Aproximaciones de hoy al Jesús histórico. Antonio Piñero
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c) Tampoco me convence que ese mismo Jesús hiciera lo que hizo en el Templo (Mc 11,15-17) con una visión clara de que el plan de Dios para él, ya en ese momento, contenía la exigencia de su muerte, y mucho menos que su muerte fuera «vicaria» en sentido pleno, es decir, «morir en vez de otro». He indicado ya (supra) que, salvo error por mi parte, no hay en todo el judaísmo anterior al siglo I (ni en la Biblia ni en los luego declarados deuterocanónicos o apócrifos) ni un solo texto de que un mártir «muera en lugar de otro», y que esa muerte sirva de expiación de los pecados del que queda con vida. Debo hacer hincapié en que esa idea de «morir por/en vez de» no es judía, sino griega. Pablo la aprendió muy probablemente desde su escuela en Tarso y la aplicó para interpretar la muerte de Jesús. Pablo combinó una idea griega («morir por») con otra muy judía («expiar los pecados»). Se ha argumentado muchas veces que ni 2 Mac 6,28 ni 7,37-38 presentan esta noción. No me lo parece; no son textos que expresen esta idea de «morir por».
d) Y si sostengo que Jesús no fue a Jerusalén para morir, igualmente debo señalar que tampoco me parece convincente la larga argumentación de Freyne para probar la posibilidad de que Jesús iluminara toda su vida y la de su grupo con la teología del «Siervo de Yahvé», porque esta incluía necesariamente la idea de un final catastrófico, como se lee en Is 53,8-9: «Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca». Esta noción solo aparece claramente en los evangelios en dos textos relacionados íntimamente. Uno es Mc 10,45: «El Hijo del Hombre ha venido no a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos». Otro es el relato de la institución de la eucaristía: (Mc 14,22-25), textos que no corresponden al Jesús histórico, como he argumentado largamente (supra). Es cosa sabida que las profecías del Hijo del Hombre sobre su futura pasión y muerte son profecías ex eventu («a toro pasado»: Mc 8,31; 9,31; 10,32). Desde luego no encajan totalmente con el propósito de Jesús de lograr en Jerusalén el triunfo que no había tenido en Galilea5. Sostengo que estos textos marcanos, en especial el referido a la institución de la eucaristía, no se deben a ninguna tradición (así Freyne, p. 225), sino a una revelación directa de Jesús a Pablo, y que esa «tradición» se transmitió a partir de las comunidades paulinas y llegó así a los evangelios sinópticos.
e) Otro argumento: los pasajes de Isaías relativos al Siervo de Yahvé (caps. 42-53) y sobre todo el texto referido al «Hijo del Hombre» en Dn 7,13-14 —que en la teología de los evangelios sinópticos van unidos a la idea de Siervo de Yahvé que muere y resucita— se interpretaban siempre en el judaísmo anterior a los evangelios sinópticos de una manera diría que casi fija del modo siguiente:
1. El «Siervo de Yahvé» o bien era un futuro monarca de Israel descendiente de David (y el mismo Evangelio de Marcos parece negar que Jesús fuera descendiente real de ese monarca: Mc 12,37 «El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo? La muchedumbre le oía con agrado»), o bien se refería al pueblo entero de Israel.
2. La enigmática figura de un como «hijo de hombre» no se refería en el judaísmo a una persona individuada, sino que, tal como dice el libro de Daniel mismo, es la representación simbólica de todo el pueblo de Israel (Dn 7,27: «Y el reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Reino eterno es su reino, y todos los imperios le servirán y le obedecerán» y 12,1: «En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren inscritos en el Libro»), o en todo caso de un ángel (10,5-6).
Por tanto, dudo mucho de que el Jesús histórico se considerara a sí mismo el «Siervo de Yahvé», y sobre todo si esta figura se unía a la de un como «hijo de hombre» de Daniel.
EL JESÚS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Jesús. Aproximación histórica, PPC/SM, Madrid, 2007, 576 pp.
José A. Pagola afirma varias veces y con rotundidad que su libro no es un intento de explicación teológica o piadosa, sino de una rigurosa aproximación histórica. Así consta en el subtítulo. Y añade: «Quiero saber quién está en el origen de la fe cristiana» (p. 5). El autor afirma haber estudiado toda la literatura científica con ojos atentos. Y otros colegas suyos en España sostienen igualmente que su obra es un compendio de la investigación crítica sobre Jesús, realizada en los últimos cincuenta años, en Europa y América, tanto entre católicos como entre protestantes y judíos. Pagola indica que su análisis se sitúa en un «momento anterior» a la «cristología canónica», que es la del Nuevo Testamento, es decir, en la línea de la tradición sinóptica previa, incluso, a algunos desarrollos de Mateo y Lucas. Así, volviendo a las fuentes primeras, el autor piensa que se puede poner en marcha un movimiento de renovación cristiana fiel a los inicios.
Ahora bien, al final de su libro (Anexo II, p. 479), tras haber recordado el «carácter indispensable del empleo del método histórico-crítico», Pagola parafrasea y acepta, aun sin decirlo claramente, el contenido esencial del documento de la Pontificia Comisión Bíblica de 15 de abril de 1993, «La interpretación de la Biblia en la Iglesia», firmado por el entonces cardenal Joseph Ratzinger. Ese texto dice que es conveniente recordar que «el justo conocimiento del texto bíblico no es accesible sino a quien tiene una afinidad vivida con aquello de lo que habla el texto». Por eso todo intérprete ha de plantearse «qué teoría hermenéutica hace posible la justa percepción de la realidad profunda de la cual habla la Escritura y permite expresar su significado para el hombre de hoy». «No cabe duda de que la sintonía con el mensaje de Jesús, la acogida positiva de su llamada y el seguimiento fiel aumenta la capacidad del exegeta para captar su realidad profunda». Nuestro autor, por tanto, quiere unir el método histórico-crítico con la percepción de una realidad profunda subyacente a los evangelios, que solo es perceptible desde la fe.
De hecho, tal aproximación «histórica», muy limitada a mi parecer, le ha costado grandes disgustos con el episcopado español, y se le ha impuesto la obligación de cantar la palinodia acerca de algunas de sus afirmaciones. Por ello es de especial interés este libro. Juan José Tamayo afirma, en un comentario aparecido en el suplemento «Babelia», de El País, 16 de febrero de 2008, p. 16, que debe uno extrañarse de que un libro que muestra a un Jesús tan atractivo y actual, tan asequible e interesante, haya servido de piedra de escándalo a «algunos obispos y teólogos católicos españoles, quienes no han dudado en acusarlo de arriano»; y añade: «No logro entender por qué esta imagen de Jesús que ofrece Pagola ha podido sacar de sus casillas a los guardianes de la ortodoxia católica».
Hago, en primer lugar, el pertinente resumen de las ideas de Pagola sobre Jesús, al que entiende básicamente como fundador remoto del cristianismo, para pasar luego a una valoración. Como perspectiva general sostiene Pagola que Jesús era un hombre relativamente indocto, pues «no tenía biblioteca»; un maestro heterodoxo que «ponía en cuestión la religión convencional»; era el «promotor de la venida de un reino de Dios que no es una realidad espacial, sino un proyecto de justicia y de compasión para los excluidos del sistema político y religioso»; el creador de un movimiento igualitario de hombres y mujeres sin dominación masculina; amigo de las mujeres: «Su amiga más entrañable era María Magdalena, que ocupa un lugar especial en su corazón y en el grupo de discípulos».
a) Respecto a su nacimiento, niñez