenía un año menos que yo, pero era lista; mucho. Hacía ocho años que la conocía. De hecho, lo hice el primer día que mis pies pisaron el aeropuerto de Barcelona, cuando a los veinte años decidí marcharme de Huelva y dejar a mi abuela sola para buscar mi propio futuro. Mi propia venganza. Ella trabajaba de azafata, y nuestra relación empezó de la manera más simple. Yo andaba perdida buscando un sitio donde poder dormir; ella fumaba en la puerta y vio mi malestar al estar tan desubicada. Y, sin más, me ofreció su ayuda. Cuando me planteé el tema del club después de conocer a un importante empresario de la ciudad de Barcelona, no dudé en que ella era el medio limón —como yo decía— que necesitaba para ese negocio, y tuve claro que no me equivocaría. Bajo aquel cuerpo de Barbie con unas curvas capaz de aniquilar a cualquier hombre o mujer que se le acercase, se escondía una cabeza brillante que solo sabía planear el mejor de los asaltos.
La vi colocarse un mechón de su denso pelo rubio detrás de la oreja, para después salir de la habitación con un gesto de chulería tentador. Óscar arrugó el entrecejo sin saber muy bien cuál era el cometido que íbamos a llevar a cabo, pero poco le quedaba para descubrirlo, por lo tanto, no le di mayor importancia y permanecí en mi sitio, inspeccionando al desgraciado a quien tenía atado.
—Sé que ha tenido una hija y que sabes dónde se encuentra. No quiero más datos, no quiero buscarlo. Él vendrá a mí.
—Te matará —me aseguró mordaz.
—O yo lo mataré a él.
—No sabes con quién estás metiéndote, niñata —escupió con rabia.
Vi que de su boca salían pequeñas gotitas de saliva y, esa vez, no pude reprimir mi comentario:
—Si vuelves a escupirme de nuevo, te…
No me dio tiempo a terminar la frase cuando el impertinente de Carter soltó otro escupitajo, esa vez cayendo en mi hombro. Exhalé un fuerte suspiro a la vez que Óscar se aproximaba a mi lado para golpearlo, pero lo paré al instante. Sin limpiarme, me fui directa a la barra y saqué una garrafa, un embudo y una goma transparente. Regresé, le hice un gesto con la cabeza a Óscar para que se acercase y agarré el pelo de Carter con saña, tirando de él hacia atrás.
—¿Tu madre no te enseñó modales? —le pregunté sarcástica.
Introduje la goma en su garganta antes de que le diera tiempo a contestarme, y una enorme arcada se apoderó de él. No le di importancia, ya que no iba a morirse por eso. Coloqué el embudo al principio de la goma y, en un rápido movimiento de Óscar, de la boca del hombre comenzó a salir agua como un río. Cuando vi que se ahogaría si no paraba, le hice un gesto a mi ayudante para que bajara la garrafa.
—Punto número uno: aquí las normas las pongo yo. Y que te quede claro que estás en desventaja.
Alcé mi rostro, indicándole que continuara. Su garganta no tardó en llenarse de agua de nuevo. La puerta se abrió y Eli entró con Kitty en su mano, un cubo de chapa en la otra y, lo mejor de todo, un soplete.
—Punto número dos: ahora vas a pagarme el escupitajo de entrada y el de salida. O sea, para que me entiendas, el último que has lanzado.
De nuevo, vi su rostro tomar otro color. Le hice un gesto a Óscar, que paró en el momento en el que la tos se apoderaba de Carter, quien a punto estaba de ahogarse con tanta agua. Tosía sin parar mientras el líquido transparente no dejaba de salir, incluso por su nariz. Tiré de la silla hacia atrás y, con la ayuda de los dos que estaban conmigo, conseguí tumbarlo en el suelo sin desatarlo. Me agaché para estar a su lado y levanté su camiseta sucia, dejando su barriga al aire. Eli apareció detrás de mí con Kitty en sus manos y la colocó encima de él. Su largo rabo tropezaba con el rostro de Carter al tener una distancia tan reducida, pero no estaba dispuesta a soltarlo para que escapara.
—¿Eso es una rata? —preguntó Óscar con cara de asco.
—Sí —le contesté—, y quita esa cara. A Kitty hay que tratarla bien. Es muy obediente.
Carter abrió los ojos en su máxima extensión cuando Eli le colocó el cubo de chapa encima de su barriga, dejando así a nuestra mascota encerrada.
—¡Estás loca! ¡Suéltame!
—Quiero que experimentes una cosa —añadí con una sonrisa.
Él me miraba horrorizado mientras se revolvía intentando quitarse el cubo y la rata de encima. Pero los fuertes brazos de Óscar se lo impidieron. Eli se colocó detrás de él, agarrando su cabeza, y con un simple gesto de sus labios, le pidió silencio.
—¿Te gusta jugar? —le preguntó como una loca.
—¿Qué hacéis? —Pegó un pequeño bote cuando encendí el soplete.
—Ay… —suspiré, mirando la enorme llama que salía de él—. Carter, solo quiero que me lleves hasta donde está su hija; es muy sencillo. Si hubieses colaborado, te habrías evitado todo esto. —Moví mis hombros con indiferencia—. Pero no. A ti te gusta hacerte el duro cuando sabes que tu jefe no mira por ti y le importa una mierda lo que te pase. —Acerqué la llama al cubo, comenzando a calentarlo—. ¿Sabes lo que pasará cuando Kitty empiece a agobiarse ahí dentro? —Lancé una mirada hacia su barriga. Él no intentó evitar que el miedo asomara a sus ojos—. Te lo diré. —Me puse un dedo en la barbilla con la mano que tenía libre—. Intentará salir de la forma que sea. Y eso quiere decir que te hará un pequeño tatuaje a base de mordiscos, para después comerse hasta tus tripas si es necesario.
Empezó a negar con la cabeza cuando el primer bocado llegó a su carne. Soltó un chillido de dolor. Entretanto, yo seguía calentando la chapa, disfrutando de su propio miedo, el mismo que él causó hacía mucho tiempo en mí.
—Ahora bien, me pregunto cómo se sentirá tu mujer cuando se lo haga a ella.
—¡No, no! —gritó desgarrado a la vez que las lágrimas brotaban de sus ojos al recibir un mordisco tras otro—. ¡Para, para, por favor! —me suplicó como un niño.
—¿Me llevarás donde te he pedido?
—¡Sí! —Su garganta tronó.
—Si me tiendes una trampa, ¿sabes que te quedarás sin tu mujer? Lo entiendes, ¿verdad?
—Sí… —Su voz fue menguando debido al dolor.
Inmediatamente, apagué el soplete y se lo entregué a Óscar, retiré el cubo con la punta de mi zapato cuando me puse de pie y Eli se encargó de coger a la rata para llevársela a su pequeña mansión.
Ahora, me tocaba preparar un viaje.
Salí a la zona principal del club y vi la cabeza rapada de Ryan, uno de mis hombres de confianza. Había llegado. Dejó un par de bolsas encima de la