Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez Ramil
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El modelo de la Escuela Normal Superior era, para Giner, el francés de Fontenay-aux-Roses, femenino, y Saint-Cloud, masculino. Ambos centros impartían un programa de dos cursos, dividido en dos secciones paralelas, Ciencias y Letras, y en régimen de internado gratuito; con un profesorado de excepcional categoría intelectual (Bréal, Buisson, Fustel de Coulanges, Compayré, Vidal de la Blache…), los resultados eran muy alentadores. Don Francisco visitó personalmente la Escuela de Fontenay en su viaje a Francia de 1886; este establecimiento, dirigido por el pedagogo Pécaut, lo impresionó favorablemente por su despliegue de medios materiales y educativos y por su espíritu elevado y noble, y no dejó de tenerlo siempre en mente como punto de referencia cuando se trataba de la formación del magisterio[66].
Otro punto defendido tenazmente por Giner es el de la coeducación de los sexos: la Institución la impondrá en sus escuelas y colonias de vacaciones en los años noventa del siglo XIX, como resorte para formar el carácter moral y asegurar la pureza de costumbres; la idea era comenzar por instaurarla en el nivel de párvulos y progresar gradualmente hasta las secciones superiores. Don Francisco y, con él, los restantes institucionistas consideraban nocivo separar a los sexos en la escuela de manera artificial; antes bien, la convivencia en las aulas era una base indispensable para cimentar el futuro respeto mutuo entre hombres y mujeres. No obstante, y por obvias razones, el número de niñas fue siempre muy pequeño, minoritario, en la escuela del paseo del Obelisco[67].
Asimismo, Giner se mostró partidario de permitir a las muchachas seguir carreras universitarias, y admiró los progresos realizados en este terreno por Inglaterra y Estados Unidos, criticando en cambio el retraso de Alemania, donde circulaban una serie de prejuicios científicos sobre la menor capacidad de la mujer y su fragilidad nerviosa, incompatible con los estudios serios[68].
Giner fue, según Emilia Pardo Bazán, «resueltamente feminista»[69], pues se interesaba en alto grado por «todo lo que atañía al mejoramiento de la condición de la mujer». Este feminismo gineriano es descrito en detalle por una mujer que tuvo ocasión de tratar a don Francisco asiduamente, Alice Pestana:
Las mujeres debiéronle mucho, aunque parecía algunas veces que las distinguía con una severidad excepcional. No conocí nunca feminista más sincero ni más radical. Pero este feminismo arrancaba de un precepto fundamental: no perder tiempo jamás; no gastar fuerzas batallando por lograr leyes de igualdad, que no pueden convenir en casos desiguales; trabajar, hacer resueltamente, entrar de pleno en la vida por todos los caminos abiertos; otros, sin que quepa la menor duda, se irán abriendo delante de aptitudes comprobadas […][70].
La mujer, más postergada que el hombre en nuestro país, mereció su atención en cuanto «femenina mitad», cuya rehabilitación es necesaria para lograr el «ideal de la humanidad» a que tendían los krausistas; la defendió como maestra idónea de la primera infancia, se preocupó por sus perspectivas profesionales (de ahí su participación activa en las empresas educativas de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer y su admiración por los establecimientos de enseñanza superior femenina de otros países) y por su preparación para la convivencia saludable y sin trabas junto al hombre (y, así, abogó por la coeducación).
José Castillejo matiza el interés de Giner por la educación de la mujer, dándole sentido distinto al de Emilia Pardo Bazán o Alice Pestana, sin duda por prejuicios en cuanto al término «feminismo». Y así dice:
Giner deseaba la coeducación porque, como no era feminista, pensaba que las tendencias diferentes y, hasta cierto punto opuestas, del sexo pueden utilizarse como poderosas fuerzas educativas. Para él, la escuela necesita el calor y la personalidad de un hogar, pero no puede tomar el hogar de los hogares de los niños. Ni puede ser una imitación artificial y ficticia. La solución fue ir a vivir en ella él mismo, que era soltero, con otros dos maestros y sus familias. Ese hogar puro y simple, lleno de libros y con la exquisita decoración derivada de la pobreza, buen gusto y arte popular, estaba siempre abierto a niños, maestros y amigos[71].
Las palabras de Castillejo, que posteriormente será eficaz secretario de la Junta para Ampliación de Estudios, nos iluminan sobre otra faceta de la personalidad de Giner y su visión de la mujer, al tiempo que nos explican su opción de vida personal en términos de rendida admiración, como es habitual en los discípulos de don Francisco.
La mujer «nueva» krauso-institucionista, idónea compañera del hombre nuevo, habría de surgir, como éste, de la maltrecha clase media española y ascender hasta el ideal por la vía pedagógica, sin perderse en movimientos vociferantes ni saltar a las barricadas, pues los gestos violentos y las posturas de presión herían profundamente la sensibilidad del grupo encabezado por Giner.
La labor de Giner y, por extensión, de la Institución Libre de Enseñanza, en pro de la rehabilitación de la mujer, aunque restringida a sectores burgueses minoritarios, no debe ser despreciada; es la continuación del camino iniciado por Sanz del Río y Fernando de Castro, y encontrará plena consolidación cuando la Institución, a través de una serie de organismos oficiales, esté en condiciones de darle al «espíritu de la casa» mayores vuelos.
Los Congresos Pedagógicos de la Restauración: la destacada participación de la Institución Libre de Enseñanza en pro de la educación de la mujer
La tradición de los Congresos Pedagógicos nace en Alemania en 1848, cuando el doctor Kroeger convoca el primero, la Asamblea de los Maestros Alemanes del Norte, en Hamburgo; desde entonces, los maestros germanos celebraron un Congreso anual, y dos a partir de 1871 (el de la Asamblea y el Congreso de los Delegados de las Asociaciones de Maestros); entre 1854 y 1860 se prohibió a los maestros prusianos la asistencia a este tipo de encuentros por considerarlos la autoridad manifestaciones políticas de tendencia democrática.
En el último cuarto del siglo XIX el movimiento de los Congresos Pedagógicos es general en casi toda Europa y sus ecos llegan también a España: en 1870 Fernando de Castro convoca un Congreso Nacional de Enseñanza, que no llegó a reunirse; en 1876 la Sociedad Barcelonesa de Amigos de la Instrucción trató de reavivar la idea infructuosamente, como le ocurrirá en 1878 a la Academia de Maestros de Madrid. Mayor éxito tiene la iniciativa del Fomento de las Artes, presidido por el institucionista Rafael M.a de Labra, que consigue la celebración del Congreso Nacional Pedagógico de 1882.
Congreso Nacional Pedagógico de 1882
Se celebró en el paraninfo nuevo de la Universidad Central entre el 28 de mayo y el 5 de junio de 1882[72]. De un total de 2.182 adhesiones, 431 son de mujeres.
Por parte de la Institución Libre de Enseñanza participaron en el Congreso los siguientes ponentes: Azcárate, José de Caso, Cossío, Joaquín Costa, Francisco Giner, Hermenegildo Giner, Rafael M.a de Labra, José Ontañón, Ruiz de Quevedo, Torres Campos, Juan Uña y Joaquín Sama.
El programa constaba de seis temas de discusión[73], de los cuales hay dos que conciernen especialmente a la mujer: el cuarto, sobre las escuelas de párvulos y si deben ser maestros o maestras quienes las rijan, y el quinto, sobre la reforma de las Escuelas Normales y el carácter que ha de revestir la cultura femenina.
El cuarto tema, discutido en la sesión