La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

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La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

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rel="nofollow" href="#ulink_960e8cd4-c509-5fd0-8f92-0b8e5edaab3f">El despliegue de las dimensiones ocultas

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       INTRODUCCIÓN: UN RETO QUE DURA TODA LA VIDA

      Quizás, cuando ya no sepamos qué hacer, emprendamos nuestro auténtico trabajo y, cuando ya no sepamos a dónde ir, iniciemos nuestro auténtico viaje.

      WENDELL BERRY

      No sé lo que, al respecto, pensará el lector pero, en mi opinión, la vida en este planeta está en una encrucijada especialmente crítica y son muchos los caminos que se abren ante nosotros. A veces parece que el mundo está en llamas y que, despojados de convicciones, nuestros corazones están atrapados en la incertidumbre y se ven arrastrados por la pasión y el desatino. La actitud con la que, en esa situación, nos enfrentamos al mundo y a nosotros mismos tiene un efecto muy profundo en el desarrollo de los acontecimientos, razón por la cual lo que el futuro nos depare, tanto individual como colectivamente, dependerá básicamente del uso que hagamos, en este mismo instante, de nuestra capacidad innata de ser conscientes, es decir, de lo que decidamos hacer para aliviar la ansiedad, la insatisfacción y el evidente malestar que aquejan a nuestra vida y a nuestra época o, dicho de otro modo, de la forma en que alentemos y protejamos todo lo que es bueno, hermoso y sano tanto en el mundo como en nosotros mismos.

      El reto al que nos enfrentamos, tanto individual como colectivamente, consiste en restablecer el contacto con los sentidos. Son muchos los arroyos que actualmente afluyen –de manera casi inadvertida y peor entendida todavía– al río cada vez más caudaloso de la atención, la compasión y la sabiduría. Ignoramos hacia dónde se dirige esta corriente en la que individual y grupalmente nos hallamos inmersos pero, en cualquiera de los casos, se trata de un viaje colectivo cuyo destino no está fijado de antemano –es decir, de un auténtico viaje–, de un viaje en el que lo que importa no es tanto la meta como el mismo camino. Por ello el modo en que entendamos y afrontemos este instante determina y configura –de manera indefinida y misteriosa– lo que nos deparará el instante siguiente.

      Nos guste o nos desagraden e independientemente de que lo sepamos o lo ignoremos y de que se atenga o no a un plan, se trata de un viaje en el que todos nos hallamos inmersos. La vida es lo que nos ocurre durante este viaje y el reto al que nos enfrentamos consiste en vivir como si realmente importase. Por ello los seres humanos nos hallamos ante la disyuntiva de dejarnos arrastrar pasivamente por la corriente de impulsos y hábitos inconscientes profundamente arraigados que nos sumen en sueños y pesadillas distorsionadores o asumir, por el contrario, el compromiso de despertar y zambullirnos plenamente, “nos guste” o nos desagrade, en lo que suceda en el momento presente. La vida sólo es real cuando estamos despiertos; sólo entonces tenemos la posibilidad de liberarnos de nuestras ilusiones, de nuestras enfermedades y de nuestro sufrimiento individual y colectivo.

      Hace ya unos cuantos años que, durante un retiro de diez días que discurrió en un silencio casi completo, mantuve una entrevista con un maestro de meditación que empezó preguntándome:

      –¿Cómo le trata el mundo?

      No recuerdo exactamente lo que le respondí pero, en cualquiera de los casos, fue algo así como: Bien.

      -¿Y cómo trata usted al mundo? –inquirió de nuevo.

