La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

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La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

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de nuestra especie.

      Pero todas esas capacidades, obviamente, deben ser descubiertas, desarrolladas e implementadas. Debemos aprovechar mejor el tiempo de que disponemos, algo a lo que, hablando en términos generales y lo queramos o no, renunciamos con demasiada frecuencia y reemplazamos con cualquier otra cosa. Pero es igualmente sencillo de comprender que, a lo largo de toda nuestra vida, eso es todo lo que tenemos, que el hecho de estar presentes es un auténtico regalo y que, cuando empezamos a hacerlo, suceden cosas en verdad extraordinarias.

      El reto al que ahora nos enfrentamos consiste en cultivar, en todas las situaciones que la vida nos depare, las capacidades de aprender, crecer, curarnos y transformarnos, un viaje que dura toda la vida y que, cuando lo emprendemos, nos lleva a cobrar conciencia de quiénes somos een realiddad y a vivir nuestra vida como si de verdad importase. Y ciertamente que esto sucede, mucho más de lo que creemos y mucho más también de lo que podemos llegar a imaginar. Y las consecuencias de nuestra forma de conciencia no sólo afectan a nuestro disfrute y a nuestro logro personal, sino que al mismo tiempo desarrollan nuestra alegría y nuestras sensaciones de bienestar y de logro.

      La movilización y el desarrollo de los recursos de los que todos disponemos promueven también la salud y la cordura. Y el más importante de todos esos recursos es la capacidad de prestar atención a aquellos aspectos de nuestra vida que no sólo desatendemos sino que, muy a menudo, ignoramos.

      El hecho de prestar atención perfecciona nuestra conciencia, ese rasgo que, junto al lenguaje, nos caracteriza como individuos y como especie y fomenta el aprendizaje y la transformación. Crecemos, aprendemos, cambiamos y nos tornamos conscientes gracias a la aprehensión directa de las cosas a través de los cinco sentidos y de nuestra mente (a la que los budistas consideran como un sexto sentido). Cualquier aspecto de nuestra experiencia tiene lugar dentro de una complejísima red de relaciones, algunas de las cuales son esencialmente importantes para nuestro bienestar, tanto inmediato como a largo plazo. Tal vez sea cierto que, ahora mismo, no podemos advertir muchas de esas relaciones, porque todavía permanecen más o menos ocultas, aguardando a ser descubiertas, en el entramado de nuestra vida. Pero, aun en tal caso, siempre podemos acceder a esas dimensiones ocultas –a las que podríamos considerar como nuevos grados de libertad– y ponerlas de forma gradual de relieve. Y ello sólo ocurrirá en la medida en que ejercitemos nuestra capacidad de ser conscientes y prestemos una atención deliberada, respetuosa y amable a los sorprendentemente complejos, aunque fundamentalmente ordenados, ámbitos establecidos por el universo, el mundo, nuestro país, nuestra familia, nuestra mente y nuestro cuerpo, en los que nos hallamos inmersos y dentro de los que nos movemos y que se encuentran, lo sepamos o no y nos guste o nos desagrade, fluctuando y cambiando de continuo a todos los niveles y proporcionándonos, de ese modo, incontables ocasiones para crecer, ver con más claridad y emprender acciones más sabias y, de ese modo, acabar con el sufrimiento de nuestras tumultuosas mentes habitualmente alejadas de su hogar, de la quietud y del reposo verdaderos.

      El viaje que conduce a la salud y la cordura es una invitación a despertar a la plenitud de nuestra vida mientras todavía estamos viviéndola, en lugar de esperar a hacerlo –en el supuesto de que tal cosa ocurra– cuando estemos postrados en nuestro lecho de muerte, algo que Henry David Thoreau advirtió muy elocuentemente en Walden cuando dijo:

      Fui a vivir al bosque porque quería vivir despierto, enfrentarme tan sólo a los hechos esenciales de la vida y aprender lo necesario para no verme obligado, cuando estuviera postrado en mi lecho de muerte, a reconocer que no había vivido.

      Morir sin haber vivido una vida plena y sin despertar a ella mientras tenemos ocasión de hacerlo es –dada la automaticidad de nuestros hábitos y la implacable velocidad a la que, en nuestra época, se desarrollan los acontecimientos (una velocidad, dicho sea de paso, mucho más acelerada hoy en día que en los tiempos de Thoreau) y la mecanicidad con que nos enfrentamos a lo que es más importante pero, al mismo tiempo, menos evidente de nuestra vida– el reto más importante al que todos debemos enfrentarnos.

