Aproximaciones de hoy al Jesús histórico. Antonio Piñero
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Del nacimiento de Jesús en Belén —según Mateo y Lucas—, afirma Pagola que «Jesús nació probablemente en Nazaret» y que ambos autores evangélicos defienden el nacimiento en Belén por motivos teológicos. Sobre los hermanos de Jesús sostiene (p. 43, n. 11) que «Desde un punto de vista puramente filológico e histórico, la postura más común de los expertos es que se trata de verdaderos hermanos y hermanas de Jesús. J. P. Meier, tal vez el investigador católico de mayor prestigio en estos momentos, después de un estudio exhaustivo concluye que la ‘opinión más probable es que los hermanos y hermanas de Jesús lo fueran realmente’». Me parece valiente esta postura, aunque quede relegada de nuevo a una nota, como para ocultar que en realidad se contrapone al dogma católico. Sin embargo, no hay una palabra en el libro sobre la adopción de Jesús como hijo en el bautismo. ¿Fue Jesús Hijo de Dios óntico, real?
b) Jesús se vio atraído por Juan Bautista y fue bautizado por este, pero en esos momentos tras el bautismo «no tenía un proyecto definido» (p. 75). Pagola se hace eco del título y contenido de la conocida obra de Senén Vidal, Los tres proyectos de Jesús y el cristianismo naciente, que ya hemos comentado (supra). Jesús perteneció al pequeño grupo de los que se sintieron tan impactados por el Bautista que no retornó a su casa tras el bautismo para seguir con sus labores, sino que se «dedicó a colaborar con el Bautista en servicio de su pueblo (el judío)» (p. 75). De estos pasajes deduce Pagola que «Jesús no solo acogió el proyecto de Juan, sino que se adhirió al grupo de discípulos y colaboradores […] Probablemente lo ayudó en su actividad bautismal y lo hizo con entusiasmo» (ibid.). Pero de Jn 4,2 deduce nuestro autor que probablemente Jesús no continuó bautizando durante todo su ministerio público. Aunque después sostiene Pagola que la misión de Jesús se desarrollará de una manera distinta a como dejaba entenderlo la predicación del Bautista.
c) La fundación de un grupo misionero propio supuso la ruptura con su familia, lo cual marcó su vida de profeta itinerante (p. 44), y puso en peligro el honor de aquella cuando la abandonó. La vida de vagabundo de Jesús, lejos del hogar, sin oficio fijo, realizando exorcismos y curaciones extrañas, y anunciando sin autoridad alguna un mensaje desconcertante era una vergüenza para toda su familia (p. 47). Pero en realidad Jesús pretendía fundar un nuevo concepto de familia, «una familia nueva en donde se renuncia a toda autoridad patriarcal» (p. 290).
d) El núcleo de la predicación de Jesús es ciertamente la proclamación de la venida del reino de Dios. Pagola sostiene correctamente que el «reino de Dios es el núcleo central de la predicación Jesús» (p. 88) y que «Nunca explica en qué consiste» (p. 89). Luego, tras los pasos de Norman Perrin, aclara que «el reino de Dios es «una metáfora, o un símbolo» (ibid.). Pero, el reino de Dios, tal como Jesús lo presentaba, tenía que ser «algo muy sencillo, al alcance de las gentes (de Galilea)» (pp. 99-100).
Para Pagola, este Reino solo es futuro en su compleción y desarrollo final (pp. 109-111). El pensamiento del autor se ocupa sobre todo en resaltar cómo Jesús mezcla de modo novedoso dos concepciones extrañamente compatibles: un reino de Dios futuro y su presencia real ya en el momento de su propio ministerio. El reino de Dios es una realidad presente, sostiene Pagola, porque ya en su gestación misma: «El reino de Dios solo puede ser anunciado desde el contacto directo y estrecho con las gentes más necesitadas de respiro y liberación» (p. 87). A propósito de Lc 16,16, «La ley y los profetas llegan hasta Juan…», defiende que «En este dicho Jesús afirma que después de Juan ha llegado ya la realidad nueva del reino de Dios» (p. 96, n. 28). «Lo primero para Jesús es la vida de la gente, no la religión»… «Jesús no cura para probar su mensaje o reafirmar su autoridad. Cura movido por la compasión, para que los enfermos, abatidos y desquiciados, experimenten que Dios quiere para todos una vida más sana. Así entiende su actividad curadora: ‘Si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios’»: Lc 11,20/Mt 12,28 (p. 100).
