La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

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La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

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de la naturaleza del universo y del inmenso conjunto de fenómenos interconectados que se despliegan en su interior, ya sea en el dominio de la física y de los fenómenos físicos, como en el de la química, la biología, la psicología o cualquier otro campo de investigación.

      Para afrontar este reto, el Buda y sus seguidores llevaron a cabo una investigación profunda sobre la naturaleza de la mente y de la vida y sus esfuerzos de autoobservación les condujeron a descubrimientos muy interesantes que les permitieron esbozar el mapa de un territorio por esencia humano que, independientemente del contenido concreto de nuestros pensamientos, de nuestras creencias y de nuestras culturas, todos compartimos. Los métodos que utilizó y los descubrimientos a los que condujo su investigación son universales y no tienen que ver con “ismos”, ideologías, religiones ni sistemas de creencias. En este sentido, se asemejan a los descubrimientos realizados por la ciencia y la medicina, marcos de referencia que, como desde sus mismos inicios sugirió el Buda a sus seguidores, pueden ser corroborados por cualquier ser humano.

      La gente suele creer que alguien como yo, que practica y enseña la atención plena, debe ser budista. Pero lo cierto es que, aunque hubo un período en mi vida en que me consideraba budista, practiqué –y sigo practicando– el budismo y respeto y considero muy positivamente las distintas tradiciones y prácticas budistas, cuando me lo preguntan, suelo responder que no soy budista y que no me he convertido al budismo, sino que soy un estudiante y un devoto de la meditación budista, porque sé por experiencia propia que sus enseñanzas y prácticas son muy profundas, reveladoras y curativas y son de aplicación universal. Esto es lo que he descubierto durante los últimos cuarenta años tanto en mi propia vida como en la de las muchas personas con las que he tenido el privilegio de trabajar y practicar. Y lo cierto es que sigo estando profundamente conmovido e inspirado por los maestros y los no maestros, tanto orientales como occidentales, cuya vida encarna la sabiduría y la compasión que caracteriza a esas enseñanzas y a esas prácticas.

      La práctica de la atención plena es, en mi opinión, una aventura amorosa con la esencia de la vida, una aventura con lo que es, con lo que podríamos llamar “la verdad” y que, para mí, incluye la belleza, lo desconocido y lo posible, las cosas tal cual son, simultáneamente presentes aquí y ahora (puesto que todo está ya aquí) y también en todas partes (porque todo está también ya ahí). Como ya hemos dicho y repetiremos muchas más, la atención plena también siempre se halla presente porque, en última instancia, no hay otro tiempo más que éste.

      Aquí, ahora, siempre y en todas partes disponemos del espacio suficiente para comenzar a trabajar, en el caso de que estemos dispuestos a arremangarnos y emprender el trabajo de lo atemporal, el trabajo de no-hacer, el trabajo de encarnarse conscientemente en su vida tal y como se despliega instante tras instante. Se trata, ciertamente, de una empresa que, pese a hallarse más allá del tiempo, requiere de toda una vida.

      No existe cultura ni forma de arte que posea el monopolio de la verdad o de la belleza, ya sea con mayúsculas o con minúsculas. Por ello, en la investigación que estamos a punto de emprender, me ha parecido útil e ilustrativo servirnos, tanto en las siguientes páginas como en nuestra vida, de la obra de poetas muy diversos, esas personas tan especiales que han dedicado su vida al lenguaje que unifica la mente y el corazón. Porque el hecho es que los grandes poetas –como los grandes yoguis y maestros de las tradiciones meditativas– han investigado en profundidad la mente y las palabras y la realización íntima que existe entre el paisaje interno y el paisaje externo. No es casual que las tradiciones meditativas expresen poéticamente sus visiones y sus comprensiones porque, a fin de cuentas, los yoguis y los poetas son los exploradores intrépidos de lo que es y los custodios explícitos de lo que puede ser.

      Como sucede con todo arte verdadero, las lentes que nos han legado los grandes poetas no sólo aumentan nuestra visión sino, lo que todavía es más importante, nuestra capacidad de experimentar la intensidad y relevancia de nuestra situación, de nuestro psiquismo y de nuestra vida. Por ello nos ayudan a comprender dónde debemos aplicar la práctica de la meditación para abrirnos y atisbar lo que podemos llegar a sentir y saber. La poesía brota por igual en todas las culturas y tradiciones del planeta hasta el punto de que bien podríamos decir que los poetas son –y siempre han sido–los custodios de la conciencia y el alma de la humanidad y que nos muestran aspectos muy diversos de una verdad que debe ser reconocida y contemplada. Los poetas norteamericanos, centroamericanos, sudamericanos, chinos, japoneses, europeos, turcos, persas, indios, africanos, cristianos, judíos, islámicos, budistas o hindúes, tanto animistas como clásicos, tanto hombres como mujeres y tanto antiguos como modernos, nos ofrecen un misterioso regalo que haríamos bien en valorar, degustar y explorar. Ellos nos facilitan, en cualquier tiempo y lugar, las gafas con las que atisbar lo esencial, que se oculta más allá de lo esperado y favorecen así el autoconocimiento. Pero no debemos engañarnos, porque la visión que nos proporcionan esas gafas no siempre es consoladora sino que, en muchas ocasiones, puede llegar a ser muy perturbadora e inquietante. Quizás debamos escuchar atentamente sus poemas, porque nos revelan el espectro completo de luces y sombras que atraviesan los filtros de nuestra mente y movilizan las corrientes subterráneas de nuestro corazón. En sus momentos más inspirados, los poetas expresan lo inefable y, en tales ocasiones, por alguna misteriosa gracia otorgada por las musas y el corazón, se transfiguran en maestros de la palabra que trascienden las palabras, forjando, modelando y apuntando hacia lo inefable y permitiendo que nuestra participación les insufle vida. Los poemas cobran nueva vida cuando permitimos que su lectura o su escucha nos conmueva, cuando nuestra sensibilidad e inteligencia pende de cada palabra, de cada evento y de cada instante, cuando nuestra respiración se suspende al evocarlos y cuando el poder sugestivo de sus imágenes nos transporta, más allá de todo artificio, de vuelta a nosotros y a lo que realmente es.

      Hagamos ahora un alto en nuestro camino para sumergirnos en las aguas de la claridad y de la angustia y zambullirnos en los esfuerzos realizados por una humanidad que ansía conocerse, recordar lo que ya sabe –llegando incluso, en ocasiones, a conseguirlo– y, en un acto profundamente amoroso y siempre generoso y compasivo –aunque casi nunca emprendido con ese objetivo–, esbozar nuevas formas de profundizar nuestra vida y nuestra visión y valorar y celebrar, de ese modo, qué y quiénes somos y en qué podemos llegar a convertirnos.

      *

       Mi corazón despierta

       pensando en llevarte noticias

       de algo

       que te concierne

      y concierne a muchos hombres.

      Pero no las escucharás.

       si sólo prestas oído a las novedades

       porque sólo se encuentra en los poemas despreciados.

       Resulta difícil

      escuchar lo nuevo en los poemas,

       pero el hombre muere miserablemente a diario

       por falta

      de lo que en ellos alienta.

      WILLIAM CARLOS WILLIAMS

      *

      Afuera, la noche helada del desierto,

      pero esta otra noche es cálida y amable.

      Deja que el paisaje se cubra de una costra espinosa,

      porque aquí tenemos un hermoso jardín.

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