La práctica de la atención plena. Jon Kabat-Zinn

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La práctica de la atención plena - Jon Kabat-Zinn

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potencialidades que se ocultan en nuestro interior, al cultivo de la conciencia y a la familiarización con la quietud y el silencio. Estamos empezando a darnos cuenta de la capacidad del momento presente para aumentar la claridad y la comprensión mental, la estabilidad emocional y la sabiduría. La meditación, dicho en otras palabra se ha establecido entre nosotros, ha dejado de ser algo exótico y ajeno a nuestra cultura y es hoy en día tan americana como cualquier otra cosa. Y, dado el estado del mundo y las enormes fuerzas que inciden en nuestras vidas, no nos queda más remedio que decir que lo ha hecho en el momento más oportuno.

      Pero recuerden, ¡la meditación no es lo que creemos!

      Desde comienzos a finales de la década de 1970, estudié con el maestro zen coreano Seung Sahn, que literalmente significa “Montaña Alta”, el nombre de la montaña china en la que, según se dice, alcanzó la iluminación Hui Neng, el sexto patriarca zen. Todos creíamos que realmente se llamaba Soen Sa Nim, pero recientemente he descubierto que su nombre significa “honrado maestro zen”.

      Seung Sahn había llegado de Corea y había acabado recalando en Providence (Rhode Island), donde algunos alumnos de la Universidad de Brown acabaron “descubriéndole” desempeñando el insólito trabajo (aunque no tardamos en darnos cuenta de que, en su caso, todo era insólito) de reparar lavadoras en una pequeña tienda propiedad de unos amigos coreanos. Esos estudiantes organizaron en torno a él un grupo informal para descubrir quién era y lo que tenía que ofrecer que acabó convirtiéndose en el Providence Zen Center, donde en las décadas siguientes se multiplicó en muchos otros centros repartidos por todo el mundo que hoy en día se dedican a impartir las enseñanzas de Soen Sa Nim.

      Un colega estudiante me habló de él y un buen día me decidí a viajar a Providence para conocerle. Había algo en él que le convertía en una persona realmente fascinante. En primer lugar, se trataba de un maestro zen –sea esto lo que sea– que reparaba lavadoras y parecía muy feliz de hacerlo. Tenía un rostro redondo muy sincero y atractivo. Siempre estaba totalmente presente y era él mismo, sin engaños ni ínfulas de ningún tipo. Su cabeza estaba rapada porque, en su opinión, el cabello es “la hierba de la ignorancia” y decía que los monjes tenían que rapárselo regularmente. Llevaba divertidos zapatos blancos sin cordones tan grandes que parecían pequeñas barcas (los monjes coreanos no utilizan el cuero, porque proviene de los animales) y, en los primeros tiempos, solía pasar el día en ropa interior aunque, cuando impartía enseñanza, llevaba largas túnicas de color gris y un sencillo kesha marrón, un cuadrado plano de pedazos de tela cosido en torno a su cuello que descansa sobre el pecho y que, en el zen, constituye un recordatorio de los andrajos con que vestían en China los primeros practicantes del zen. También usaba ropas más vistosas y coloridas para ocasiones y ceremonias especiales que realizaba para la comunidad budista coreana local.

      Tenía una forma muy peculiar de hablar que se debía, al comienzo al menos, a sus dificultades con la gramática inglesa y a su desconocimiento del vocabulario. A pesar de todo ello, sin embargo, su pésimo inglés con acento coreano era tan fresco que penetraba muy profundamente en la mente del oyente, porque jamás habíamos oído pensar de esa manera y no podíamos procesar sus comentarios del mismo modo en que solíamos hacerlo. Y, como suele ocurrir en tales circunstancias, muchos de sus discípulos empezaron a imitar su forma de hablar, diciendo cosas tales como: «Ve directo, no controles tu mente», «La flecha ya ha dado en el blanco», «Déjalo estar, simplemente déjalo estar» y «Ya sabes», que, si bien tenían sentido para ellos, resultaban muy extrañas para todos los demás.

