La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

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La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

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vital del que no somos más que una burbuja provisional simultáneamente dadora de vida y constructora del mundo de las generaciones venideras, depende del modo en que decidamos vivir nuestra vida.

      Desde una perspectiva cultural, la Tierra en que vivimos y el bienestar de sus criaturas y culturas dependen también de esas mismas decisiones y de nuestro comportamiento colectivo como seres sociales.

      Las causas de este espectacular y alarmante aumento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se deben, casi por entero, a la actividad humana. El Panel Internacional sobre el Cambio Climático concluyó que, si no hacemos nada por cambiar esta tendencia, la tasa de dióxido de carbono se habrá duplicado en el año 2100, con el consiguiente aumento de la temperatura media global del planeta. Y parece que el deshielo de los polos y de los glaciares y el aumento de la masa de agua en los mares del Polo Norte no son más que algunas de las consecuencias derivadas de esas desestabilizadoras fluctuaciones, consecuencias muy graves que, aun esencialmente impredecibles, pueden provocar una espectacular elevación del nivel de los océanos en un período de tiempo relativamente corto, con la correspondiente inundación de las zonas costeras habitadas de todo el planeta… Imaginemos tan sólo, a modo de ejemplo, la calamidad que supondría un aumento del nivel del océano de 15 metros en el área de Manhattan.

      Bien podríamos decir que éste es uno de los síntomas de una enfermedad inmunológica provocada por una actividad humana que pone seriamente en peligro el equilibrio dinámico global del cuerpo de la Tierra. ¿Somos realmente conscientes de este problema? ¿Nos importa o, por el contrario, lo descartamos con el argumento de que no tiene que ver con nosotros, sino que incumbe a los científicos, los gobiernos, los políticos, las empresas de bienes de consumo o la industria automovilística? ¿Es posible, si en verdad formamos parte del mismo cuerpo, restablecer colectivamente el contacto con los sentidos para recuperar así el equilibrio perdido? ¿Podríamos hacer lo mismo con cualquiera de las formas de vida que nuestra actividad pone en grave peligro, las vidas de las generaciones futuras y hasta, de hecho, la vida de muchas otras especies?

      Yo creo que ha llegado ya el momento de prestar atención a lo que sabemos y a lo que sentimos, no sólo con respecto al mundo externo de las relaciones que mantenemos con los demás y con el entorno que nos rodea, sino también con respecto al mundo interno de nuestros pensamientos, sentimientos, aspiraciones, miedos, esperanzas y sueños. Independientemente de quiénes seamos y de dónde vivamos, todos compartimos el mismo deseo de vivir en paz, de satisfacer nuestros anhelos y nuestros impulsos creativos, de contribuir al logro de un objetivo mayor, de adaptarnos, de pertenecer, de ser valorados por lo que somos, de desarrollarnos como individuos, como familias y como sociedades que se respetan y encaminan hacia el objetivo común de mantener el equilibrio dinámico individual (es decir, de vivir de forma saludable) y el equilibrio dinámico colectivo (lo que suele conocerse como “bien público”) que respete, en fin, nuestras diferencias, aliente nuestra creatividad y nos libere de las amenazas a nuestro ser y a nuestro bienestar.

      Ese equilibrio dinámico colectivo se experimentaría, en mi opinión, como estar en el cielo o, al menos, como estar cómodamente en casa. Así es, como nos sentimos cuando, tanto interna como externamente, estamos en paz, y así es también como se experimentan la salud y la felicidad. ¿No es eso, a fin de cuentas, lo que todos, de un modo u otro, anhelamos?

      Pero este equilibrio se encuentra ya, paradójicamente, a nuestro alcance y no tiene nada que ver con las buenas intenciones, el control autoritario o las utopías. Ese equilibrio se encuentra ya presente cuando restablecemos el contacto con nuestro cuerpo, con nuestra mente y con las fuerzas que nos movilizan a lo largo de los días y de los años, es decir, con la motivación y la visión clara de lo que debemos hacer para vivir de un modo que realmente merezca la pena. Este equilibrio se pone de manifiesto en los pequeños actos de bondad que tienen lugar entre extraños, entre los miembros de la misma familia y aun, en tiempos de guerra, entre supuestos enemigos; se halla presente cada vez que reciclamos botellas y periódicos, cada vez que ahorramos agua y cada vez que colaboramos con nuestros vecinos en la protección de nuestro barrio, en la conservación de las zonas vírgenes o en evitar la exterminación de algunas de las especies con las que compartimos este planeta.

      Si nuestro planeta está padeciendo realmente una enfermedad inmunológica y si esa enfermedad se deriva de la actividad y del estado mental del ser humano, deberíamos tener muy en cuenta lo que nos dice, sobre el modo adecuado de abordar estos problemas, la vanguardia de la medicina moderna. El desarrollo de la investigación y de la clínica de los últimos treinta años en los ámbitos conocidos como medicina cuerpo/mente, medicina conductual, medicina psicosomática y medicina integradora ha puesto de relieve que el misterioso equilibrio dinámico al que llamamos “salud” incluye tanto al cuerpo como a la mente (por usar una forma de hablar un tanto torpe y artificial que los escinde) y puede verse fomentado por una atención más nutricia y curativa. Todos somos, en lo más profundo de nuestro corazón, capaces de experimentar una paz y un bienestar internos dinámicos, vitales y sostenidos y poseemos una inteligencia innata y multifacética que trasciende lo estrictamente conceptual. Cuando activamos, ponemos en marcha y perfeccionamos esta capacidad, nos sentimos física, emocional y espiritualmente mucho más sanos y felices, nuestro pensamiento se torna más claro y nuestra mente se halla en mejores condiciones de capear las tormentas vitales que el futuro nos depare.

      La motivación adecuada permite el cultivo y el perfeccionamiento de la capacidad de prestar atención y de emprender acciones mucho más inteligentes que trascienden nuestros sueños más descabellados. Resulta paradójico, sin embargo, que esta motivación sólo se presente después de haber experimentado una enfermedad que ponga en peligro nuestra vida o un problema que provoque un importante daño corporal y psicológico. Y tal cosa sólo suele ocurrir, como ilustra el caso de muchos de nuestros pacientes de la Stress Reduction Clinic, después de habernos visto obligados a reconocer que, independientemente de sus logros más espectaculares, la ciencia médica tiene limitaciones que convierten la curación en una rareza, el tratamiento –si es que tal cosa es posible– en una simple estrategia para mantener el statu quo y el diagnóstico en una ciencia inexacta y muy a menudo inadecuada.

      No sería exagerado decir que las ramas más modernas de la medicina han puesto de relieve la existencia de profundos recursos innatos a los que todos podemos acceder, en cualquier momento, para aprender, crecer, curarnos y transformarnos. Estas aptitudes se hallan inscritas en nuestros genes, en nuestro cerebro, en nuestro cuerpo, en nuestra mente y hasta en la relación que mantenemos con los demás y con el mundo. Y la puerta de acceso a esos recursos se encuentra en el “aquí” (estemos donde estemos) y en el “ahora” (sea éste cual sea).

      Todos tenemos pues, independientemente de que la situación en que nos hallemos sea familiar o novedosa, de que nos parezca “buena”, “mala”, “fea”, esperanzadora o desesperada, e independientemente también de que creamos que sus causas son internas o externas, la capacidad de curarnos y de transformarnos. Bien podríamos decir que esos recursos internos forman parte de nuestro legado de nacimiento al que, en consecuencia, podemos apelar en cualquier momento. La capacidad de aprender, de crecer, de curarnos y de desarrollar una forma

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