La cueva y el cosmos. Michael Harner
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Walter Cline era un hombre modesto, por lo que dos décadas después de su muerte, cuando yo mismo ya enseñaba antropología, descubrí casualmente que había contribuido a una poco conocida publicación sobre los sinkaietk o pueblos indios del sur de Okanagan en la meseta del río Columbia.6 Logré una copia no sin ciertas dificultades. En ella había una información limitada pero importante relativa a la búsqueda de poder, que su autor había recopilado en conversaciones con los ancianos de las tribus.
Cline se centraba en las búsquedas de poder emprendidas por niños pequeños, fundamentalmente chicos, que buscaban un gran poder que contribuyera a facilitarles su vida futura.7 Relataba el ejemplo de un padre que introducía a su hijo en una cueva para una estancia nocturna con la idea de lograr este objetivo.8
Las búsquedas de poder de Willard Park y los paviotso
Además de las pistas en los relatos que sobre los okanagan legara Walter Cline, los escritos del etnólogo Willard Park también me resultaron especialmente valiosos, porque descubrió que la búsqueda de poder en cuevas era importante para los chamanes de los paviotso (Paiute del Norte) en Nevada, a los que entrevistó a principios y mediados de los años treinta.9
Park cuenta que los ancianos paviotso subrayaban la necesidad de observar estrictamente determinados procedimientos tradicionales para alcanzar el éxito en la búsqueda.10 Afirmaba que los chamanes paviotso llevaban alimentos en sus búsquedas en el interior de las cuevas a fin de adquirir poderes específicos adicionales, como mejorar sus capacidades de sanación.11 Algo coherente con el uso de alimentos en la atracción de los espíritus que hemos mencionado anteriormente.12 Cito a Park:
No hay preparativos para la búsqueda de poder. El hombre que busca una visión no ayuna antes de emprender la búsqueda o durante su estancia en la cueva. Su búsqueda no se acompaña de torturas auto-infligidas o un esfuerzo físico descomunal.
Al final de la tarde, el hombre que busca poder penetra en una cueva donde le han dicho que es posible hallar lo que anhela. Puede llevar consigo alimentos para comer esa noche y a la mañana siguiente.13
Park no menciona ninguna razón espiritual para llevar comida a la cueva, pero mi conocimiento de la atracción de los espíritus me indujo a tomarme muy en serio los métodos de los paviotso. Al localizar una cueva para mi propia búsqueda, me llevé un sándwich que contenía diversos alimentos a los que eran aficionados diferentes tipos de animales.
A veces, los espíritus ancestrales parecen dispuestos a ayudar a alguien que no desciende de ellos, o incluso a un individuo ajeno a su raza o cultura, si perciben que esa persona ha ayudado o ayudará a sus descendientes. Esto lo aprendí en los pueblos shuar y conibo de América del Sur. Durante muchos años intenté ayudar a los indios nativos de Norteamérica, como en Wounded Knee en 1973.14 Tenía la esperanza de que ese y otros esfuerzos contaran cuando me internara en una cueva.
La cueva
Dos años después de escribir La senda del chamán, descubrí el emplazamiento de una cueva prometedora en el valle Shenandoha de Virginia. Con la esperanza de haber reunido información suficiente, decidí intentar una búsqueda de poder en esa cueva para desarrollar un poder curativo chamánico especial y comprobar qué sucedía sin la ayuda de las plantas que alteran la consciencia o la inmersión auditiva, ya que Park y Cline no mencionaban su uso.
Por último, una tarde de 1982 me acerqué a la entrada de la cueva, solo, pidiendo silenciosamente a los espíritus que tuvieran compasión de mí y me otorgaran un mayor poder para sanar a los demás. Utilicé una linterna para descender hasta un profundo nicho en el interior de la cueva, operación que me llevó un cuarto de hora. Entonces apagué la luz. La oscuridad era profunda y silenciosa. Según lo que había aprendido, ahora tenía que dormir unas horas, despertar, comer un poco y no volver a dormir hasta que algo sucediera.