      Soen Sa Nim mediría poco más de metro setenta y cinco y no era ni delgado ni grueso, aunque quizás pudiera describírsele como una persona corpulenta. Parecía joven, pero debía tener unos cuarenta y cinco años. Según se decía, era muy conocido y respetado en Corea, pero había decidido trasladarse a Estados Unidos –donde, en esa época, estaba la acción– para transmitir allí su enseñanza. Los jóvenes americanos de comienzos de la década de 1970 tenían ciertamente mucha energía y estaban muy interesados en las tradiciones meditativas orientales, y él formaba parte de la oleada de maestros orientales de meditación que, entre los años 1960 y 1970, acabaron recalando en Estados Unidos. Los lectores interesados en sus enseñanzas, pueden leer Echando cenizas sobre el Buda, de Stephen Mitchell.

      Soen Sa Nim solía comenzar sus intervenciones públicas tomando el pulido y nudoso bastón “zen” de tres ramas retorcidas que solía tener a mano y en el que, en ocasiones, apoyaba el mentón mientras contemplaba con atención a la audiencia. Después lo elevaba horizontalmente sobre su cabeza y rugía:

      –¿Ven ustedes esto? –despertando el silencio y las miradas confundidas de los presentes y luego lo dejaba caer de golpe sobre el suelo o sobre una mesa que se hallaba frente a él–. ¿Escuchan esto? –preguntaba entonces, provocando más silencio y despertando más confusión en los presentes.

      Entonces comenzaba la charla. A menudo no explicaba el significado de ese gambito de apertura pero, después de haberlo visto en repetidas ocasiones, su mensaje iba quedando cada vez más claro. El zen, la meditación o la atención no requieren de grandes complicaciones y la meditación no aspira a desarrollar una filosofía muy elaborada de la vida o de la mente. No tiene nada que ver con el pensamiento, sino con atenerse a las cosas más sencillas. ¿Está usted, en este mismo instante, viendo? ¿Está oyendo? El que ve y el que oye, sin adornos de ningún tipo, es la mente original, la mente original despojada de todo concepto, incluido el concepto de “mente original”. Eso ya está aquí, ya está presente y, ciertamente, resulta imposible de perder.

      ¿Quién es, pues, el que está viendo, cuando usted ve el bastón? ¿Quién está escuchando cuando usted escucha el sonido del bastón al caer? En el momento inicial de la percepción, antes de que el pensamiento se ponga en marcha y la mente segregue pensamientos tales como «¿Qué significará esto?», «Por supuesto que veo el bastón», «Eso es un bastón», «Creo que es la primera vez que veo un bastón así», «Me pregunto de dónde lo habrá sacado», «Seguramente será un bastón coreano», «Me gustaría tener un bastón como ése», «¿Será el único que tiene un bastón así?», «¡Qué genial!», «¡Vaya!», «¡Qué interesante parece la meditación!», «Yo también podría hacer eso», «¿Qué tal me quedaría a mí esa ropa?», etc.

      O, en el caso de que escuche el sonido de un fuerte golpe, «Vaya forma más curiosa de iniciar una conversación», «Por supuesto que he escuchado el ruido» «¿Acaso cree que somos sordos?», «¿Ha caído realmente sobre la mesa?», «Seguro que habrá dejado una muesca en la mesa», «¡Vaya golpe!», «¿Cómo puede hacer eso?», «¿No sabe que la mesa debe pertenecer a alguien?», «¿Acaso no le importa?», «¡Qué persona tan extraña!».

      De todo eso precisamente se trataba.

      –¿Ve? Casi nunca vemos así.

      –¿Oye? Casi nunca oímos así.

      Los pensamientos, las interpretaciones y las emociones se ponen tan rápidamente en marcha después de cualquier experiencia –y, cuando hay expectativas, antes incluso de que se origine la experiencia– que apenas podemos decir que estábamos realmente “ahí” en el momento original de la percepción, en el momento original de la audición porque, si lo hubiéramos estado, se hallaría “aquí” y no “ahí”.

      En realidad, nosotros no vemos el bastón ni escuchamos el golpe, sino tan sólo nuestros conceptos. Nosotros evaluamos, enjuiciamos, divagamos, establecemos categorías y reaccionamos emocionalmente tan deprisa que solemos perdermos el momento de la percepción

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