La cueva y el cosmos. Michael Harner
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Considero que la nueva información presentada aquí –el relato de las experiencias de otros y la inspiración que estas puedan aportar– es mi principal tarea y contribución en este volumen. Los archivos de la Fundación han sido rastreados para buscar ejemplos de experiencias que, aunque no ordinarias, se incluyen en el marco de las posibilidades y potencialidad de todos nosotros. Junto a los principios del chamanismo esencial, estos relatos –perspectivas vitales de nuestra situación como seres humanos– constituyen un conjunto capaz de ampliar los horizontes de los lectores interesados.
He elegido invertir mi limitado tiempo en reunir la información para este libro, que considero importante, incluso urgente, transmitir a un mundo irritado y peligroso que pretende disputar interminablemente acerca de cuestiones espirituales basándose en la creencia en antiguas historias. La senda del chamán es el del conocimiento directo, no el del relato (¡aunque se trata del mío!), y en muchas culturas indígenas el chamán es «aquel que sabe».
Espero que este libro resulte útil a los lectores y les ayude a reducir su dependencia de los dogmas cosmológicos de la religión organizada. Espero que usted se sienta estimulado, o aún más animado, en sus encuentros chamánicos con otra realidad, en la que podemos encontrar la increíble compasión, ayuda y sanación que nuestro mundo necesita tan acuciantemente. En cierto modo, se trata de una declaración de independencia espiritual orientada hacia la información, y una invitación a utilizar ese conocimiento y libertad para producir más sabiduría, compasión y gozo en nuestra vida y la vida de los demás.
MICHAEL HARNER
Otoño, 2012
1. La cueva y el poder de los espíritus
Poder
En febrero de 1957, un pequeño grupo de shuar (jíbaros) y yo nos perdimos después de practicar el senderismo durante varias semanas en las selvas montañosas del alto Amazonas. Cansados, desorientados y hambrientos, por último encontramos a un grupo de amistosos cazadores shuar que nos dijeron que habíamos estado avanzando en la dirección equivocada. Compartieron sus provisiones con nosotros y nos mostraron el camino hacia la aldea shuar que estábamos buscando.
Tras dejar a los cazadores, pronto alcanzamos un río pequeño pero violento, alimentado por las recientes tormentas de las laderas occidentales de los Andes. Constituía un obstáculo para nuestro avance, por lo que esperamos muchos días a que las aguas descendieran, y no hubo suerte. Mis compañeros esperaban en silencio y parecían impasibles ante la situación mientras yo me impacientaba por momentos, porque sabía que era posible construir balsas de troncos y cruzar con remos improvisados de bambú guadua. En no pocas ocasiones les sugerí no esperar al descenso de las aguas y apresurarnos a fabricar balsas y remos para cruzar al otro lado. Se negaron reiteradamente a hacerlo.
Cada vez más impaciente, finalmente desafié a mis compañeros, señalando que se llamaban a sí mismos grandes guerreros pero eran incapaces de cruzar un río. Sin mediar comentario alguno, en breve construyeron tres balsas y nos aprestamos a cruzar la corriente. El río tenía unos 45 metros de ancho, y la primera balsa, con dos remeros indios y parte de nuestro equipaje, alcanzó la otra orilla. Yo iba en la segunda balsa con dos remeros. Habíamos recorrido las tres cuartas partes de la anchura del río cuando los rápidos nos arrastraron y la balsa volcó, arrojándonos al violento torrente. Con un esfuerzo extremo nadamos la distancia restante y sobrevivimos. La tercera balsa logró cruzar.
Mientras nos reuníamos y descansábamos antes de continuar la marcha, dije las siguientes palabras: «Ha estado cerca. Creo que tenemos suerte de estar vivos».
Esperaba algún tipo de asentimiento, al menos tácito, pero mis compañeros permanecieron allí, silenciosos, erguidos como estereotipos de estoicos guerreros indios. Me dio la impresión de que el episodio había sido insignificante para ellos, dada su actitud imperturbable.
Su falta de reacción me dejó perplejo, porque eran los mismos hombres que se mostraban reacios a cruzar el río pese a mi insistencia. Así pues, con una falta absoluta de diplomacia señalé que no habían querido cruzar el río y ahora actuaban como si esa proeza fuera insignificante, a pesar de que habían temido cruzarlo.
Se miraron unos a otros, pero guardaron silencio. Entonces uno de ellos, a quien yo conocía bien, replicó y dijo: «Bueno, ya ves, en realidad no nos atemorizaba cruzar el río porque no podemos morir. ¡Pero no sabíamos qué podía pasar contigo!».
En aquel instante, el peligroso cruce del río abrió la puerta de un importante conocimiento espiritual. Después de aquel acontecimiento, los shuar me enseñaron que el poder de los espíritus los protegía contra toda forma de muerte excepto la enfermedad epidémica. También supe que ese poder podía abandonar a la persona. Desprotegido, el individuo moría. Por lo tanto, antes de emprender misiones peligrosas, los shuar buscaban señales que demostraran que aún poseían los poderes protectores garantizados por sus espíritus guardianes. Si los signos eran negativos, no emprendían esa misión, especialmente si implicaba un ataque al enemigo.
Como los shuar, los chamanes indígenas en todo el mundo saben que el poder espiritual es esencial en la propia salud, supervivencia y la capacidad de sanar a los demás. Sin este poder, no se puede combatir la enfermedad o el infortunio. En las culturas chamánicas tradicionales, esta conciencia impregna la vida cotidiana de todos los individuos.
Jaime de Angulo, que pasó un tiempo con los atsugewi del norte de California a principios del siglo XX, lo expresó acertadamente: «Sin poder, no puedes hacer nada fuera de lo ordinario. Con poder puedes hacer cualquier cosa».1
El poder es como un campo de fuerza que atraviesa al chamán y le permite usar la fuerza para ayudar y sanar a otros. La idea de poder del chamán es similar a nuestro concepto de energía, pero es más amplia: incluye la energía, la inteligencia y la autoconfianza. El poder espiritual no es un poder político o el poder de someter a otros. Es un poder consustancial a la propia salud y capacidad de supervivencia.
Espíritus
Permítanme explicar lo que entiendo por «espíritu». Como he explicado en otro lugar, un espíritu puede definirse como «una esencia animada que posee inteligencia y diversos grados de poder, que puede verse fácilmente en completa oscuridad y más difícilmente a la luz del día, y en un estado alterado de consciencia mejor que en un estado ordinario. De hecho, existe cierta controversia acerca de si pueden verse en un estado ordinario de consciencia».2
En otras palabras, no todos los espíritus tienen un poder significativo. Los pueblos chamánicos suelen llamar «poderes» a los espíritus que sí lo poseen. En las culturas indígenas son especialmente importantes los espíritus guardianes que brindan un poder protector al pueblo que aman.3 Cuando son adecuadamente invocados por un chamán, este poder también aporta una asistencia sanadora activa para curar enfermedades y aliviar el dolor de los pacientes del chamán. El chamán aprende qué espíritus son poderosos a través de la experiencia.
El poder se adquiere de modo diverso. En Siberia y parte de América del Sur era común obtener poder personal después de haber padecido una enfermedad grave que llevaba al individuo a las puertas de la muerte. Si esa persona manifestaba una repentina y milagrosa recuperación, la comunidad local concluía que un espíritu se había compadecido y había intercedido para liberarla de su enfermedad. Ante tal acontecimiento, los individuos de la comunidad visitaban al paciente curado y recuperado para descubrir si el poder sanador podía aplicarse a otro individuo enfermo, normalmente de una dolencia similar. En otras