Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez Ramil
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Ante esta concepción esencialmente «pedagógica» del amor, que tanto gustaba a Giner, no extraña que Joaquín Costa responda, abrumado:
V. no es un hombre, es una categoría […]. Me espanta su fortaleza; envidio el temperamento y la robustez de su voluntad; haré por imitarle […]. Es verdad: nada de comunión de penas; nada de válvulas, sonría la primavera sobre el cráter; ya que nacemos llorando, muramos riendo; seamos héroes, no mujeres: tengamos corazón para sufrir y esconder el sufrimiento[57].
No era fácil para los krausistas primero y los institucionistas después encontrar a mujeres a su altura en España, de ahí que renunciasen a casarse o que contrajesen matrimonio con extranjeras, sobre todo inglesas. Un hecho que contribuirá a preservar el «espíritu» institucionista en toda su pureza hasta el último momento será la frecuencia de matrimonios dentro del propio entorno; una y otra vez se repetirán los apellidos de las mismas familias hasta configurar un círculo endogámico estrecho y muy sólido, a prueba incluso de circunstancias adversas.
Como todos los colaboradores de Fernando de Castro y, siendo además el más destacado, Giner se ocupó de la cuestión de la educación de la mujer en numerosos escritos, que analizamos a continuación.
Obra escrita
Giner, como sus antecesores krausistas, incide en que el problema esencial de España es el talante de sus hombres, apático y endeble como el «de todas las razas degeneradas y empobrecidas por una larga Historia desencajada de su centro»[58]. Para corregir este nefasto talante y construir el «hombre nuevo», la mejor arma es la que traza la personalidad, la educación pero una educación libre de encorsetamientos reglamentísticos y de ingentes acopios de datos a la postre inútiles, una educación en la que haya «mucho juego corporal y gimnástico, mucho taller, mucho aire libre, mucho aprendizaje de la sociedad y sus resortes, mucho movimiento, poco libro y mucho jabón y agua […]»[59].
Este nuevo proyecto humano precisaba junto a él a una mujer diferente de la típica española de clase media, poco instruida y entregada a labores de mano tan arduas como poco atractivas o a obras de caridad, más por cumplir con lo que dicta el buen tono y satisfacer a la beatería que por verdadero sentimiento benéfico; una mujer capaz de instruir a los hijos convenientemente, como quería Fernando de Castro, y de hacer del matrimonio «una unión total»; una mujer culta que retuviera con su encanto al hombre en el hogar y encaminara su descendencia por una senda de rectitud y equilibrio, porque
no es la cultura una necesidad para el hombre y un adorno para la mujer, sino que, por el contrario, es en ésta, sobre todo en la casada, una condición indispensable para la propia felicidad y para que pueda contribuir a la de su marido y preparar la de sus hijos. Sólo atendiendo al cultivo de sus facultades, podrá ser capaz de interesarse vivamente en todo cuanto importa al compañero de su vida […][60].
Es, con la intención de contribuir a formar a la digna compañera del «hombre nuevo y regenerador», con la que Francisco Giner colabora en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, impartiendo clases de Psicología en la Escuela de Institutrices durante el curso 1870-1871; las lecciones fueron recopiladas en un libro de texto[61] que expone las teorías sobre el particular de Krause, Ahrens, Tiberghien y Sanz del Río, de forma clara y asequible para los no iniciados.
Traza Giner, siguiendo muy de cerca a Krause, las diferencias individuales relativas al sexo: el hombre se caracteriza por su tendencia a afirmarse frente al mundo, mientras que la mujer es más proclive a replegarse; por ello el varón «representa el elemento impulsivo, progresivo, innovador, reformista» frente al espíritu femenino, más adherido a la tradición y a la conservación de lo existente. Asimismo, la inteligencia domina en el hombre, el sentimiento en la mujer; de ahí que el varón prefiera las actividades científicas y la mujer las artísticas. El hombre, por su parte, posee mayor capacidad para la abstracción, mientras que la mujer propende a interesarse por lo individual y concreto.
De estos antagonismos se deriva un diferente modo de entender la vida que ambos sexos han de desarrollar hasta el máximo de sus posibilidades porque, aunque distinto, es complementario y halla su sublimación en el matrimonio.
Esta concepción del sexo como oposición primaria entre los individuos, divergente y a la vez complementaria, muy deudora de Krause y Sanz del Río, es desarrollada con mayor amplitud por Giner en sus Principios de Derecho Natural, publicados en 1874. El matrimonio es precisamente la institución que armoniza la oposición de los sexos, originando una nueva personalidad entre los cónyuges, personalidad que ha de cimentarse en la «igualdad» jurídica de ambos y en su mutuo consentimiento; aunque con grandes precauciones y admitiendo que el matrimonio es por naturaleza indisoluble, no debe prolongarse cuando sus fines de convivencia enriquecedora y procreación no se realizan.
La familia, fundada por el matrimonio, armoniza todas las oposiciones fundamentales entre los individuos: sexo, edad, carácter, profesión…, de ahí su importancia como «primera personalidad social». Conforme a la naturaleza de la familia, la patria potestad (o poder de los padres sobre la vida jurídica de los hijos) corresponde por igual al padre y a la madre; partiendo de esta inicial igualdad, hay una diferencia de funciones domésticas: la madre ha de encargarse de la educación moral de los hijos, el padre de la profesional; aquélla de las hijas, éste de los hijos; ella de los niños pequeños, él de los adolescentes y jóvenes; «tiene en fin la madre preferencia en las funciones de la educación interior, y el padre en las que se refieren a la exterior y de relación social»[62].
Vemos así cómo, en la esfera del Derecho Natural referente al matrimonio y la familia, Giner contempla la sublimación de las oposiciones hombre/mujer mediante el desempeño de funciones distintas pero complementarias, y cualitativamente de igual trascendencia social. La mujer (esposa, madre…) tiene un papel importante que desempeñar, una misión «natural» que cumplir, cuyo resultado es incierto dada la imperfección de las leyes humanas, que menosprecian la función de la mujer y producen así grandes males.
Un ejemplo de error legal es la prohibición de investigar la paternidad natural, establecida por el Código Napoleónico, fuente de sangrantes injusticias contra la mujer abandonada y el hijo ilegítimo. Giner clama contra una situación muy arraigada en la sociedad española:
¡Se necesita conocer bien a fondo el peso de la tradición para comprender cómo, en tiempos que con razón se ufanan de haber proclamado la presunta inocencia de todo hombre, y aun del reo sospechoso, y hasta del reincidente, mientras no se demuestre su culpabilidad…, haya todavía quien se admire de que pueda presumirse la honradez ulterior de la mujer seducida y exigirse al seductor pruebe lo contrario![63].
El desajuste proviene de una larga tradición que desconfía instintivamente de la virtud de la mujer al tiempo que regala al hombre verdadera patente de corso en este sentido, sancionando así una doble moral, repulsiva a las aspiraciones armónicas krausistas.
Además de su situación jurídica, preocupó a Giner la educación de la mujer española; por ello no pudo menos que aplaudir las reformas de la Escuela Normal Central de Maestras llevadas a cabo por Albareda