La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn страница 14

Автор:
Серия:
Издательство:
La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

Скачать книгу

durante esos momentos de inconsciencia, tendemos a perdernos y a sumirnos durante largos períodos de tiempo, sin darnos siquiera cuenta de ello, en pautas automáticas de pensamiento y sentimiento.

      Así pues, cuando Soen Sa Nim nos preguntaba «¿Ven ustedes esto?» o «¿Escuchan ustedes esto?», la suya no era una pregunta tan trivial como, a primera vista, pudiera parecer. En realidad, estaba invitándonos a despertar del sueño del ensimismamiento y de la incesante cháchara que nos aleja de lo que realmente está ocurriendo en esos momentos a los que llamamos nuestra vida.

      Y EL VIDENTE CIEGO

      A veces, para tratar de que alguien despierte a las cosas tal cual son, decimos «¡Sé sensato!» pero, como es fácil de advertir, nadie –incluidos nosotros mismos– se torna mágicamente sensato por el simple hecho de que alguien se lo pida. De hecho, hay veces en que toda su orientación –hacia sí mismos, hacia las situaciones o hacia los demás– requiere de un cambio radical. Pero ¿cómo llevar a cabo ese cambio? Hay veces en que, para despertar, necesitamos experimentar una crisis…, si tal crisis no acaba antes con nosotros.

      Hay ocasiones en las que, para indicar que alguien está desconectado de la realidad, decimos: «Es un insensato», pero lo cierto es que, en la mayor parte de los casos, no resulta nada sencillo recuperar el contacto perdido. ¿Qué debería hacer uno cuando ha llegado tan lejos? ¿Qué debería hacer una sociedad o incluso un mundo que se hubiera alejado tanto de los sentidos que cada uno centrase su atención en un aspecto diferente del elefante, pero nadie aprehendiese la totalidad? En tal caso, lo que anteriormente considerábamos un elefante se metamorfosea y se convierte en una especie de monstruo que escapa de nuestro control hasta el punto de que somos incapaces de percibir y nombrar lo que es, como ciudadanos-espectadores que nos hubiésemos adentrado en el territorio de un emperador engañado con el “traje nuevo” invisible que acaban de confeccionarle.

      Lo cierto es que, sin la necesaria práctica, resulta muy difícil volver a los sentidos, y por eso estamos, hablando en términos generales, muy poco entrenados. Nosotros no estamos muy familiarizados con los sentidos, no estamos muy familiarizados con aquellos aspectos del cuerpo y de la mente que participan, dependen o se ven conformados por los sentidos. Dicho en otras palabras, nuestra percepción y nuestra conciencia, tanto interior como exterior, se hallan completamente distorsionadas, y el modo más adecuado de corregir esa distorsión consiste en ejercitar una y otra vez nuestras facultades y nuestra atención. Tengamos en cuenta que lo que se fortalece, robustece y flexibiliza a través de ese tipo de entrenamiento –con frecuencia, todo hay que decirlo, con gran resistencia por nuestra parte– es mucho más interesante que un bíceps.

      Nuestros sentidos –incluyendo, obviamente, nuestra mente– nos engañan la mayor parte del tiempo a causa de los hábitos y del hecho de que no son pasivos, sino que requieren de una evaluación y una interpretación activa y coherente en la que participan diferentes regiones cerebrales. Vemos, pero apenas si nos damos cuenta de que lo que vemos depende de la relación que se establece entre nuestra capacidad de ver y lo que tenemos delante. Creemos que lo que pensamos está simplemente frente a nosotros, pero ignoramos que, en realidad, nuestra experiencia se ve seleccionada por los numerosos filtros impuestos por constructos inconscientes de pensamiento y por el modo misterioso en que parecemos estar vivos en el mundo que registramos a través de los ojos.

      No cabe duda, pues, de que vemos ciertas cosas, pero que también, al mismo tiempo, quizás no vemos las más importantes. Nuestra forma de mirar es automática y está sujeta a los hábitos, lo que significa que nuestra mirada es limitada y que, en ocasiones, no vemos ni olemos siquiera lo que se halla ante nuestras propias narices. Vemos, por así decirlo, con el piloto automático, dando por sentado el milagro de la percepción que acaba convirtiéndose en parte del sustrato inadvertido con el que nos ocupamos de nuestras cosas.

      Podemos tener hijos y pasar años sin verlos siquiera, porque lo único que “vemos” son las ideas, “teñidas” por nuestras expectativas y nuestros miedos que, al respecto, tenemos. Y lo mismo podríamos decir con todas y cada una de nuestras relaciones. Vivimos sumidos en el mundo natural, pero, la mayor parte de las veces, no nos damos cuenta de ello, pasamos por alto la milagrosa refracción de la luz del sol en la gota de agua que se halla depositada sobre una hoja y hasta soslayamos los distorsionados reflejos que nos proporcionan los parabrisas y las ventanas. Y tampoco nos damos cuenta, hablando en términos generales, de que los demás, incluido el mundo natural que forma parte del paisaje que nos rodea –algo que conoceríamos mucho mejor si pasáramos una noche en mitad del bosque–, también nos ven y tienen de nosotros una visión que puede ser muy diferente de la que nosotros mismos tenemos.

      Nosotros no sólo no vemos lo que está presente sino que, muy a menudo, vemos incluso lo que no está. ¡Un ejemplo claro de que el ojo y la mente construyen las cosas! Ello se debe, en parte, a nuestra imaginación creativa y, en parte –como evidencia el triángulo de la figura que presentamos a continuación (al que se conoce como triángulo de Kanizsa)–, a la configuración misma de nuestro sistema nervioso. Soen Sa Nim decía: «Si dices que esto es un bastón, te golpearé (con su bastón zen) treinta veces –cosa que ciertamente no hacía (pero que sí ocurría en la antigua China)–. Pero si, por el contrario, dices que no lo es, te golpearé treinta veces. ¿Qué es lo que respondes?». Para ello, Soen Sa Nim no usaba el triángulo de Kanizsa, sino cualquier objeto que tenía a mano. «Si dices que esto es un vaso, un reloj de pulsera, una roca, etc., te golpearé treinta veces y, si dices que esto no es un vaso, no es un reloj de pulsera, no es una roca, etc., te golpearé treinta veces. ¿Qué es lo que respondes?» Así era como nos enseñaba a no identificarnos con la forma ni con la vacuidad… o, al menos, a no mostrar esa identificación porque, a pesar de todos nuestros esfuerzos, nos identificábamos de continuo y seguíamos insistiendo, esperando aprender y crecer a lo largo del proceso, gracias al exquisito cuidado que ponía en su trato aparentemente desdeñoso.

      Todos sabemos que, cuando percibimos a través de los ojos, vemos ciertas formas pero no otras, por más que se hallen delante mismo de nosotros. También podemos ser condicionados con facilidad a ver de ciertos modos, pero no de otros. A fin de cuentas, la selectividad de nuestra percepción es una habilidad de la que se sirven continuamente los prestidigitadores, cuya destreza desconcierta –al tiempo que deleita– a nuestra mente, desviando con habilidad nuestra atención y confundiendo el funcionamiento de nuestros sentidos.

      En otro orden más general de cosas, las personas de diferentes culturas pueden percibir el mismo evento de maneras muy distintas, en función de sus sistemas de creencias y de su orientación porque, al contemplar el mundo a través de diferentes lentes mentales, perciben realidades también diferentes. No existe, en este sentido, ninguna realidad que sea completamente

Скачать книгу