La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

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La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

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de insatisfacción.

      En 1979 fundé la Stress Reduction Clinic pero, desde entonces, las cosas han cambiado mucho, el ritmo de la vida se ha acelerado y también son mayores los peligros que hoy en día nos acosan, hasta el punto de que hay ocasiones en que me pregunto «¿A qué estrés me refería?» Si entonces era ya importante afrontar directamente la situación y las circunstancias personales en que nos encontrábamos y descubrir formas nuevas y creativas de ponernos al servicio de la salud y de la curación, mucho más lo es en un mundo como el actual en el que, independientemente de que la mayor interconexión parezca tornarlo cada vez más pequeño, los acontecimientos se desarrollan a un ritmo más acelerado y caótico.

      En épocas como éstas en las que la aceleración crece de manera exponencial, cada vez es más urgente aprender a morar en lo atemporal, auténtica fuente del consuelo y de la visión clara y esencia misma del programa que, desde sus orígenes, ha desarrollado la Stress Reduction Clinic. Y no me refiero tanto a que, tras varios años de lucha, consigamos acceder a la belleza atemporal de la conciencia meditativa y a una vida más eficaz, satisfactoria y pacífica, sino a la posibilidad de alcanzar, en este mismo instante, lo atemporal, que siempre se halla frente a nuestras propias narices. De lo que se trata es de acceder a potencialidades que, en la actualidad, se encuentran ocultas debido a nuestra negativa a permanecer presentes, deslumbrados, hipnotizados o asustados por el futuro o por el pasado, arrastrados por la corriente de los acontecimientos, por nuestra insensibilidad y por nuestras reacciones automáticas y preocupados –cuando no obsesionados–por lo que inadvertidamente etiquetamos como “urgente” y perdiendo al mismo tiempo la posibilidad de acceder a lo que es más importante, fundamental y hasta vital para nuestro bienestar, nuestra salud y nuestra supervivencia. Estamos tan acostumbrados a quedarnos absortos por el futuro y el pasado que habitualmente carecemos de toda conciencia del instante presente y tenemos un escaso control –si es que tenemos alguno– sobre los altibajos a que afectan a nuestra vida y a nuestra mente.

      La frase con la que se inicia el folleto en el que describimos el programa de entrenamiento y de retiros de atención plena que ofrece nuestro instituto, el Center for Mindfulness in Medicine, Health Care, and Society (el CFM) a profesionales de salud y líderes del mundo empresarial dice: «La meditación no es para los pusilánimes ni para quienes se han acostumbrado a negar los anhelos más profundos de su corazón», una frase con la que pretendemos desalentar a quienes se muestran renuentes a enfrentarse a lo atemporal, a quienes no lo entenderían y a aquellos otros cuya mente y corazón están tan ocupados que carecen del necesario espacio para aprovechar esta oportunidad y permitirse esta experiencia.

      Porque el caso es que, si tales personas se inscribieran en alguno de nuestros programas, malgastarían la ocasión luchando consigo mismas y pensando que la práctica de la meditación es un absurdo, una tortura o una pérdida de tiempo. De ese modo, las resistencias y justificaciones les llevarían a desaprovechar los breves y preciosos momentos que tendríamos para trabajar juntos.

      Es de suponer por tanto que quienes se inscriben en esos retiros lo hacen gracias a esa frase o a pesar de ella. En cualquiera de los casos, sin embargo, ésa ha sido precisamente nuestra intención, alentar el interés de quienes están dispuestos a explorar el paisaje interior de la mente y del cuerpo y el dominio de lo que los antiguos maestros chinos taoístas y chan denominaban no hacer, el dominio de la auténtica meditación, en la que, si bien parece que no se estuviera haciendo nada, tampoco deja de hacerse nada importante y, como consecuencia de ello, puede manifestarse claramente en el mundo la misteriosa energía de un no-hacer abierto y despierto.