      Esa pregunta era lo último que me esperaba y me dejó estupefacto, porque no era una persona que hablase por hablar y se refería al modo concreto en que, ese mismo día y en ese mismo retiro, me enfrentaba a las cuestiones que habitualmente se consideran triviales o insignificantes. Yo había emprendido ese retiro creyendo que, de algún modo, había renunciado al “mundo”, pero su comentario me hizo cobrar conciencia de lo equivocado que estaba porque, aun en el entorno artificialmente simplificado del retiro, la actitud concreta con la que me enfrentaba al mundo no sólo era importante, sino hasta esencial, para el logro de mis objetivos. Entonces me di cuenta de que todavía me quedaban muchas cosas por aprender acerca de los verdaderos motivos de mi participación en ese retiro, sobre el verdadero significado de la meditación y, por encima de todo, sobre lo que realmente estaba haciendo con mi vida.

      Con el paso del tiempo fui dándome cuenta de que ambas cuestiones son, en realidad, las dos caras de la misma moneda. En todos y cada uno de los instantes de nuestra vida mantenemos una relación íntima con el mundo y la forma que asume esa relación no sólo configura nuestra vida, sino que también determina y establece el mundo en que vivimos y en el que se desa-rrolla nuestra experiencia. Habitualmente creemos que esas dos facetas de la vida –el modo en que nos trata el mundo y el modo en que nosotros lo tratamos a él– no tienen nada que ver. ¿Acaso no tiene el lector la sensación de que él no es más que un actor en medio de un escenario inerte, como si el mundo sólo estuviera “allí” y no estuviese también, de algún modo, “aquí”? ¿No ha advertido acaso que, la mayor parte de las veces, actuamos como si hubiera una gran diferencia entre “ahí fuera” y “aquí dentro”, cuando lo cierto es que nuestra experiencia corrobora la ausencia de toda frontera y aun de toda separación entre ambos dominios? Pero, aun en el caso de que advirtamos la estrecha relación que vincula el exterior y el interior, tampoco solemos darnos cuenta de las mil formas diferentes en que nuestra vida impregna y configura el mundo en que vivimos, del mismo modo que éste, a su vez, configura nuestra vida, en una especie de danza interdependiente y simbiótica que tiene lugar a todos los niveles, desde la intimidad con nuestro cuerpo, con nuestra mente y con todo lo que pasa por ellos, hasta el modo en que nos relacionamos con nuestra familia, nuestros hábitos de consumo, lo que pensamos acerca de las noticias que vemos en la televisión y nuestra actividad o pasividad en el ámbito mayor del cuerpo político.

      Esa falta de sensibilidad resulta especialmente perjudicial cuando forzamos las cosas en una determinada dirección –“la nuestra”–, sin darnos cuenta de la distorsión, quizás insignificante –pero no por ello menos dañina– que, en tal caso, provocamos en el ritmo de las cosas. Más pronto o más tarde, ese forzamiento rompe la reciprocidad, distorsiona la armonía de la interrelación y la complejidad de la danza y nos lleva, de manera consciente o inconsciente, a pisar un montón de pies. Por ello la insensibilidad y la desconexión impiden la actualización de todas nuestras posibilidades. Si nos negamos a reconocer cómo es realmente, en un determinado momento, una situación o una relación –ya sea porque nos desagrade o porque el miedo a que no satisfaga nuestras expectativas nos lleve a tratar de forzarla– no nos daremos cuenta de que, la mayor parte de las veces, ignoramos –por más que pretendamos conocerlo– cuál es, en realidad, nuestro auténtico camino. Pero, en tal caso, no nos daremos cuenta de la simplicidad y la complejidad de la danza y no advertiremos que, cuando renunciamos a todo intento de imponer nuestra voluntad y empezamos a vivir nuestra verdad, aparecen cosas nuevas e interesantes que trascienden nuestra capacidad de ejercer un férreo control sobre demasiadas cosas durante demasiado tiempo.

      No podemos, ni como individuos ni como especie, seguir soslayando este rasgo fundamental que nos mantiene unidos al mundo, ignorando las nuevas e interesantes posibilidades que despliegan nuestros anhelos e intenciones cuando somos fieles a nuestro camino, por más misterioso y opaco que, en ocasiones, pueda parecernos. La ciencia, la filosofía, la historia y las tradiciones espirituales

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