La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

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La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

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las ciudades, los pueblos y todo

      acaban convirtiéndose en una bola chamuscada y renegrecida.

      Escuchamos noticias que añoran ese futuro,

       pero la auténtica noticia

      es que no hay noticia alguna.

      RUMI

      DE LA INTEGRIDAD HIPOCRÁTICA

      Estoy tumbado con casi quince pacientes en el suelo alfombrado de la flamante y espaciosa sala de conferencias de la Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts iluminada por la luz crepuscular de una tarde de comienzos de otoño. Es la clase inaugural del primer ciclo de la Stress Reduction and Relaxation Program, anteriormente conocida como Stress Reduction Clinic, y estoy a punto de dirigir una meditación conocida como “observación del cuerpo”, mientras todos permanecemos acostados boca arriba sobre alfombrillas recubiertas de telas de distintos y llamativos colores apiñadas en un extremo de la habitación para que todos los presentes puedan escuchar mejor mis indicaciones.

      En medio de un largo período de silencio, se abre súbitamente la puerta y entra un grupo de unas treinta personas ataviadas con largas batas blancas que siguen a un hombre alto y de aspecto majestuoso. El hombre se acerca a grandes zancadas y me mira, mientras yo permanezco acostado sobre el suelo, con camiseta negra, pantalones negros de kárate y descalzo, y luego, con aspecto entre sorprendido e inquisitivo, echa un vistazo a la habitación.

      Después vuelve a mirarme y, tras una larga pausa, pregunta:

      -¿Qué están haciendo aquí?

      Yo permanezco tumbado y lo mismo hacen los demás, quietos como cadáveres sobre sus alfombrillas y con la atención suspendida en algún punto ubicado entre los pies (donde habíamos comenzado) y la parte superior de la cabeza (hacia donde nos dirigíamos), mientras las batas blancas asoman silenciosa y amenazadoramente de entre las sombras que hay detrás de esa presencia dominante.

      –Estamos iniciando el nuevo programa de reducción del estrés que ha puesto en marcha el hospital– respondo, todavía tumbado, preguntándome qué diablos estará ocurriendo.

      –A nosotros nos han asignado esta sala –responde mi interlocutor– para celebrar una reunión extraordinaria del departamento de cirugía de la facultad y sus hospitales asociados.

      Entonces me pongo en pie y, cuando mi cabeza llega a la altura de su hombro, me presento. Luego añado:

      —Ignoro lo que pueda haber ocurrido. Le aseguro que hablé un par de veces con administración para asegurarme de que, durante las diez próximas semanas, dispondríamos de esta sala de cuatro a seis de la tarde.

      Entonces miró de nuevo a los presentes que, a esas alturas, ya se habían semiincorporado, apoyando los codos en las alfombrillas, para ver lo que ocurría y preguntó sin dejar de mirarnos:

      –¿Son pacientes del hospital?

      –Sí –repliqué–, lo son.

      –Entonces –concluyó– buscaremos otro lugar para celebrar nuestra reunión —y, dando media vuelta, se dirigió hacia la puerta seguido de toda la comitiva que le acompañaba.

      Yo le di las gracias, cerré la puerta tras ellos y regresé a mi lugar para reanudar nuestro trabajo.

      Así fue como conocí a Brownie Wheeler y, en ese mismo instante, supe que iba a trabajar a gusto en ese centro.

      Años más tarde, después de que Brownie y yo nos hiciéramos amigos, le recordé ese episodio y le comenté lo mucho que me había impresionado el respeto incondicional que mostró entonces por los pacientes del hospital. Lo más curioso, sin embargo, fue la poca importancia que le concedió porque, en su opinión, se había limitado a aplicar el principio de dar prioridad, en la medida de lo posible, a las necesidades de los pacientes.

      Entonces me enteré de que practicaba la meditación y valoraba muy positivamente la relación entre la mente y el cuerpo y la importancia médica de aquélla. Brownie acabó convirtiéndose, durante más de dos décadas, en un infatigable defensor de la Stress Reduction Clinic, y hoy en día, después de haber renunciado al cargo de jefe de cirugía, es uno de los líderes del movimiento que trata de hacer más amable y digno el proceso de la muerte.

      El hecho de que en esa remota ocasión no tratara de aprovechar su poder y autoridad para inclinar la balanza en su favor me convenció de que acababa de ser el testigo de un ejemplo manifiesto de sabiduría y compasión, algo bastante inusual en nuestra sociedad. El respeto que ese día mostró hacia los pacientes era precisamente el objetivo de la práctica de la meditación que recién estábamos iniciando cuando súbitamente se abrió la puerta de la sala de conferencias, es decir, la aceptación profunda e incondicional de nosotros mismos y el cultivo y desarrollo de nuestras potencialidades más transformadoras y curativas. La amabilidad mostrada esa tarde por el doctor Wheeler constituye el exponente más claro de su respeto por los antiguos principios de la medicina hipocrática que tanto y de tantos modos –más allá de las meras palabras– necesita nuestro mundo. Su actitud y su conducta fueron ese día mucho más ilustrativas que las más hermosas palabras.

      ESTÁ EN TODAS PARTES

      Imaginen a pacientes meditando y haciendo yoga por prescripción facultativa en hospitales y centros de salud de todo el país y de todo el mundo. A veces son los médicos los que imparten la enseñanza mientras que, en otras ocasiones, se integran en el programa meditando junto a sus pacientes.

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