Noli me tángere. Jose Rizal
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—Pero ¿supongo que creerá usted en la condenación?—preguntó sonriendo Doray, que aparecía llevando en un braserillo hojas secas de palma que despedían humo fastidioso y agradable perfume.
—¡Yo no sé, señora, lo que de mí hará Dios!—respondió el viejo Tasio pensativo.—Cuando esté agonizando, me entregaré á Él sin temor; haga de mí lo que quiera. Pero se me ocurre un pensamiento.
—Y ¿qué pensamiento es ese?
—Si los únicos que pueden salvarse son los católicos, y de entre estos un cinco por ciento, como dicen muchos curas, y formando los católicos una duodécima parte de la población de la tierra si hemos de creer lo que dicen las estadísticas, resultaría que después de haberse condenado millares de millares de hombres durante los innumerables siglos que transcurrieron antes que el Salvador viniese al mundo, después que un hijo de Dios se ha muerto por nosotros, ahora sólo conseguiría salvarse cinco por cada mil doscientos. ¡Oh ciertamente no! prefiero decir y creer con Job: ¿Serás severo contra una hoja que vuela y perseguirás una arista seca? ¡No, tanta desgracia es imposible, creerlo es blasfemar, no, no!
—¿Qué quiere usted? La Justicia, la Pureza divina...
—¡Oh! ¡pero la Justicia y la Pureza divina veían el porvenir antes de la creación!—contestó el viejo estremeciéndose y levantándose.—La creación, el hombre es un sér contingente y no necesario, y ese Dios no debía haberle criado, no, si para hacer feliz á uno debía condenar á centenares á una eterna desgracia, y todo por culpas heredadas ó de un momento. ¡No! Si eso fuera cierto, ahogue usted á su hijo que allí duerme; si tal creencia no fuese una blasfemia contra ese Dios que debe ser el Supremo Bien, entonces el Molok fenicio que se alimentaba con sacrificios humanos y sangre inocente, y en cuyas entrañas se quemaban á los niños arrancados del seno de sus madres, ese dios sanguinario, esa divinidad horrible sería al lado de él una débil doncella, una amiga, la madre de la Humanidad.
Y lleno de horror, el loco ó el filósofo abandonó la casa, corriendo á la calle á pesar de la lluvia y de la oscuridad.
Un deslumbrador relámpago, acompañado de un espantoso trueno, sembrando el aire de mortíferas chispas alumbró al viejo que, tendidas las manos al cielo, gritaba:
—¡Tú protestas! ¡Ya sé que no eres cruel, ya sé que sólo debo llamarte El Bueno!
Los relámpagos redoblaban, la tempestad arreciaba...
1 Los demás están suspendidos en el vacío. ↑
2 Hoy estarás conmigo en el Paraíso. (No creemos ofender la ilustración de los lectores, al poner en castellano estas conocidas frases. Nuestro propósito es dar la explicación completa del texto, y hacerle inteligible para todos. Además, en la edición alemana el propio autor explica por medio de notas algunas de las citas latinas que puso en boca de sus personajes.) ↑
3 Es preciso creer que el Purgatorio es anterior al juicio de faltas leves. ↑
4 Con la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo. ↑
5 Lo que hubieres atado en la tierra... ↑
XV
Los sacristanes
Los truenos retumbaban á cortos intervalos, cruzándose unos con otros, y cada trueno precedido del espantoso zigzag del rayo: habríase dicho que Dios escribía con un incendio su nombre y que la bóveda eterna temblaba medrosa. La lluvia caía á torrentes y, azotada por el viento, que silbaba lúgubremente, cambiaba atontada á cada momento de dirección. Las campanas entonaban con voz llena de miedo su melancólica plegaria, y en el breve silencio, que dejaba el robusto rugido de los elementos desencadenados, un triste tañido, queja al parecer, gemía plañidero.
En el segundo cuerpo de la torre hallábanse los dos muchachos, que vimos de paso hablando con el filósofo. El menor, que tenía grandes ojos negros y tímido semblante, procuraba pegar su cuerpo al de su hermano, que se le parecía mucho en las facciones, sólo que la mirada era más profunda y la fisonomía más decidida. Ambos vestían pobremente trajes llenos de zurcidos y remiendos, Sentados sobre un trozo de madera, cada uno tenía en la mano una cuerda, cuya extremidad se perdía en el tercer piso, allá arriba entre sombras. La lluvia, empujada por el viento, llegaba hasta ellos y atizaba un cabo de vela, que ardía sobre una gran piedra, de que se sirven para imitar el trueno en Viernes Santo haciéndola rodar por el coro.
—¡Tira de tu cuerda, Crispín!—dijo el mayor á su hermanito.
Este se colgó de ella, y arriba se oyó un débil lamento, que apagó al instante