Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez Ramil
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Cuidando de la educación y de la instrucción de los niños en la familia, contribuyendo en la medida de sus fuerzas y recursos al progreso de la enseñanza pública, fundando o favoreciendo las conferencias y las bibliotecas populares, formando asociaciones consagradas a defender por todos los medios legales la causa de la cultura moral e intelectual del pueblo[12].
Con este somero análisis del Ideal de la Humanidad queda esbozada la peculiar visión de Krause y los krausistas acerca de la educación del género humano en general, y la de la mujer en particular: la perfección es imposible sin arrancar a la mujer de las tinieblas de la ignorancia y estimular al hombre a respetarla como mitad a la vez opuesta y complementaria; la unión de ambos sexos constituye el matrimonio, base de la familia, a la cual corresponde la gran responsabilidad de educar al hombre del mañana y del progreso, ejecutor del Ideal de la Humanidad.
Abundando en el tema, Krause refutó la afirmación de que la mujer es sólo «un varón incompleto» como contraria a las investigaciones embriológicas y a la naturaleza, y rechazó, asimismo, que el fin último de la mujer fuese la maternidad, declarándola por ello incompatible con la vida social pública. Por el contrario, ésta se vería inusitadamente enriquecida con la participación activa de la mujer.
Estas tesis causaron fuerte impacto en un país como España, donde la educación femenina adolecía de un lamentable abandono. A pesar de los intentos de los gobiernos liberales del periodo isabelino por fomentar la educación popular como instrumento de regeneración social y del extraordinario florecimiento legislativo en este sentido, los resultados habían sido poco alentadores por causa, sobre todo, de la escasez de medios materiales. Mucho menos alentadores aún habían sido en el caso de las niñas, cuya instrucción se subordinó siempre a la de los niños, llegándose así a unas elevadísimas y escandalosas cifras de analfabetismo femenino[13].
Los krausistas fueron muy conscientes de estas deficiencias, pero hasta la Revolución de septiembre de 1868 no tendrán oportunidad de emprender medidas eficaces, siendo muy destacado en este sentido el papel de Fernando de Castro.
Perspectiva práctica: Fernando de Castro y sus iniciativas humanitario-feministas
La biografía de Fernando de Castro, en la que no faltan dolorosas contradicciones, es en esencia la de un hombre preocupado por los demás y comprometido con lo que él entendía era la mejora de la sociedad. Nació en Sahagún (León) en 1814 y en 1829 ingresó en los franciscanos descalzos de Valladolid, siendo ordenado presbítero en 1838. En 1845 es nombrado sustituto de la cátedra de Mitología y Principios de Historia General del madrileño Instituto de San Isidro, puesto que compagina con el de capellán de honor de la reina Isabel II. En 1854 conoce a Sanz del Río, quien ejerce gran influencia en él. Separado de su cátedra tras la primera cuestión universitaria, es reintegrado después de la Revolución de 1868 y acepta ser rector de la Universidad Central cuando Sanz del Río declina el nombramiento. Desde dicho puesto llevará a cabo una importante labor en pro de la educación de la mujer. Abandonó el sacerdocio en 1870 tras una profunda revisión introspectiva plasmada en su Memoria testamentaria. Falleció en Madrid el 5 de mayo de 1874[14].
Adelantado de un catolicismo liberal, que después tuvo numerosos seguidores (Gumersindo de Azcárate, Francisco Giner de los Ríos, entre los más significados), creyó posible un catolicismo compatible con el liberalismo político hasta 1870, cuando el Concilio Vaticano I declaró la infalibilidad pontificia. Castro se convierte así en el formulador de la filosofía religiosa del krausismo español (a la que no son ajenos ciertos matices erasmistas), que cristalizó en la definición de un cristianismo racional y utilitario.
La inquietud íntima de Castro encontró un canal de realización en las actividades benéficas y pedagógicas; entre las primeras hay que citar su vinculación al grupo Los Amigos de los Pobres, su labor en la Sociedad Abolicionista Española, presidida por él desde 1869 hasta 1873, y su dedicación a fomentar la educación de la mujer española: en este campo promueve la creación de un Ateneo Artístico y Literario de Señoras en febrero de 1869, las Conferencias Dominicales para la Educación de la Mujer desde febrero a mayo de 1869 y la Asociación para la Enseñanza de la Mujer en 1870.
Ateneo Artístico y Literario de Señoras de Madrid
Inaugurado por Fernando de Castro el 3 de febrero de 1869, se definía como
una asociación de enseñanza universal, artística, literaria, científica, religiosa y recreativa, que se propone instruir a la mujer en todos los ramos de una educación esmerada y superior, para que por sí misma pueda instruir y educar a sus hijos, haciéndolos buenos ciudadanos y excelentes padres de familia[15].
Quedaba así delineado el objetivo fundamental: formar a la madre de familia sensata y consciente, capaz de educar bien a sus hijos. En la Junta Directiva figuraba una mujer eminente, Concepción Arenal; era presidenta Faustina Sáez de Melgar, fundadora del primer liceo femenino de la Villa y Corte y directora de revistas femeninas como La Violeta o La canastilla infantil.
El Ateneo se comprometía a facilitar a sus asociadas «los conocimientos necesarios para brillar en la sociedad a la altura de su siglo». Con objeto de conseguir sus fines de «regenerar a la sociedad» educando a las madres, el Ateneo proyectaba establecer cátedras diurnas y conferencias vespertinas pronunciadas por personas de relevancia; las clases serían complementadas, en su momento, por la apertura de una biblioteca, un gabinete de Física, salas de conversación y lectura y la publicación de un periódico.
Era intención del Ateneo dotar las siguientes clases: Música, Piano, Arpa, Declamación, Teneduría de Libros, Sistema Métrico, Física Experimental, Geografía, Historia Sagrada, Historia Natural y Profana, Religión y Moral, Retórica y Poética, Idiomas, Grabado, Caligrafía, Dibujo, Pintura, Botánica, Higiene, Economía Doméstica, Flores y Labores de Adorno.
Las enseñanzas previstas por el Ateneo, en las que dominaban los conocimientos ornamentales, coincidían con lo que era la educación tradicional y ortodoxa de las muchachas en aquel momento. Como afirma Geraldine M. Scanlon, «la cultura ofrecida era muy vaga y superficial»[16]. La propia presidenta no era, bajo ningún punto de vista, una revolucionaria ni una adelantada de la emancipación femenina, como lo demuestran sus palabras:
¡Ah! No seré yo la que clame por la emancipación de la mujer, no seré yo quien apoye con mi pluma la independencia del sexo, por la que abogan algunas soñadoras ilusas sin fe y sin creencias. El matrimonio es el árbol sagrado que nos cobija; bendito sea su amoroso yugo, que nos da la dicha; bendita sea la autoridad marital, que protege y ampara nuestra débil naturaleza, nuestra inexperta juventud[17].
Pese a todo, el Ateneo era un primer paso, aunque muy titubeante, en el afán por educar a la mujer española; más decidido e interesante fue el dado por las Conferencias Dominicales organizadas en la universidad de Madrid, que analizamos a continuación.
Conferencias Dominicales para la Educación de la Mujer
Celebradas en el paraninfo de la Universidad Central, fueron inauguradas