Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez Ramil
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Un grupo «selecto» de mujeres ejerció notable y directa influencia sobre Giner: su madre, doña Berta de los Ríos Rosas, Sara Gillespie de Innerarity, Emilia Gayangos de Ríaño y Concepción Arenal; su relación con Emilia Pardo Bazán fue menos intensa dados los caracteres opuestos de ambos.
Sara Gillespie, segunda esposa del suegro de Azcárate, Santiago Inerarity, enseñó Inglés al propio Azcárate, a Giner, Moret, González de Linares y José Fernando González; mujer de gran cultura, su casa era frecuentada por los jóvenes krausistas en los últimos años sesenta.
Más profundo fue el influjo de Emilia Gayangos, esposa de Juan Facundo Riaño. Doña Emilia fue «para todos los institucionistas y las institucionistas el canon femenino a imitar, y el entorno por ella creado, un modelo asimismo remedable en la medida de lo posible para todas las casas, más o menos próximas a la Institución»[36].
Elegante y refinada, hija del arabista Pascual de Gayangos y de madre inglesa, hablaba perfectamente inglés y francés y traducía con fluidez textos del latín y del griego; su hogar era una mezcla de lo más exquisito de la cultura española y la inglesa, en nada parecido a los hogares españoles de clase media, recargados de angelotes, cornucopias y muebles ventrudos. Giner observó los desmanes decorativos de las casas españolas en un artículo sobre la novela de Galdós La familia de León Roch[37], y reniega en él de
[…] los cachivaches que sustituyen en nuestros salones de lujo a las verdaderas obras de arte, reemplazadas por bronces execrables, juguetes, muñecos, cajas de dulce y otras chucherías igualmente cursis del repertorio, y que dan el aire de tienda de tiroleses (según el dicho de un hombre de Estado) a los que debieran ser lugares confortables de conversaciones, donde la vista no hallase más que cosas agradables, capaces bajo algún aspecto de interesar al espíritu.
La señora de Riaño contribuyó a la revalorización de bordados, telas y objetos de artesanía popular; el Museo Pedagógico Nacional inició su colección de bordados con una importante donación de doña Emilia. Según Elvira Ontañón: «El fin de esta colección de bordados, que llegó a ser realmente valiosa, era que las futuras maestras aprendiesen a conocer y valorar los tesoros del arte popular, especialmente el español, y lo transmitieran después en las escuelas»[38].
La relación de Giner con la penalista gallega Concepción Arenal[39] tiene un carácter intelectual y entrañable a la vez. La amistad entre ambos comenzó, «si no recuerdo mal, el año de 1868; era entonces don Francisco un profesor muy joven, muy inteligente, con el carácter abierto y cariñoso que ha conservado hasta su muerte. Mi madre tenía 48 años, pero sus achaques la habían envejecido y representaba muy bien 60»[40].
Concepción Arenal mantuvo estrechos vínculos con los intelectuales krausistas; admiradora de la obra en pro de la educación de la mujer llevada a cabo por Fernando de Castro, fue miembro de la Junta Directiva del Ateneo Artístico y Literario de Señoras y siguió los progresos realizados por la Asociación para la Enseñanza de la Mujer; años después colaborará asiduamente en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza con artículos sobre temas penales y feministas. Con Francisco Giner mantuvo una relación afable y de mutuo respeto intelectual. «Había […] de común en ambos una gran bondad y una gran inteligencia, y sobre estas bases se cimentó la amistad», como observa el profesor Porto Ucha[41]. Cuando Giner es desterrado a raíz de la segunda cuestión universitaria, Concepción Arenal le escribe unas sentidas palabras:
Yo supe del atropello cuando y como podía hacerme más daño y, por una extraña combinación, al recibir la noticia temí hasta por la vida de usted. Con esto y otras cosas mi cabeza ha estado muy mal […]. Usted habrá estado y estará sereno, nadie me lo ha dicho, pero lo sé; usted debe saber también que sus amigos no pueden estarlo; yo tengo lágrimas de mujer y cólera de hombre[42].
Concepción Arenal no era persona dada a las efusiones sentimentales ni a la exageración, sino todo lo contrario; la preocupación por Giner nacía de una sincera preocupación y del cariño. Años después Concepción Arenal invita a Giner a la casa de su hijo Fernando, en Pontevedra, y le describe el ambiente con una gracia y una ironía que denota gran complicidad entre ambos:
Condiciones materiales. Un cuarto reducido y modesto como conviene a un filósofo; una cocinera no clasificada bajo el punto de vista antropológico, pero higiénica, porque no excita el paladar con artificios y no se come más que lo necesario fisiológicamente. (No se le habrá a usted escapado que la humanidad se divide en dos grandes grupos, uno que padece en vida y muere antes de tiempo por comer demasiado, y otro por no comer bastante). Ruido de llantos, cantos y risas de niño […].
Condiciones morales, lujo y buen gusto.
Condiciones intelectuales, un decente pasar, aquí todavía no tenemos sentido común[43].
Giner, quien en esa época padecía una enfermedad nerviosa, no aceptó la invitación, pero el tono de Concepción Arenal, desenfadado y abierto, refleja la familiaridad que había entre ambos y que continuó, tras la muerte de la penalista, con su hijo Fernando García-Arenal y posteriormente con las hijas de éste, especialmente Pilar García-Arenal Winter, quien colaboró en el Instituto-Escuela.
Otra notable amistad femenina de don Francisco fue Emilia Pardo Bazán[44], la obra de la escritora gallega le interesó desde el primer momento y ese interés fue el germen de una comunicación intelectual frecuente plasmada en una abundante correspondencia[45]. Giner sufragó la edición de Jaime (1881), colección de poemas que la condesa de Pardo Bazán dedicó a su primer hijo, y le dio a conocer las