      Thoreau también nos aconsejó establecer contacto con nuestra sabiduría y nuestra atención innatas. Según dijo, no sólo es posible, sino altamente deseable, desarrollar una conciencia más amplia y espaciosa de nuestro corazón y de nuestra mente y habitar en ellos. El adecuado cultivo de ese tipo de conciencia puede ayudarnos a advertir, trascender y liberarnos de los velos y limitaciones impuestos por nuestras pautas automáticas de pensamiento, de sentimiento y de relación, y por los turbulentos y destructivos estados mentales y emocionales que suelen acompañarlos. Esos hábitos se hallan invariablemente anclados en nuestro pasado, no sólo a través de la herencia genética, sino también de los traumas, el miedo, la inseguridad y la desconfianza, de los sentimientos de inadecuación derivados de no haber sido respetados y honrados por lo que somos y del resentimiento debido a los desaires, injusticias y daños de que hayamos sido objeto. Son esos hábitos, en suma, los que empañan nuestra visión, distorsionan nuestra comprensión y, en el caso de seguir desatendidos, acaban obstaculizando nuestro desarrollo y nuestra curación.

      Si queremos recuperar –tanto a gran escala (de manera colectiva) como a pequeña escala (como seres humanos)– el contacto con nuestros sentidos, debemos restablecer, tanto literal como metafóricamente, el contacto con el cuerpo –un lugar que solemos ignorar, que apenas habitamos y mucho menos atendemos y cuidamos–, pero que nunca deja de ser el locus del que emergen los sentidos biológicos y lo que llamamos mente. Por más extraño que pueda parecernos, nuestro cuerpo es un territorio simultáneamente familiar e ignoto, un dominio al que, en ocasiones, aborrecemos y hasta odiamos, dependiendo de lo que hayamos afrontado o de lo que temamos. Otras veces, sin embargo, estamos hipnotizados por el cuerpo, obsesionados por su tamaño, su forma, su peso o su aspecto, aun a riesgo de caer inconscientemente en el ensimismamiento o en el más desenfrenado de los narcisismos.

      Las investigaciones realizadas durante los últimos treinta años en el ámbito de la medicina cuerpo/mente individual han puesto de relieve la posibilidad de alcanzar, aun en medio de retos y dificultades, un cierto grado de paz corporal y mental que nos proporciona una mayor salud, bienestar, felicidad y claridad. Los muchos miles de personas que ya han emprendido este viaje hablan de los grandes beneficios que les ha reportado, no sólo a sí mismos, sino también a quienes comparten su vida y su trabajo. No cabe, pues, la menor duda de que la atención que restablece el contacto con nuestras dimensiones ocultas y nos permite alcanzar un mayor grado de libertad no es privilegio exclusivo de una élite de elegidos, sino algo de lo que todos podemos beneficiarnos.

      Restablecer el contacto con los sentidos no es un trabajo que requiera tiempo, porque sólo consiste en estar presentes y despiertos aquí y ahora, pero también es, paradójicamente, un compromiso vital que debemos emprender “durante toda nuestra vida”, en todos los sentidos de la expresión. El primer paso de la aventura que nos lleva a restablecer el contacto con los sentidos a todos y cada uno de los niveles consiste en el cultivo de un tipo especial de conciencia conocida con el nombre de atención plena [mindfulness]. A fin de cuentas, la atención y la capacidad de ser conscientes y de conocernos a nosotros mismos es el rasgo que nos distingue como seres humanos. Esta capacidad se cultiva prestando atención y, como veremos, se ejercita a través de un tipo de práctica meditativa conocida como meditación de la atención plena que, en los últimos treinta años, se ha difundido velozmente por todo el mundo llegando incluso, gracias a diversas investigaciones científicas y médicas realizados sobre sus efectos, a infiltrarse en el pensamiento prevalente de la cultura occidental. Pero si el término “meditación” evoca en el lector la idea de que se trata de algo extravagante, ajeno, almibarado o de que no es para él a causa de sus ideas o imágenes sobre lo que es o lo que implica, deberá tener muy en cuenta que, sean cuales sean sus ideas al respecto y del modo en que llegaron a instalarse, la meditación y, muy en particular, la meditación de la atención plena, no tiene nada que ver con lo que, al respecto, pueda creer.

      No hay nada raro ni extraordinario en el hecho de meditar ni en la meditación. Meditar consiste simplemente en prestar atención a la vida como

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