La prueba de que el reino de Dios es a la vez presente y futuro son ciertas parábolas jesuánicas: «El reino de Dios está ya aquí, pero solo como una semilla (parábola del sembrador, Mc 4,3-9, y de la semilla que crece sola Mc 4,26-29; de la mostaza, Mc 4,30-32), que se está sembrando en el mundo; un día se podrá recoger la cosecha final» (p. 110). El pasaje «El reino de Dios se ha acercado» (Mc 1,15) debe entenderse como ya presente a la luz de Lc 17,21, «El reino de Dios está entre vosotros». La traducción del griego entos hymin es «entre vosotros», mejor que «dentro de vosotros», pues para Jesús, ese Reino no es una realidad íntima y espiritual, sino una transformación que abarca la totalidad de la vida y de las personas (p. 95, n. 25). «Es desfigurar el pensamiento de Jesús reducir el reino de Dios a algo privado y espiritual…; es una fuerza liberadora al alcance de todos los que la acojan con fe» (p. 95). Captar la fuerza salvadora de Dios significa que el Reino está ya presente: «Este mundo no es algo perverso, sometido sin remedio al poder del mal hasta que llegue la intervención final de Dios, como decían los escritos apocalípticos. Junto a la fuerza destructora y terrible del mal podemos captar ahora mismo la fuerza salvadora de Dios, que está ya conduciendo la vida a su liberación definitiva» (ibid.). «Dios no viene a defender sus derechos (sobre Israel y la tierra), ni a tomar cuentas de quienes no cumplen sus mandatos. No llega para imponer su dominio religioso… Jesús no pide a los campesinos que cumplan mejor su obligación de pagar los diezmos y primicias… El reino de Dios es otra cosa. El reino de Dios consiste en liberar a todos de aquello que les impide vivir de manera digna y dichosa» (p. 98). «Lo que preocupa a Dios es liberar a las gentes de cuanto las deshumaniza y las hace sufrir» (p. 96). (Porque ha llegado el reino de Dios) «Jesús no habla ya de la ira de Dios, como el Bautista, sino de su compasión» (p. 98).
«Entrar en el reino de Dios es construir la vida no como quiere Tiberio, las familias herodianas o los ricos terratenientes de Galilea, sino como quiere Dios. Por eso entrar en el Reino es salir del imperio que tratan de imponer los jefes de las naciones y los poderosos del dinero»… No se apela a una intervención milagrosa de Dios, sino a un cambio de comportamiento que pueda llevar a todos a una vida más digna y segura (p. 107). El modo de conjugar presente y futuro del Reino es defender que «El reino de Dios ha llegado ya y su fuerza está actuando, pero lo que se puede comprobar en Galilea es insignificante. Lo que espera el pueblo de Israel y el mismo Jesús para el final de los tiempos es mucho más. El reino de Dios está abriéndose camino, pero su fuerza salvadora solo se experimenta de manera parcial y fragmentaria, no en su totalidad y plenitud final. Jesús invita a entrar ahora mismo en el reino de Dios, pero al mismo tiempo enseña a sus discípulos a vivir gritando: ‘Venga a nosotros tu Reino’».
«Jesús habla con toda naturalidad como algo que está presente y al mismo tiempo como algo que está por llegar. No siente contradicción alguna. El reino de Dios no es una intervención concreta, sino una acción continuada del Padre, que pide una acogida responsable, pero que no se detendrá, a pesar de todas las resistencias, hasta alcanzar su plena realización. Está germinando ya un mundo nuevo, pero solo en el futuro alcanzará su plena realización» (p. 109).
Pagola se pregunta «de dónde brota en Jesús esta manera de entender el reino de Dios», y afirma que lo que Jesús pensaba del reino de Dios presente no es una idea judía: «No es esto ciertamente lo que se enseñaba los sábados en la sinagoga, ni lo que se respiraba en la liturgia del Templo» (p. 99). Entre otras razones el reino de Dios es un concepto