Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez Ramil
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Caracterizado por su aspiración redentora más que por su profundidad empírica, el krausismo quiere el perfeccionamiento del hombre a partir del hombre mismo, sin confiar en el papel perfectivo de las instituciones sociales; para llegar al Ideal, al reino de la Razón suprema, hay que comenzar por perfeccionar al hombre, de ahí la predilección por disciplinas como la pedagogía, que aspiran a formar hombres, o como el Derecho, que tienen la pretensión de mejorarlos.
Naturalmente, la ambición de mejorar al ser humano incluía de manera muy expresa la dignificación de la «femenina mitad»[5]. En España este último aspecto incide de forma notoria, pues la educación de la mujer se considera la base y el eje de cualquier intento de renovación civil del país.
Veremos primero la perspectiva teórica o formulación de esta cuestión, sobre todo en la traducción-refundición que Julián Sanz del Río hace de El Ideal de la Humanidad; luego los puntos prácticos o iniciativas krausistas destinadas a mejorar la educación de la mujer española, promovidas por un discípulo de Sanz del Río, Fernando de Castro.
Perspectiva teórica: Julián Sanz del Río y El Ideal de la Humanidad para la vida; la mujer, varón incompleto
Julián Sanz del Río, tras una concienzuda formación filosófica[6], se dedica a divulgar el krausismo desde su cátedra de Historia de la Filosofía de la Universidad Central. Ejerció gran influencia en hombres como Fernando de Castro, Fernández Ferraz, Romero Girón, Giner de los Ríos, Salmerón, Azcárate, Labra, Uña, etcétera.
A través de los numerosos discípulos de Sanz del Río, el krausismo llegó a universidades e institutos de provincias, fundamentalmente en las disciplinas de Psicología, Lógica y Ética. Los focos más notables fueron Madrid, Sevilla, Valencia y Oviedo. El krausismo era más que una filosofía; era un estilo de vida que imprimía carácter y distinguía a los krausistas de sus contemporáneos, lo cual produjo críticas e incluso mofas. Menéndez Pelayo, quien no les profesaba ninguna simpatía, dijo de ellos:
[…] todos hablaban igual, todos vestían igual, todos se parecían en su aspecto exterior, aunque no se pareciesen antes, porque el krausismo es cosa que imprime carácter y modifica hasta las fisonomías, asimilándolas al perfil de don Julián o de don Nicolás. Todos eran tétricos, cejijuntos, sombríos; todos respondían por fórmulas hasta en las insulseces de la vida práctica; siempre en su papel; siempre sabios, siempre absortos en la vista real de lo absoluto[7].
López-Morillas nos ofrece un retrato completo de los krausistas:
Los krausistas vestían sobriamente, por lo común de negro, componían el semblante a fin de que pareciese impasible y severo, caminaban con aire ensimismado, cultivaban la taciturnidad y, cuando hablaban, lo hacían en voz queda y pausada, sazonando sus frases con expresiones sentenciosas, a menudo de una rebuscada oscuridad, rehuían las diversiones frívolas y frecuentaban poco los cafés y los teatros […][8].
El viraje moderado de los últimos años del reinado de Isabel II hará chocar a los krausistas con el poder institucional y, a raíz de la primera cuestión universitaria, Sanz del Río es expulsado de su cátedra en 1867; reintegrado por la Revolución de 1868, recibe la compensación adicional de ser nombrado rector de la Universidad Central, aunque renuncia al cargo. Falleció en Madrid el 12 de octubre de 1869.
Si su labor divulgadora y testimonial desde la cátedra fue importante, también lo fueron sus obras escritas, especialmente la Analítica (tomo I del Sistema de la Filosofía) y el Ideal de la Humanidad para la vida, traducción libre, verdadera recreación, del Das Urbild des Menschheit de Krause.
La primera edición española del Ideal de la Humanidad para la vida data de 1860; produjo hondo impacto hasta el punto de convertirse en «libro de horas de una generación», texto de cabecera o recetario ético al que acudían los intelectuales jóvenes e inquietos en busca de dirección espiritual y moral, más que empírica. Destacan en la obra tres grandes claves definitorias:
– Definición del contenido y método del conocimiento científico.
– Nueva visión del hombre como síntesis del universo.
– Organización armónica de la humanidad.
La idea de humanidad, siguiendo el mito platónico, comprende dos mitades: hombre y mujer, a desigual altura intelectual y moral; todo progreso es impensable sin que la primera atienda a la segunda, más rezagada.
De las instituciones existentes en la sociedad humana, la primera es la familia, que ha de fundarse en el amor y que es el principio de toda educación humana, donde el hombre recibe su carácter más profundo e inalterable; otras sociedades sucesivas son la ciencia, el arte, el Estado y la religión.
Todas ellas se hallan en estado imperfecto, siendo más grave el caso de la primera y originaria, la familia, que aparece más «como un asilo profanado por el placer y el abuso, que como un templo del amor y como un Estado doméstico, en el que toda relación humana sea reconocida y respetada»[9].
El Ideal de la Humanidad ha de realizarse también en el individuo: el hombre debe cultivar su espíritu mediante la combinación racional y equilibradora de ciencia y arte, y atender al bienestar de su cuerpo, y la mujer ha de ser rescatada por su compañero de la oscuridad y degradación a que se ve reducida en la mayoría de los países; es tarea de él trabajar
[…] para restablecer el santo derecho de la mujer al lado del varón, para mejorar su educación haciéndola más real, más elevada, más comprensiva, para despertar en todos el reconocimiento de la dignidad de la mujer y cultivar en ésta todos los sentimientos sociales, y sus facultades intelectuales en relación proporcionada a su carácter y destino[10].
El matrimonio es la única y mejor manera de dignificar las inclinaciones naturales, como sociedad constituida por el hombre y la mujer para originar a un «individuo superior». Al matrimonio corresponde la fundación de una familia, y a ésta la función de educar a los hijos; por tanto, la influencia educadora de la familia se proyecta gradualmente sobre el destino de la humanidad, y dicha influencia no puede ser favorable si la mujer permanece «en la oscuridad», mientras el hombre avanza solo.
Así, la primera oposición humana, la del sexo, se sublima con el amor y el matrimonio; la segunda, la de la edad, con el respeto a la infancia y a la vejez, y la tercera, la de caracteres y temperamentos, con la vida social y la amistad.
Significativa y novedosa es la consideración de la mujer como parte de la humanidad que requiere tratamiento especial para llegar a la perfección absoluta. Tal vez lo que ejerció mayor influencia del Ideal de la Humanidad fueron los mandamientos generales y particulares relativos a la misma, expuestos con claridad meridiana, y por ello más asequibles para la mayoría de los lectores que el complejo texto de Krause. En síntesis, los 12 mandamientos generales incitan a amar a Dios (a la Razón-Dios) y a amarse a uno mismo aspirando en todo momento al bien; los 11 particulares elogian el respeto a los demás, la sociabilidad, la veracidad y la justicia.
En la edición divulgadora que Tiberghien hace de los Mandamientos de Krause, el matrimonio