Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez Ramil
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No conforme la Asociación con proporcionar a las jóvenes una preparación completa para el magisterio, profesión considerada muy propia y conforme con la naturaleza maternal de la mujer, fue más allá y abrió nuevas escuelas con diferente perspectiva profesional: una sección de Idiomas (Italiano, Inglés, Alemán y ampliación de Francés) y Música en 1878, una Escuela de Comercio también en 1878, otra de Correos y Telégrafos en 1883, una escuela primaria en 1884, otra de profesoras de párvulos y clases especiales como Dibujo del Yeso y Pintura.
El plan de estudios de la Escuela de Comercio abarcaba dos cursos y ofrecía a las jóvenes una preparación sólida para dedicarse a actividades mercantiles en oficinas y almacenes. Ya no se educaba a la mujer con vistas a la inevitable «carrera» del matrimonio o a la sublime «dedicación» del magisterio, sino para colaborar con el hombre en cuestiones prácticas. En esta dirección abundaba la Escuela de Correos y Telégrafos, cuyo plan de estudios constaba también de dos cursos, tenazmente defendida por Manuel Ruiz de Quevedo y Rafael Torres Campos.
La Escuela de Profesoras de Párvulos fue otra novedad; el método pedagógico impartido en ella era el de Fröbel, complementado con el aprendizaje de materias como Fisiología y Psicología del Niño, Dibujo y Modelado, Música y Canto, Gimnasia, etc., en dos cursos.
La Asociación, popularmente conocida en Madrid como «Institución-Castro», pronto alcanzó gran éxito: en los cursos de 1882 a 1884 el conjunto de alumnas matriculadas ascendió a 851. Instalada desde 1880 en la casa número 14 de la calle de la Bolsa, desde 1892 contó con un edificio propio y bien acondicionado en la calle de San Mateo.
Sostenida con las cuotas de los socios, desde 1880 recibió (aunque no con continuidad) subvenciones oficiales de la Dirección General de Instrucción Pública, el Ministerio de Fomento, la Diputación Provincial de Madrid y el Ayuntamiento capitalino; contó también con ayuda de instituciones como el Círculo de la Unión Mercantil, la Sociedad Económica Matritense, el Instituto Geográfico y Estadístico, el Ateneo Científico y Literario, varias compañías ferroviarias, etcétera.
Fueron profesores de la Asociación catedráticos de la universidad de Madrid; entre ellos, Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Manuel M.a del Valle, Juan Facundo Riaño; hombres de destacada solvencia profesional como José M.a Pontes, secretario general de la Liga contra la Ignorancia; José A. Rebolledo, profesor de la Escuela de Ingenieros de Caminos; Rafael Torres Campos, secretario general de la Sociedad Geográfica Comercial; Joaquín Sama; Ilirio Guimerá; etc. Entre las profesoras, se hallaban algunas de la Escuela Normal Central, como Casilda Mexía, Concepción Saiz Otero, Carlota Mesa, etcétera.
La Asociación para la Enseñanza de la Mujer ofrecía la mejor y más variada educación que una joven podía recibir en España en el último cuarto del siglo XIX, educación destinada de manera muy directa a muchachas de clase media necesitadas de medios de subsistencia. Su labor no se limitó a sus propias escuelas, sino que ejerció una indiscutible influencia en instituciones públicas y privadas. La Escuela Normal Central de Maestras se reorganizó siguiendo su ejemplo. Y la Real Sociedad Económica Matritense invitó, en 1880, a otras Sociedades Económicas de Amigos del País a crear escuelas similares a las de la Asociación de Madrid. El ejemplo fue seguido muy pronto por Valencia, donde en 1885 se abrió una Escuela de Comercio para Señoras, convertida en 1888 en Institución para la Enseñanza de la Mujer. Empresas similares se crearon en Vitoria, por obra de la Asociación Alavesa para la Enseñanza de la Mujer, en Granada, Málaga y, con mayor extensión, en Barcelona[22].