Tras pasar algún tiempo sentado en el frío lecho de roca, pulsé uno de los botones de mi reloj de pulsera para comprobar la hora bajo la débil luminiscencia. Eran las nueve de la noche. Habían transcurrido dos horas desde mi entrada en la cueva. Según la información de la que disponía, no importaba lo que sucediera, no debería usar luz alguna hasta que la noche concluyera. Entonces podría abandonar la cueva, pues una de las antiguas reglas dictaba que el buscador solo podría salir tras el alba del día siguiente. En caso contrario era mejor no haber entrado nunca en ella. También había otras cosas que tenía que hacer antes de que la noche cumpliera su ciclo.
Rodeado por la densa oscuridad, me sentí completamente aislado de la tierra de los vivos. Dos tipos de temor luchaban dentro de mí. El menor me decía que no iba a ocurrir nada en aquella solitaria noche subterránea. Después de todo, yo no pertenecía al pueblo indígena norteamericano del oeste de las Rocosas que había practicado este antiguo método para obtener poderes espirituales específicos. Tal vez era excesivo esperar algo que se acercara a sus experiencias sin su ambiente cultural o sin los poderosos alucinógenos de los shuar (jíbaros), utilizados durante mis anteriores experiencias. Además, pensé, ¿qué tipo de búsqueda de poder o visión era esta, en la que no se ayunaba previamente e incluso se te permitía tomar un tentempié a medianoche? En otras palabras, ¿funcionaría la atracción de los espíritus?
La oscuridad, que había adoptado una tonalidad rojiza, cobraba el cariz de la muerte inminente que aguarda con paciencia y sigilo. Mi temor más profundo era morir solo en aquella gigantesca tumba de piedra, víctima de mi propia presunción. Mi búsqueda de visión en una catarata del Amazonas años antes me había enseñado que los espíritus se esforzarían en asustarme para poner a prueba mi confianza en ellos. Al menos en el Amazonas contaba con la ayuda de mis compañeros shuar para protegerme de errores fatales. Para esta búsqueda en la cueva, sin embargo, no había tutores vivos. No podía acompañarme nadie. Era un experimento completamente solitario: lo había apostado todo a poseer la suficiente información y que los espíritus estuvieran allí y quisieran ayudarme.
Por último me deslicé en mi saco de dormir y procuré conciliar el sueño, el siguiente paso que debía cumplir en el interior de la cueva. En el lecho de roca, junto a mi cabeza, había colocado un sándwich para comer en mitad de la noche. Me recordé a mí mismo que tenía que despertarme a medianoche, con la esperanza de no dormir hasta el amanecer.
El cansancio se apoderó progresivamente de mí: la ascensión hasta la cueva había sido ardua y dolorosa debido a una dolencia crónica de espalda. Mi cuerpo quería descansar. Me dormí, preocupado por despertarme en torno a la medianoche.
No tenía por qué preocuparme. Me desperté de repente cuando un ala cubierta de plumas rozó mi rostro. Sentí un impulso de excitación debido a la adrenalina. Presioné el botón de mi reloj de pulsera. Los apagados números mostraron que faltaban apenas dos minutos para la medianoche. Mi sorpresa al ser despertado por la caricia alada vino seguida del alivio de haberlo hecho a tiempo para seguir las instrucciones de medianoche. Busqué el sándwich y lo comí. Ahora tenía previsto mantenerme despierto hasta que ocurriera algo significativo.
Permanecí allí, descansado y plenamente consciente, alerta a cualquier cosa que pudiera ocurrir. Transcurrió un cuarto de hora. Luego media hora. Empezaba a sentirme decepcionado. Tal vez no iba a pasar nada más.15
De pronto, procedente de la dirección de la distante entrada de la caverna, oí el sonido