      La corriente de las obligaciones nos arrastra hasta obligarnos a soslayar los anhelos más silenciosos de nuestro corazón. La meditación es muy simple, pero con ello no queremos decir que sea sencilla y placentera. Ni siquiera es fácil, en medio del estilo de vida tan ocupado en el que solemos hallarnos inmersos, disponer de tiempo para ejercitar regularmente una práctica conjunta, y con demasiada frecuencia nos olvidamos de que, en todos y cada uno de los momentos de nuestra vida, tenemos la posibilidad de ejercitar la práctica “informal” de la atención plena. Pero hay veces en que ya no podemos seguir ignorando las necesidades de nuestro corazón y nos vemos misteriosamente impelidos hacia situaciones en las que no querríamos estar, empujados hacia lugares que habíamos visitado siendo niños, hacia un bosque, un retiro de meditación, un libro, una clase o una conversación que posibilitan la manifestación de algún aspecto ignorado de nosotros mismos y permiten un reconocimiento que pone fin a los anhelos insaciables de nuestro corazón.

      El universo de la atención plena nos abre a dimensiones de nuestro ser que pueden llevar mucho tiempo reprimidas, desatendidas o ignoradas. Como luego veremos, la atención plena puede influir muy poderosamente en el desarrollo de nuestra vida y, por ese mismo motivo, afectar también al mundo –que incluye a la familia, el trabajo, la sociedad, el modo en que nos vemos a nosotros mismos como personas, lo que yo llamo “el cuerpo político” y hasta el cuerpo del mundo (formado por todos nosotros)– en el que estamos inmersos. Y todo ello es posible gracias a que la práctica de la atención plena moviliza la estrecha y profunda relación existente entre interior y exterior y entre ser y hacer.

      Todos estamos inconsútilmente unidos en la trama de la vida y en la urdimbre de lo que podríamos llamar mente, una esencia invisible e intangible que posibilita la sensibilidad, la conciencia y el conocimiento necesarios para transformar la ignorancia en sabiduría y la discrepancia en resolución y concordia. La conciencia nos ofrece un refugio seguro para recuperarnos y descansar, un refugio que no se halla en un futuro imaginario en el que las cosas supuestamente serán “mejores”, estarán bajo nuestro control o habremos “mejorado”, sino en un presente tranquilo, gozoso, creativo, armonioso y dinámico. Por más extraño que pueda parecernos, la atención plena nos permite degustar y encarnar, en todos y cada uno de los instantes de nuestra vida, lo que más profundamente deseamos, lo que más se nos escapa y que, de forma paradójica, más cerca se halla de nosotros, la estabilidad, la paz mental y todo lo que las acompaña.

      La paz no es, desde una perspectiva microcósmica, ajena a este instante, mientras que, desde un punto de vista macrocósmico, es algo a lo que, de un modo u otro, todos aspiramos, especialmente cuando va acompañada de la justicia y del reconocimiento de nuestra humanidad y de nuestros derechos fundamentales. La paz es algo que podemos generar si aprendemos a despertar un poco más como individuos y mucho más como especie, si aprendemos a ser lo que ya somos y a morar en el potencial esencial que nos corresponde a todos los seres humanos. Como dijo en cierta ocasión Thich Nhat Hanh, el maestro zen vietnamita de la atención plena y activista de la paz: «No hay ningún camino que conduzca hasta la paz, la paz es el camino». Y es que, en un sentido muy profundo, el paisaje externo del mundo y el paisaje interno del corazón son no-dos.

      El mejor modo de cultivar la atención plena, a la que podríamos considerar como una conciencia abierta y sin juicio instante tras instante, no consiste tanto en pensar como en meditar, y encuentra su mejor expresión en la tradición budista, que la considera la esencia de la meditación. Por ello he decidido salpicar este libro con alguna que otra referencia al budismo y a su relación con la práctica de la atención plena. Y lo hago con la intención de facilitar la comprensión y de beneficiarnos de lo que esta extraordinaria tradición, que se remonta a unos dos mil quinientos años atrás, puede proporcionarnos en este momento histórico concreto.

      Desde mi punto de vista, sin embargo, no es el budismo lo que ahora nos importa. Bien podríamos considerar al Buda como un genio de su época, un gran científico, una figura tan descollante, al menos, como Darwin o Einstein, que sólo disponía de la herramienta de su mente para investigar la naturaleza del nacimiento y de la muerte y la aparente inevitabilidad del sufrimiento. Para llevar a cabo su investigación, el Buda tuvo que empezar entendiendo, desarrollando, perfeccionando y aprendiendo a calibrar su instrumento (es decir, su mente), igual que los científicos de laboratorio se ven hoy en día obligados a comprender, desarrollar, perfeccionar y calibrar los instrumentos empleados por la ciencia para expandir sus sentidos –gigantescos telescopios ópticos o

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