La Asociación de Madrid logró el aplauso internacional y fue premiada en las Exposiciones Universales de Viena (1873) y Filadelfia (1876), y en la pedagógica celebrada en Madrid en 1882.
Aun con ciertas limitaciones y sin llegar a realizar plenamente el espíritu paritario preconizado por El Ideal de la Humanidad, el esfuerzo de Fernando de Castro (el «metafísico de institutrices», como lo denominó Menéndez Pelayo, muy poco piadosamente) dio sus frutos mejores en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer. De dicho esfuerzo se declarará continuadora la Institución Libre de Enseñanza, en una línea más aperturista y cosmopolita.
En la actualidad subsiste como centro cultural y de documentación con el nombre de Fundación Fernando de Castro-Asociación para la Enseñanza de la Mujer, en su sede madrileña de la calle de San Mateo número 15.
La Institución Libre de Enseñanza y la dignificación de la mujer a través de la educación
El golpe de Estado del general Pavía, el 3 de enero de 1874, corta de raíz los sobresaltos que habían caracterizado a la breve Primera República y, tras un periodo de interinidad, deja paso a la Restauración monárquica en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II.
El nuevo régimen tiene un artífice indiscutible, Antonio Cánovas del Castillo, hábil político conservador cuya obsesión era acabar con la dinámica golpista del periodo isabelino; a la postre conseguirá su objetivo, aunque a cierto precio: el precio de cambiar un sistema democrático accidentado por un sistema liberal estable que capitalizó a su favor la insatisfacción de las clases medias, cansadas de tanto «vértigo» revolucionario, y la indiferencia de los demás.
Cánovas remansó las agitadas aguas de la política del momento y apaciguó los afanes protagónicos del ejército, pero descuidó el aspecto académico; encarga de la cartera de Fomento a Manuel de Orovio que, con fecha de 26 de febrero de 1875, emite dos disposiciones: un Real Decreto restableciendo lo prescrito en la Ley de 1857 sobre libros de texto y programas, que obligaba a los profesores de universidad e instituto a presentar los de su asignatura para ser aprobados por el gobierno, y una circular que recomendaba a los rectores vigilaran la enseñanza impartida en los establecimientos de su jurisdicción para que no se propagaran en ellos ideas contrarias al «dogma católico» ni a la «monarquía constitucional».
Estas disposiciones significaban el estrangulamiento de la libertad de cátedra, proclamada en la Constitución de 1869, y produjeron hondo descontento en los sectores más progresistas de la docencia, descontento plasmado en lo que se llamará «segunda cuestión universitaria»: los primeros en sentirse afectados y protestar contra las nuevas normativas fueron dos profesores de la universidad de Santiago, Augusto González de Linares y Laureano Calderón, famosos en Compostela por sus disertaciones evolucionistas[23]; ambos fueron separados y dados de baja en el escalafón. Siguió la protesta solidaria de Francisco Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón y Gumersindo de Azcárate, profesores de la universidad de Madrid, también separados de sus cátedras y confinados en Cádiz, Lugo y Cáceres respectivamente.
Otros profesores solidarios con los encausados sufrieron asimismo castigo: fue separado Tomás Andrés; suspendidos de empleo y sueldo Manuel Varela de la Iglesia, Salvador Calderón, Hermenegildo Giner de los Ríos y Eduardo Soler; dimitieron Castelar, Montero Ríos, Moret, Figuerola, Val y Ripoll y Messía; otros 20 profesores formularon protestas sin que se tomaran medidas disciplinarias contra ellos.
La separación de estos profesores de la docencia se prolongó hasta el 10 de marzo de 1881, cuando el ministro liberal Albareda dicta una disposición derogando la orden de separación de Giner, Salmerón y Azcárate.
La segunda cuestión universitaria tiene una interpretación política; es «un episodio más dentro de la ofensiva del Partido Moderado contra el Canovismo», en palabras de José Varela Ortega[24], episodio que tendrá