Aproximaciones de hoy al Jesús histórico. Antonio Piñero
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Mi valoración crítica a las ideas de Pagola es la siguiente:
1. No me parece posible la unión de una «rigurosa aproximación histórica» y a la vez mantener los principios de la Comisión Bíblica: «el justo conocimiento del texto bíblico no es accesible sino a quien tiene una afinidad vivida con aquello de lo que habla el texto», que traducido al román paladino significa que nadie puede ser un buen exegeta de textos referidos a Jesús si no es creyente en ese Jesús.
Creo que las opiniones de varios reseñistas en los medios de comunicación hacen un flaco favor a Pagola en cuanto que disminuyen sus credenciales como historiador. Así, por ejemplo, Xabier Pikaza, quien sostiene que el libro de Pagola6 está escrito «como aproximación histórica, en la línea de la primera tradición del evangelio; trata de la vida de Jesús desde una perspectiva kerigmática (es decir, de anuncio cristiano del evangelio), en la línea de Marcos y Pablo». La «razón científica es buena y puede incluso ayudarnos a entender a Jesucristo. De esa forma ha reconciliado Pagola una vez más a Jesús con la ciencia, como hizo santo Tomás y como han hecho los buenos teólogos. El libro de Pagola es fiel a la crítica científica, siendo así (¡y por eso!) fiel a Jesucristo. La ciencia no ‘demuestra’ la verdad del evangelio, pero ayuda a situarlo y entenderlo».
A ello respondo: lo que me produce confusión es la mezcla, o yuxtaposición de «aproximación histórica» y de «perspectiva kerigmática», porque para mí, las dos cosas no pueden ir casi nunca juntas. Entiendo que la aproximación histórica es rigurosa y científicamente histórica, por lo tanto, el kerigma o proclamación de la fe no tiene siempre cabida en esa aproximación; a no ser que se entienda por «aproximación histórica» el que se narren hechos desnudos, y por kerigma —por ejemplo, de Marcos o Pablo— el que se cuente un simple hecho histórico desprovisto de contenido de fe. Pero, si no me equivoco, en una «aproximación histórica» sobre Jesús se debe destacar nítidamente lo que él, Jesús, pensaba estrictamente en cuanto se puede reconstruir por la crítica histórica y literaria, y luego contrastarlo con lo que de él opinaba su primer «biógrafo», Marcos, que es en ocasiones muy distinto. No hacerlo con toda y absoluta claridad y nitidez significa que nunca abordaremos cómo debe formularse la cuestión de la indudable diferencia entre el pensamiento de Jesús y la teología cristiana.
Sostiene también X. Pikaza que el libro de Pagola se sitúa mentalmente en la «línea de los Sinópticos» o si se quiere «antes», es decir, «en la línea de Marcos», indicando con ello que nuestro autor pretende ir a los fundamentos históricos de la fe cristiana. Pero, en mi opinión, situarse en la «línea de los Sinópticos», o si se quiere «antes», es decir, en la línea del evangelista Marcos, no es ya situarse en una «aproximación histórica» objetiva, sino en el plano de los hechos históricos interpretados radicalmente desde el punto de vista de la fe. Marcos escribe unos cuarenta años después de la muerte de Jesús, y no transmite, sino que reinterpreta ya profundamente a este. En sí no me parecería mal la perspectiva de Pagola-Pikaza, pero debería entonces aclararse que el libro del primero —según interpreta el segundo— no es una «aproximación histórica» objetiva, puramente científica, sino una mezcla de historia (hechos, palabras de Jesús) y de teología, hechos y dichos vistos ya desde la fe…, justo como hace el primer evangelista.
2. Pagola es a la vez un creyente: «Escribo este libro desde la Iglesia católica» (p. 7) y al mismo tiempo mina totalmente la credibilidad histórica de los evangelios. Pruebas:
2.1. Los dos primeros capítulos de los evangelios de Mateo y Lucas «más que relatos de carácter biográfico son composiciones cristianas elaboradas a la luz de la fe en Cristo resucitado… Describen el nacimiento de Jesús a la luz de hechos, personajes o textos de la Biblia hebrea». «No fueron redactados para informar sobre los hechos ocurridos (probablemente se sabía poco), sino para proclamar la buena noticia de que Jesús es el mesías davídico esperado en Israel y el Hijo de Dios para salvar la humanidad». Pagola está aquí contraponiendo claramente ‘conocimiento histórico verdadero y difusión de sus resultados por medio de escritos’ a ‘invención teológica de lo que ocurrió (de lo que probablemente nada cierto se sabía) inspirándose en fuentes externas’ (la Biblia hebrea).
