Aproximaciones de hoy al Jesús histórico. Antonio Piñero
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6. Vidal sostiene que el tercer proyecto de Jesús, el que incluye la aceptación previa de su muerte, se venía gestando desde su fracaso en Galilea y su marcha hacia Jerusalén. Pero en realidad examinando los evangelios, se ve que ese proyecto, con todo el cambio de mentalidad que supone en Jesús, no dura más de cuarenta y ocho horas; en todo caso tres días escasos. Poquísimo tiempo para un cambio radical de mente. En efecto, hemos visto ya que Vidal escribe que los «signos» que Jesús efectuó en su entrada mesiánica en la ciudad, y su consiguiente acción en el Templo, la denominada «purificación», no se explican de ningún modo desde su intención de morir. Estoy de acuerdo. No pensaba Jesús en la posibilidad real de su muerte, sino en su triunfo. La acción en el Templo, según Marcos, fue el lunes de la semana de Pasión («al día siguiente»: Mc 11,12). Posteriormente precisa Marcos que faltaban dos días para la Pascua (14,1) y Jesús no muestra aún señales explícitas de su tercer proyecto, porque —según Vidal— este solo parece claro en la última cena, es decir, el jueves por la noche… y Jesús muere el viernes por la tarde, muy cerca del inicio del sábado = cuarenta y ocho horas. En ese tiempo, Jesús asume: a) su muerte como un plan divino, naturalmente desde siempre, eternamente previsto por Dios, aunque estuviere condicionado a la libertad humana del rechazo a Jesús; b) que esta muerte es salvadora; c) que es expiatoria por los pecados; d) que no es solo por Israel (Jesús había limitado su actividad «a las ovejas de Israel»), sino por los pecados de todas las gentes; e) que esta muerte inaugura una nueva alianza sellada con su sangre.
Sencillamente: me parece demasiado cambio ideológico, aunque incoativamente se hubiese pensado unas semanas antes. Este tercer proyecto y el proceso que supone me parecen inverosímiles.
7. Vidal acepta implícitamente que el relato de Marcos presenta una tradición antigua, independiente de Pablo, de lo que realmente ocurrió en la última cena, y que ofrece algunas palabras clave que el Jesús histórico realmente pronunció. En mi opinión —y esto lo he argumentado largamente en muchas ocasiones— no existe una tradición antigua sobre la institución de la eucaristía y todo lo que lleva consigo. Hago un breve resumen de los argumentos:
a) El texto de 1 Cor 11,23: «Yo recibí del Señor lo que os he transmitido…» no significa una tradición antigua. Más bien lo que quiere decir es que Pablo inaugura esa interpretación «profunda» de lo que supusieron las acciones de Jesús en su última cena. Pablo es sencillamente el receptor de una revelación divina que se lo aclara. Como tal, él la transmite a sus comunidades. El argumento de Joaquim Jeremias, defendiendo que en 1 Corintios se transmite una antigua tradición de la Iglesia y de ningún modo una revelación de Jesús a Pablo cuyo contenido traslada él luego, no es válido. En primer lugar, porque no convence la argumentación de que Pablo esté utilizando términos técnicos rabínicos «recibir»/«transmitir» que solo se utilizan para una tradición comunitaria. Este argumento cae por los suelos considerando el inicio del tratado Abot («Padres») de la Misná que comienza así:
Moisés recibió (qibbel) la Torá (la Ley) del Sinaí (es decir, de Dios) y la transmitió (masar) a Josué, Josué a los ancianos, los ancianos a los profetas, y los profetas a los Hombres de la Gran Asamblea…
Es evidente que el uso de los términos «recibir»/«transmitir» no significa siempre en el judaísmo que se recibe una tradición de hombres, o comunitaria, que luego se transmite. La presunta tradición puede ser una revelación divina. Este es el caso de Pablo, quien afirma repetidas veces haber recibido su «evangelio» por revelación y ser un hombre que vive espiritualmente de esas revelaciones.