Conociendo la mentalidad general de los evangelistas como autores dentro de la atmósfera intelectual del siglo I, me parece absolutamente inverosímil atribuirles «que no pretendían informar de los hechos ocurridos». Esta proposición es muy improbable, aunque se repita continuamente. Mucho mejor sería decir que ellos informaban de hechos acaecidos realmente, pero no como sucedieron en realidad, que no lo sabían con exactitud, sino como imaginaban que debían de haber ocurrido. O, en todo caso, puede mantenerse honestamente que los autores evangélicos utilizaron sus fuentes de modo popular, que no tenían —como la inmensa mayoría de sus contemporáneos— una mentalidad crítica y que creyeron a pies juntillas en las leyendas que sobre el héroe del relato, Jesús, se iban formando para suplir las lagunas de información sobre su infancia. Por tanto, estaban totalmente convencidos de que transmitían a sus lectores hechos que habían sucedido así en realidad, pero se equivocaron confiando en datos que la crítica de hoy no puede aceptar.
2.2. Las alegorizaciones de las parábolas jesuánicas (p. 118, n. 10) «provienen de misioneros y catequistas cristianos», no realmente de Jesús; ejemplos: las aclaraciones alegóricas de la parábola del sembrador: Mc 4,14-20, y de la cizaña: Mt 13,37-44.
2.3. Mc 4,10-12 puesto en boca de Jesús por parte del evangelista Marcos —atribuyéndole un deseo de hacer daño positivo cuando habla al pueblo en parábolas para que no entiendan— no proviene en realidad de Jesús: p. 119, n. 14.
2.4. Lc 7,41-42 está compuesto quizás por Lucas: p. 148, n. 70.
2.5. La tajante negación del valor histórico del prendimiento romano de Jesús según Jn 18,28, o la negación de la institución de la eucaristía en la última cena, tal como lo entiende el pueblo cristiano hoy, supone acabar con la credibilidad de los evangelios.
3. Afirma taxativamente Pagola que «Jesús no se casó» (p. 57). Me parece, sin embargo, que tal afirmación no puede hacerse de un modo tan tajante. Lo único que podemos afirmar —a la vista de las fuentes— es que quizá sea probable que en su vida pública, de antes nada sabemos, Jesús no estuviera ligado a una familia. Nada más. No podemos afirmar ni siquiera la posibilidad de que Jesús sintiera una «llamada» divina como la del profeta Jeremías que le invitaba al celibato: «No me senté en peña de gente alegre y me holgué: por obra tuya solitario me senté, porque de rabia me llenaste» (15,17). Dicho más claramente: respecto a la vida oculta de Jesús lo mismo se puede decir que se mantuvo célibe, o que se casó y luego dejó a su familia para comenzar su vida pública itinerante, o que era viudo cuando inició esta. No hay pruebas para sostener razonablemente ninguna de las tres hipótesis.
4. Sostiene Pagola que las relaciones de Jesús con su familia fueron pésimas. Creo, sin embargo, que esta afirmación no puede ser tan rotunda: la relación de Jesús con su familia y el término «ruptura» (donde se deja traslucir que fue casi definitiva) deberían merecer un comentario para precisar el término. A pesar de que los evangelios presentan un desencuentro fuerte entre Jesús y sus hermanos (Mc 3,21: su familia cree que Jesús no está cuerdo; Jn 7,5: sus hermanos no creen en él), algunos críticos han dudado de que todo este cuadro de enfrentamiento entre Jesús y su familia sea correcto. Y la razón es que contrasta con la afirmación de los Hechos de los Apóstoles en las que el autor (¿Lucas?) afirma que María y los hermanos de Jesús formaron de inmediato parte muy importante del restringido grupo de los seguidores de Jesús: 1,14. Parece que la mejor explicación puede ser la suposición de que aquí —como en otros casos— los evangelistas