b) Otro argumento de Joaquim Jeremias es también ineficaz, a saber, que el verbo griego paralambánein («recibir»), o cualquier otro que signifique «aprender» u «oír», si va seguido de la preposición griega pará (= «de parte de», en este caso) significa que el acto de «recibir» tiene lugar directamente, por una persona inmediatamente al lado del receptor; y que, por el contrario, si el verbo paralambánein o cualquier otro que signifique «aprender» u «oír», va seguido por la preposición griega apó (de significado igual en apariencia = «de parte de», en este caso), tiene el matiz en lengua griega de que el acto de la recepción viene de una persona lejana, es decir, que puede haber un eslabón intermedio o interpuesto en la recepción. Este argumento es sencillamente erróneo y falaz en el griego de la época. Solo dos ejemplos: Mt 11,29: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (griego máthete ap’ emoû); más inmediatez es imposible y, sin embargo, Mateo no usa pará, sino apó, y otro de un discípulo de Pablo (Col 1,7: «como aprendíais de Epafrodito»: griego, emáthete apò Epafrodítou; igualmente se trataba de un contacto directo e inmediato). ¡Nada de una tradición comunitaria!
c) La institución de la eucaristía es ignorada en los Hechos de los Apóstoles, en el Evangelio de Juan y en un importante documento judeocristiano, compuesto probablemente entre los años 110-130, que describe una comida de acción de gracias = «eucaristía». La Didaché, o Doctrina de los doce apóstoles, nada sabe de una institución de la eucaristía por Jesús. La institución de la eucaristía no era conocida ni hubiera podido ser admitida por la comunidad judeocristiana de Jerusalén, dirigida por Santiago, el «hermano del Señor». La mejor explicación de tal ausencia del tema de la institución eucarística en la Iglesia de Jerusalén y en el judeocristianismo más primitivo (Hechos y Didaché) es que ninguno de los dos judeocristianismos sabía nada de ella.
Se refuerza esta opinión con los datos, ya bien conocidos, de que los judeocristianos de Jerusalén —a pesar de confesar que Jesús era el mesías verdadero— seguían siendo fieles judíos que albergaban una devoción extraordinaria por el Templo; Santiago, el hermano del Señor, el dirigente de la Iglesia de Jerusalén, según Hegesipo (mediados del siglo II) citado por Eusebio, Historia Eclesiástica II 23,44-8, era «llamado ‘justo’ por todos, desde los tiempos de Jesús hasta los nuestros… porque era justo desde el vientre de su madre. No bebía vino ni bebida espirituosa; no comía carne; la cuchilla no ascendió a su cabeza, ni se ungía con aceite ni utilizaba los baños (es decir, era nazireo), acostumbraba entrar solo en el Templo y de rodillas rezaba a Dios para que perdonara al pueblo. Y de tanto estar así, sus rodillas se pusieron duras como las de un camello…».
La realización de un acto sacramental, expiatorio, fuera del Templo, estaba estrictamente prohibida en el judaísmo; por tanto, para estos piadosos judíos también. Practicar la eucaristía tal como la describe Pablo —además, con el significado de una ‘nueva alianza’— hubiera supuesto un acto de ruptura con el sistema religioso judío, hubiera significado fundar de hecho una religión nueva… En el judaísmo no cabe ni por asomo la idea de la «comunión o ingestión del dios». Y la eucaristía cristiana, con su ingestión de vino y pan como sangre y cuerpo de Cristo se parece muchísimo a este concepto. Por último, para un buen judío comer el cuerpo de un Jesús divinizado, o sobre todo beber su sangre, aunque todo fuera entendido simbólicamente, era absolutamente imposible. Es probable que lo consideraran un rito parecido a la omofagia (comer carne cruda) de los ritos dionisíacos y que fuera hasta repugnante para su sensibilidad, acostumbrada a la ley de Lv 17,14.
En síntesis, el que los miembros de la Iglesia de Jerusalén practicaran una eucaristía de tipo paulino hubiera sido abolir cuatro puntos fundamentales del judaísmo de su tiempo, del que eran fieles adeptos, a saber: la piedad apegada al Templo; el valor del sacerdocio derivado de Aarón; los